“La miseria de las campañas electorales es a la vez la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real (…) Se necesita la abolición de las campañas entendidas como felicidad ilusoria del pueblo para que pueda darse su felicidad real. La exigencia de renunciar a las ilusiones es la exigencia de renunciar a una condición que necesita de ilusiones. Las campañas son el opio del pueblo mexicano”.

He modificado esta cita de Marx, tomada de la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, cambiando la palabra religión por campañas electorales y añadiendo la palabra mexicano, porque me parece que refleja con absoluta nitidez lo que estamos viviendo ahora mismo. Si Karl Marx volviera a nacer en el México de nuestros días, muy probablemente avalaría esta licencia literaria. Vivimos, en efecto, enajenados de la situación real que estamos padeciendo, con la ilusión de verla modificada tan pronto como tengan lugar las siguientes elecciones.

Llega a tal extremo esta alienación que nos impide ver la sistematicidad de las barbaridades que han venido ocurriendo en el proceso: nos hemos concentrado en las campañas por la Presidencia, como si de sus resultados fueran a brotar todas las soluciones a los gravísimos problemas del país y estamos pasando por alto que los riesgos más rotundos provienen de la competencia por el poder local.

Es en ese territorio donde las ambiciones predominan sobre las ilusiones, en el que se ha asesinado ya al mayor número de candidatos a cargos municipales y legislativos del que se tenga memoria, en el que varias centenas de candidaturas han debido declinar ante las amenazas recibidas y en el que el uso de todos los medios disponibles de presión hacia los ciudadanos están corriendo como agua. Nunca habíamos visto un proceso electoral más desafiado por los criminales de pistola y cuello blanco, combinados.

Nunca había sido más evidente que no serán las mejores personas las que lleguen ocupar los puestos públicos en cientos de municipios del país y en decenas de curules, sino las más protegidas por los aparatos reales de poder. Es cierto que también hay gente buena y valiente. Pero tendrán que convivir con quienes han sido impuestos para salvaguardar los intereses y acrecentar la influencia y la riqueza de los grupos de poder entrelazado.

De otra parte, será en ese ámbito ominoso donde se jugará el equilibrio entre el Ejecutivo federal y el Poder Legislativo. Drogados por las campañas de los candidatos a la Presidencia, se nos olvida que la batalla por el control de las legislaturas suele recurrir a todo el repertorio de medios legales e ilegales disponibles para arrebatar y ganar votos. El control del Congreso corre por vías distintas al de las campañas por la Presidencia: si estas son más bien aéreas, aquél se juega en la batalla cuerpo a cuerpo en los distritos.

Impedir o conseguir que el futuro Presidente del país tenga mayoría absoluta en el Congreso federal y el respaldo de la mayoría de los Congresos estatales es ya la prioridad central de la contienda en curso. En el terreno local, el control de los municipios estratégicos y de los Congresos estatales determina la influencia política de los grupos locales de poder —los legales y los ilegales—, mientras que garantizar la lealtad de diputados federales y de senadores equivale a entregarle al Presidente, o no, la posibilidad de cambiar leyes, controlar el gasto y designar a los funcionarios de mayor rango del país, incluyendo los órganos autónomos. Significa tener el poder completo, sin contrapesos, o someterse a la dinámica de la negociación con sus adversarios principales.

Todo eso ya está sucediendo en cada pueblo y en cada barrio del país. La miseria real y la protesta contra la miseria real, en una pugna descarnada que recorre libre, entre ilusiones y ambiciones, todo el territorio nacional.

Investigador del CIDE

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