México y Rusia, por alguna razón, son dos naciones que han experimentado una mutua fascinación. Este hecho singular puede tener origen en la semejanza que aparece en muchos de sus rasgos nacionales, en los aspectos complementarios de la idiosincrasia de sus pueblos y en la similitud de sus dramáticos procesos históricos. Todo esto es, sin duda, una simple coincidencia, pero lo cierto es que se pueden trazar líneas casi paralelas de sus respectivos destinos.

Este año los gobiernos de México y la Federación Rusa conmemoran el 125 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas, lo que no significa que nuestros contactos se hayan iniciado sólo a partir de ese momento. Nuestros países tuvieron una vinculación que data de mucho tiempo atrás, desde el siglo XVIII, cuando Rusia culmina la conquista de Siberia mediante la cual extendió sus dominios hasta las costas del Pacífico. Esto le permitió abrir, en esa cuenca, nuevas rutas de navegación, en abierta competencia con las grandes potencias navales de aquel siglo: Gran Bretaña y España.

Pedro el Grande, el zar que inició el proceso de modernización y expansión del Imperio, consciente de la importancia que significaba para Rusia el convertirse en una potencia naval se abocó a la búsqueda de rutas marítimas y gracias a su visión financió las expediciones de los navegantes rusos que culminaron con el descubrimiento del estrecho de Bering y las Islas Aleutianas. Como resultado de estos descubrimientos Rusia fundó colonias en el litoral occidental de Norteamérica, desde el dilatado territorio de Alaska hasta la Alta California, donde se asentó la Compañía Ruso-Americana, empresa peletera cuyo principal giro era la captura de la nutria marina, especie que abundaba en las costas del norte de California, para la exportación de sus preciadas pieles al mercado chino. Se produjo así la primera triangulación mercantil de la cuenca del Pacífico entre Rusia, La Nueva España y China.

Si bien el gobierno español objetaba el establecimiento de los rusos en sus territorios, la prohibición del comercio con los californianos no fue obstáculo para que se establecieran relaciones informales entre los dirigentes de la Compañía y las autoridades de San Francisco y Monterey.

Entre las historias románticas de California destacó una en particular: el noviazgo del Conde Rezanov, director de la compañía, con Conchita Argüello, hija del gobernador de California, que facilitó un incipiente comercio con el Fuerte Ross para el abastecimiento de cereales y otros productos indispensables para la supervivencia de los colonos asentados, tanto en Alaska, como en dicho establecimiento.

Los rusos dejaron sus asentamientos en California en 1842, unos años antes del acontecimiento que impulsó la marcha de los americanos al Oeste: la fiebre del oro. Si nos dejáramos llevar por la ruta del vaticinio histórico, es decir, asumiendo que los rusos no hubieran abandonado sus posesiones en California, posiblemente el destino de América y del mundo hubiera sido otro.

Podríamos por lo tanto afirmar que la historia de nuestras relaciones, tanto informales como formales, puede dividirse en cuatro etapas: la primera, que discurre de las postrimerías del siglo XVIII hasta 1842, parte durante la época colonial y parte durante la vida del México independiente.

El segundo periodo inicia con el retiro de los rusos de sus establecimientos en California y termina con la Revolución de Octubre de 1917. Durante esta etapa se formalizan nuestros contactos mediante el reconocimiento del Estado mexicano por parte de la Rusia imperial y el establecimiento de relaciones diplomáticas a nivel de Ministro Plenipotenciario, en diciembre de 1890.

A partir de 1917, durante la etapa soviética empieza un nuevo periodo que oscila entre la amistad y el rechazo debido a diferencias ideológicas, particularmente como consecuencia del orden internacional producto de la Guerra Fría.

El establecimiento de relaciones diplomáticas tardó mucho tiempo en realizarse debido a la política conservadora del gobierno zarista, ya que transcurrieron varias décadas para que Rusia reconociera de jure la independencia de México. Cabe señalar que lo hizo de facto cuando el zar Alejandro II recibió al enviado de Maximiliano, Francisco S. Mora, que tenía instrucciones para obtener el reconocimiento del imperio por parte de todas las cortes europeas. El único alcance de esa negociación fue el nombramiento de cónsules honorarios en nuestro país.

La razón de la indiferencia imperial podría atribuirse a la reticencia del gobierno ruso de aliarse con Napoleón, cuya intervención en Polonia —en contra de Rusia— había causado profunda irritación y porque, para el zar, las relaciones con Estados Unidos, que apoyaban al gobierno de Juárez, habían adquirido un carácter prioritario. No debe soslayarse el hecho de que la opinión pública mundial condenaba la intervención en México y los círculos progresistas rusos se contaban entre estos grupos de opinión.

Si bien las relaciones ruso-mexicanas nunca llegaron a establecerse sobre un plano formal antes de 1890, los representantes diplomáticos de la República y los del gobierno del zar entablaron contactos, por lo que puede asumirse que Rusia reconocía la existencia jurídica del Estado mexicano.

Cuando el gobierno del general Díaz consolidó ampliamente la soberanía mexicana, en la década de los 80 del siglo XIX, inició la etapa de acercamiento hacia todas las naciones con el fin de vincular al país y preparar su posición internacional. En el caso específico de Rusia, los intereses de esa época eran marginales para México, sin embargo, la inserción casi simultánea de ambas naciones en la economía mundial, estimuló la búsqueda de nuevos contactos para subsanar el vacío de relaciones formales.

Nuestros representantes diplomáticos en Europa y en Estados Unidos negociaron, mediante el acercamiento a sus homólogos rusos, que los gobiernos de ambos países acordaran finalmente el establecimiento de relaciones diplomáticas. Rusia envió a México al Barón de Rosen mientras que nuestro país designó al ge neral Pedro Rincón Gallardo como su representante en San Petersburgo.

Las relaciones entre México y Rusia se vieron interrumpidas por el estallido de la Primera Guerra Mundial, y por las condiciones de ambos países durante sus respectivas revoluciones, sin una ruptura formal. En 1924, México estableció relaciones diplomáticas a nivel de legaciones permanentes con la URSS habiendo sido el primer país del continente en tomar esa iniciativa.

Autor de Las relaciones soviético-mexicanas.

Primeros contactos diplomáticos.

Archivo Histórico de la SRE. 

Historia de las Relaciones entre México y Rusia.

Fondo de Cultura Económica.

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