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A unos días de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, voy a referirme al debate que ha encontrado espacio en este diario sobre los cambios necesarios en El Colegio Nacional para lograr mayor inclusión de mujeres.
El Colegio Nacional es una institución del siglo XX. Fue fundado hace 75 años. En el decreto de creación se fijó como su objeto: “impartir por hombres (sic) eminentes, enseñanzas que representen la sabiduría de la época… para fortalecer la conciencia de nación perpetuada en generaciones sucesivas de personas relevantes por su ciencia y virtudes!”.
Se podría justificar que sus primeros integrantes hayan sido sólo hombres porque se tomó en cuenta una carrera que se desarrolló en la primera mitad del siglo pasado y, en esa época, aún sin ciudadanía, muy pocas mujeres pudieron despuntar en las áreas de interés de El Colegio no por sus capacidades y talento, sino por las condiciones estructurales que impedían su desarrollo igualitario.
La primera mujer ingresó 42 años después de fundada la institución: Beatriz de la Fuente. Las otras tres hoy integrantes fueron admitidas recientemente: 2006, 2007 y 2017.
Ha trascendido que al interior de la Institución se está discutiendo el tema. En lo personal, soy optimista porque algunos de sus integrantes fuera de El Colegio han mostrado no sólo apertura y comprensión de los temas de género, sino deseos de incidir en el cambio.
El relevo generacional ha mostrado mayor presencia de El Colegio y mayor impacto en su tarea de difusión de la cultura, su razón de ser.
Me preocupa que se quiera colocar a la Institución en el banquillo como para declararla culpable o inocente de reproducir modelos patriarcales. No se trata de repartir culpas, sino de pensar acciones afirmativas y cerrar la brecha existente en el menor tiempo posible.
Si El Colegio es el reflejo de lo que pasa en el país, hay que tomar en cuenta que no hay correspondencia entre su integración actual y la presencia de mujeres en Instituciones Académicas de prestigio.
Al revisar el número de investigadoras en los Institutos de la UNAM, por ejemplo, encontramos que: en Biomédicas, 55% son mujeres; Estéticas 55%; Sociales 54%; Históricas 52%; Antropológicas 51%; Geología 45%; Económicas 43%; Geografía 43%; Jurídicas 42%; Química 41%. La brecha se abre en Geofísica 30%; Astronomía 28%; Ingeniería 22%; Matemáticas 21% y Matemáticas Aplicadas 14%. Más allá de lo cuantitativo, hay aspectos cualitativos en los productos de investigación que ya hubieran ameritado reconocimiento desde hace décadas.
Puedo pensar que la propuesta de constituir un Colegio Nacional de mujeres y luego fusionarlo con el actual tuvo más bien un fin de provocación, pero el punto es que tratándose de una institución que recibe recursos públicos, la representación debe ser igualitaria. No puede triunfar la inercia ni se puede ver como un logro que se haya triplicado el número de mujeres de una a tres. El Colegio ha tenido en su historia 102 miembros y sólo cuatro han sido mujeres (menos de 4%).
Una comunidad cultural al servicio de la sociedad no puede perpetuar una práctica que escatima la presencia de mujeres destacadas estructuralmente excluidas. Cabe precisar que la integración de mujeres no es un fin en sí mismo. Que académicas destacadas en el ámbito de la ciencia y la cultura tengan voz en este espacio privilegiado, seguramente incidirá en los temas relevantes de la agenda nacional y también tendrá impacto en el futuro de las niñas que aspiran a ser científicas o a desarrollarse en el ámbito de la cultura.
¿Qué mensaje se manda a la sociedad cuando la élite del pensamiento no reconoce las aportaciones de las mujeres? El esquema de exclusión no puede perpetuarse en perjuicio de las generaciones sucesivas.
Directora de Derechos Humanos
de la SCJN. @leticia_bonifaz