Abrazo a Santiago, Rubén y Dante

La madrugada del lunes pasado falleció, a los 77 años de edad, Virgilio Caballero. Fue un periodista íntegro, defensor de los medios públicos, de las buenas causas, de los amigos entrañables, de la libertad de expresión, del Estado laico.

Nació en Tampico, Tamaulipas el día de la bandera. Eso fue un signo de su vocación de patriota.

Virgilio fue el sexto de once hermanos, justo el de en medio. Hoy le sobreviven cinco. Se fue en el mismo orden en el que llegó.

Comenzó a trabajar en la radio desde muy pequeño. Apenas tenía 6 años cuando su voz se escuchó por primera vez en la XEB, en un programa de niños para niños que se llamaba “La Legión del Amanecer”. El programa, pasados los años, se convirtió en “La Patrulla Juvenil”.

Continuó su vida profesional en Canal 11 y participó en la radio en los primeros programas de análisis y debate con Manuel Buendía, Verónica Rascón, Miguel Ángel Granados Chapa. Más tarde con Ricardo Rocha, Javier Solórzano y José Antonio Crespo.

Cuando el Canal 13 era un medio público, tuvo dos programas: “Frente a los Hechos” y “Día con Día”. El incansable Virgilio conducía simultáneamente una serie sabatina en Radio Educación que se llamaba “Los Jóvenes”.

A pesar de su arraigo en la capital, estaba convencido de la necesidad de hacer innovaciones fuera del centro del país. Durante varios años estuvo trabajando desde el sur-sureste varios temas: “La otra frontera”, desde Quintana Roo. “Chicanos” en el Instituto Oaxaqueño de la Radio y “Mexicanos de allá” que abordaba la migración hacia los Estados Unidos.

En CNI Canal 40 tuvo el programa “Entreversiones y voces” y “Los puntos sobre las íes” en el Canal del Congreso. Regresó a la XEB para un programa con el que se buscaba prevenir las adicciones en los jóvenes. En la UAM Iztapalapa conducía el programa “Tiempo de saber”.

Hace unos años, se llenó de emoción con un proyecto de la Universidad de Guadalajara que se llamó “Nuestra música” que implicó una breve estancia en su amada Cuba.

Yo pude conocerlo personalmente, después de muchos años de verlo en la tele y escucharlo en la radio, cuando Marcelo Ebrard, entonces jefe de gobierno, me pidió trabajar con él la creación de un canal de televisión para el gobierno del entonces Distrito Federal. Virgilio puso todo su empeño y conocimientos para el nacimiento del Canal 21. A partir de ahí nos hicimos amigos. También me hice amiga de sus amigos. A través de él conocí a Juan María Alponte, por ejemplo.

Al final de su vida, decidió incursionar en la política. Contra todos los pronósticos, ganó una diputación federal en Azcapotzalco, donde vivió su niñez y juventud. Yo fui de las que intentaron persuadirlo de que era un despropósito, sobre todo porque no contaba con ningún respaldo económico. ¿No crees —me dijo— que si yo me presento como el periodista honesto que soy, puedo ganar?

Ya con el cabello completamente blanco, Virgilio mantuvo su alma de niño con la concomitante capacidad de asombro y los sentimientos a flor de piel. Su sensibilidad extrema provocaba que disfrutara al máximo las cosas simples de la vida cotidiana pero también que sufriera intensamente las pérdidas que en los últimos tiempos comenzaron a ser más frecuentes. Fue de una pérdida material y espiritual de la que no logró reponerse. La fuerza de la naturaleza no consideró que en Linares, en la Roma, vivía un buen hombre. El terremoto del 2017 lo devastó. Su departamento fue declarado inhabitable. A sus 75 años, no pudo procesar el dolor de quedarse sin su biblioteca, sus cuadros, el piano, el viejo sillón de cuero donde tomaba el sol y tantos recuerdos.

El caminante incansable, amante del buen tinto, de los cielos azules, de la buena música, de los libros, paró su marcha, apagó su voz y salió discretamente del aire.


Catedrática de la UNAM. @leticia_bonifaz

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