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El próximo martes se cumple el medio siglo de la matanza de Tlatelolco. No hubo un número preciso de los jóvenes masacrados. Tampoco responsables. La responsabilidad común es llevar a Tlatelolco en la memoria como lo pedía —exigía— Rosario Castellanos.
Yo cursaba la primaria en el 68. En esa época, los periódicos llegaban a Comitán un día después. Mi abuelo siguió puntualmente todo el proceso del conflicto y muchas veces vi, desde mi estatura de entonces, imágenes que no entendía del todo. Recuerdo algunas caricaturas de Díaz Ordaz y fotografías de jóvenes en marchas y mítines. Escuché hablar del 68 porque en mi casa siempre se habló de política y se comentaron los sucesos nacionales e internacionales.
Pasaron algunos años y volví a saber de Tlatelolco cuando murió Rosario Castellanos. Como ilustre hija de Comitán, en mi escuela se organizó, a manera de homenaje, un recital de poesía que incluía el “Memorial de Tlatelolco”. Con más edad y con distintos oídos, escuché y escudriñé cada línea del poema. La fuerza de las palabras que narraban el sombrío panorama resultaba sobrecogedor. Venía después la búsqueda de los responsables con la pregunta de ¿Quién? ¿Quiénes? A continuación, la descripción gráfica de que la Plaza había amanecido barrida y que el suceso no había sido consignado en las páginas de los principales diarios.
El poema recomienda no hurgar en los archivos “pues nada consta en actas”. Y al final, un cierre esperanzador a partir de la memoria: “Recuerdo, recordemos/esta es nuestra manera de ayudar a que amanezca/ sobre tantas conciencias mancilladas...”. Y, efectivamente, recordar Tlatelolco ha sido tarea de muchas y muchos cada año durante los últimos cincuenta con la consigna del “2 de octubre no se olvida” que lleva implícito el deseo de no repetición.
En la Suprema Corte de Justicia se llevó a cabo un coloquio sobre el 68 que resaltó los derechos que se detonaron con el movimiento. No sólo con el 2 de octubre mexicano, sino con los sucesos de California, París, Madrid y Praga. El punto básico fue identificar qué cambios se dieron a nivel legislativo en los ámbitos nacional e internacional a partir de los movimientos referidos con un análisis de lo que se llamó “contracultura”, presente en el ambiente intelectual de la época. Nuestro propósito fue destacar el papel de los autores, fundamentalmente europeos, que constituían la lectura obligada de los cientos de jóvenes que tomaron las calles y adquirieron conciencia de su capacidad transformadora.
No hay que olvidar la fuerza del movimiento hippy y el efecto de obras como el Malestar en la Cultura de Freud o Eros y civilización de Marcuse, que llevaron a romper tabúes sexuales acompañados de los descubrimientos científicos que culminaron con la distribución de la píldora anticonceptiva que contribuyó a separar el placer sexual de la reproducción.
El sentimiento antibélico por la guerra de Vietnam se sumó a las reivindicaciones de derechos por parte de los afrodescendientes en Estados Unidos. El “Amor y paz” fue el lema de la época. También se iniciaba la lucha contra el desmedido consumo —sin imaginar hasta dónde llegaríamos después—, así como el reencuentro con la naturaleza y con el mundo místico de Oriente.
Del 68 derivaron derechos sexuales y reproductivos; ambientales; laborales y, fundamentalmente, los derechos políticos de los que hoy gozamos.
Aunque se hayan dado avances derivados del movimiento, hubiera sido deseable que no se derramara una sola gota de sangre en la plaza; sin embargo, una bengala se encendió en el cielo y vino “su efecto de relámpago” en palabras de Rosario Castellanos.
El martes próximo será 2 de octubre y, como siempre, será un día para recordar. Como diría la gran maestra universitaria: “Duele, luego es verdad”.
Directora de Derechos Humanos
de la SCJN. @leticia_bonifaz