El 29 de diciembre pasado, Javier Marías escribió en El País un texto que llevó por nombre “¿Evitar a las mujeres a toda costa?“”, que tuvo como objetivo señalar los efectos negativos —según el autor— del #MeToo y los excesos de la llamada cuarta ola del feminismo que va a llevar a que, en Occidente, las relaciones entre hombres y mujeres sean parecidas a las de separación y exclusión que prevalece en el mundo islámico. Así como se lee.

Revisé otras publicaciones de Marías y vi que el tema no es nuevo. Sus embates contra la cuarta ola del feminismo han sido constantes, sistemáticos y plagados de adjetivos. De manera extraña, Marías, en un artículo que intituló “¿No tan mujer?”, señaló que el feminismo en sus tres olas anteriores “anduvo sobrado de razón, fue digno, estimulante, argumentativo, a menudo inteligente y rara vez contradictorio” y que por ello “mereció el apoyo de gran parte de la sociedad que celebró sus éxitos como conquistas de todos”. Su enojo es con el feminismo de hoy.

Desde mi punto de vista, la cuarta ola responde a las condiciones actuales y demuestra que fue insuficiente el esfuerzo desplegado durante las tres anteriores. Hay muchas situaciones que, aunque no son nuevas, hoy pueden ser nombradas y visibilizadas; sin embargo, Javier Marías también rechaza las nuevas denominaciones. En un artículo del 16 de diciembre pasado, escribió sobre: “Palabras que me impiden seguir leyendo”. El País resaltó como idea central que “cada época sufre sus modas y sus plagas y lo penoso es que éstas son abrazadas acríticamente o con papanatismo por millares de personas que las repiten machaconamente como papagayos hasta la náusea”. ¿Los argumentos necesitan de la ofensa? Le preguntamos a Marías.

Una de las palabras que a decir del autor “le atraviesan los ojos y los oídos es el espantoso empoderar y sus derivados…”. ¿Le molesta la palabra o la acción? Como todos sabemos, empoderar se ha usado en el feminismo como la acción en la que las mujeres toman conciencia de situaciones de desigualdad u opresión y alzan la voz sin miedo, usualmente acompañadas en el proceso de otras mujeres u hombres. La Real Academia Española, a la que Marías pertenece desde 2006, ha señalado que empoderar tiene dos acepciones: 1) Hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido, y 2) Dar a alguien autoridad, influencia o conocimiento para hacer algo. En español no existía la palabra y se tomó del inglés empowerment que significa “la acción de dar a alguien el poder o autoridad de hacer algo” o “la acción de dar a alguien más control sobre su propia vida o de una situación en la que se encuentre”.

Detrás del #MeToo que critica Marías, hubo, sin duda, un empoderamiento que empezó a ser contagioso. Mujeres que no se atrevieron a hablar en su momento, lo hicieron cuando vieron que otras alzaban la voz y podían describir las acciones e identificar las situaciones de poder asimétrico en el que se encontraron.

Lo grave del más reciente artículo de Marías es que culpa a las mujeres que iniciaron “el alabado movimiento del #MeToo y sus imitaciones planetarias” de provocar “una catástrofe de la que se declararán inocentes.” Dice: “Las cosas se han exagerado tanto que empiezan a producirse, por su culpa, situaciones nefastas para las propias mujeres a las que se pretendía defender y proteger”.

Qué bueno que mujeres empoderadas comenzaron a hablar y si algunos, como en los ejemplos de Marías, hoy prefieren no contratar a mujeres, lo hacen porque encontraron un nuevo pretexto. El reto es entender que las mujeres podemos decir “No, no me gusta, no quiero o me incomoda”, sin consecuencias de despidos o freno de una carrera profesional. El punto es continuar con la construcción de la nueva relación —sin dominación— entre sujetos iguales.


Directora de Derechos Humanos de la
SCJN. @leticia_bonifaz

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