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La noticia de que las niñas y niños de la Ciudad de México podrán elegir usar lo que se llamó uniforme neutro ocupó un importante espacio de discusión esta semana. La medida beneficiará esencialmente a las niñas que podrán optar entre usar falda o pantalón y no obligatoriamente falda.
Cubrirse el cuerpo nació como una necesidad de los seres humanos frente a las inclemencias del tiempo. Las pieles de los animales fueron el primer insumo y, más adelante, como parte de la cultura, comenzó a desarrollarse el tejido de distintas fibras para confeccionar la ropa. En el origen, no estaba diferenciada en atención al sexo de quien la portaba.
Las primeras diferenciaciones tuvieron que hacerse por la necesidad de movilidad para la guerra. Los romanos acortaron las túnicas de los griegos. A los celtas se atribuye el invento del pantalón. Después de los viajes de Marco Polo, en occidente se comenzaron a usar las sedas de oriente y los trajes de mujeres y hombres comenzaron a tener diferencias marcadas. Aunque debajo del vestido y el pantalón -a la rodilla- tanto hombres como mujeres cubrían sus piernas con mallas y se usaba el encaje en la ropa de ambos.
Los voluminosos vestidos de las mujeres tuvieron que modificarse y hacerse más prácticos con su inclusión en el medio laboral. El largo de la falda se volvió motivo de “honorabilidad y respeto” y, desafortunadamente, hasta hoy en día, el largo de la falda se ve como inversamente proporcional al nivel de riesgo de una agresión.
Las primeras mujeres que se atrevieron a usar pantalones en el siglo XIX fueron mal vistas. Incluso, en Estados Unidos, se promulgaron, a partir de 1848, leyes locales que prohibían una vestimenta “que no correspondía al sexo”: crossdressing.
Emma Snodgrass fue arrestada en repetidas ocasiones por atreverse a usar pantalones. Cuando le preguntaron por qué lo hacía respondió: con pantalones tienes más derechos, un mejor salario, por ejemplo.
Montar a caballo, andar en bicicleta, subir y bajar de los distintos modos de transporte, hacer deporte, requirieron de ajustes en la forma de vestir de las mujeres. Desde los años 70 el uso de los pantalones quedó normalizado.
En 2011, llegó a Tribunales el caso de un grupo de enfermeras de Cádiz que buscaba igualdad respecto de la ropa de los enfermeros. Ellos cubrían sus jornadas con ropa cómoda y sencilla y ellas tenían que usar falda, delantal, medias y cofia. El Tribunal Supremo de España les dio la razón.
El desarrollo de las fibras sintéticas ha contribuido a lograr mayor comodidad en el movimiento. La ropa deportiva es ejemplo de ello y es también la que menos diferencias presenta en función del sexo. Hoy, hombres y mujeres usan licras en el gimnasio o para la práctica del ciclismo o el atletismo.
En el caso de los niños y niñas, el día que en la escuela toca deportes se igualan para la movilidad. En los otros días, muchas niñas, para correr, saltar o subirse a los juegos necesitan llevar licras debajo de las faldas o practicar habilidades para que la prenda no estorbe.
La discusión sobre el uniforme neutro mostró mayores prejuicios respecto de la sola posibilidad de que un niño pudiera elegir una falda. Esto sería perfectamente normal con el kilt en Escocia, el pareo tahitiano, el lava lava de la polinesia, la fustanela de griegos y albanos, el sarong en algunas partes de Asia o la túnica de los lacandones en Chiapas.
Pensar que la definición de la sexualidad depende de la ropa es considerar que nuestra esencia se define por la envoltura de nuestros cuerpos.
Los códigos del vestir son construcciones sociales que varían en tiempo y lugar. Son convencionalismos removibles. La forma de vestir debe quedar, desde la infancia, en la esfera de la libertad individual. Es parte del libre desarrollo de la personalidad.
Catedrática de la UNAM.
@leticia_bonifaz