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Me enteré con emoción que Alexa Moreno ganó el bronce en el campeonato mundial de gimnasia en Doha, Qatar. La bajacaliforniana coronó así una vida de esfuerzos, tesón y renuncias, al mismo tiempo que calló a quienes se burlaron de ella por estar fuera del prototipo de la belleza occidental en la Olimpiada de Río.
Hace 50 años, en el México 68, hubo dos figuras femeninas inolvidables en la gimnasia: Vera Cáslavska, una rubia checoslovaca de 26 años —que venía de triunfar en Roma y en Tokio— y que terminó ganando, además de múltiples medallas, el corazón de México por su boda en la Catedral Metropolitana. La otra gimnasta fue la soviética Natasha Kuchinskaya quien, con la frescura de sus 19 años y el CCCP en la espalda, también conquistó medallas y la admiración de las niñas de entonces que intentábamos emularla.
Pasaron dos juegos olímpicos y la perfección llegó a Montreal con Nadia Comanecci, la rumana de 15 años de edad, entrenada por el legendario Béla Karólyi. La edad promedio de las gimnastas había disminuido y Rumania era el nuevo equipo campeón en el all around con jovencitas, casi niñas, que retaban a la gravedad y a sus propios cuerpos.
Si en el 68 muchas niñas quisimos ser Natasha, en el 76 todas querían ser Nadia. Vinieron documentales de lo difícil que fue para ella encarnar la perfección y mantenerse en la cima cuando su cuerpo comenzó a mostrar la maduración propia del crecimiento.
La Olimpiada de Los Ángeles 84 tuvo como novedad el triunfo de la estadounidense Mary Lou Retton, la pequeñita de 1.45 metros de estatura, con una complexión diferente a los alargados músculos de las rumanas.
La primer gimnasta afrodescendiente parte de un equipo olímpico fue Luci Collins quien, desafortunadamente, no participó en Moscú 80 por el boicot a los juegos. Siguieron Dominique Dawes y Betty Okino, hasta llegar a la campeona actual, la impactante Simone Biles, figura central de la gimnasia en la Olimpiada de Río y que hoy cuenta con 21 años de edad.
A principios de este año y como consecuencia del Me too, Biles, junto con más de 100 gimnastas, acusaron al doctor Larry Nassar de haber cometido abusos sexuales contra ellas. Todas habían guardado silencio y rompieron en llanto frente a las cámaras de televisión ante un agresor impávido al que la justicia, aunque tarde, afortunadamente ya lo alcanzó. Biles escribió entonces: “ya no tengo miedo a contar mi historia”.
Biles estuvo la semana pasada en el podio y, a su lado, visiblemente emocionada, estaba nuestra mexicana de bronce: Alexa Moreno, quien dejó atrás los comentarios ofensivos que se multiplicaron en las redes y que ella leyó el día siguiente de su participación en Río, justo el día de su cumpleaños 21. Ella respondió con un “Soy mexicana y luzco como mexicana”.
Alexa es una mujer empoderada que ha creído en sí misma y que convirtió su coraje en nuevo impulso. La fuerza de sus músculos y su elasticidad la llevaron al impresionante salto de caballo que la catapultó al reciente reconocimiento mundial.
Hay que recordar que en la última encuesta Enadis 2017 en México, la mayor discriminación se sigue dando en atención a la apariencia física que incluye tono de piel, peso o estatura, forma de vestir o arreglo personal. Es importante poner este dato por el reto de transformación que tenemos enfrente. Alexa es sólo un botón de muestra. (Lo fue en su momento Mará José Alcalá en los clavados).
Parecería que el deporte está exento de los problemas “de fuera”; sin embargo, basta ver el último medio siglo en la gimnasia para comprobar que es una caja de resonancia. Biles y Alexa han contribuido a romper barreras y estereotipos y serán ejemplo de muchas niñas.
Alexa lleva en su apellido el color de nuestra piel y en su segundo nombre —Citlali— la estrella que la acompaña.
Directora de Derechos Humanos
de la SCJN. @leticia_bonifaz