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A diferencia de lo que dice Sabina en Eclipse de mar (el diario no hablaba de ti) no ha sido grato que el diario hablara de mí y menos de mi salida del noticiero radiofónico que dirigí casi 18 años. Dejo atrás la satisfacción de haber formado (o contribuido a desarrollar) a un gran equipo que me dio la inusual fortuna de ser (rabiosamente) feliz en mi trabajo. La radio tiene algo que provoca felicidad a quienes la viven, es la quintaesencia del diálogo y el diálogo es (lo decían los clásicos) la forma más genuina de ampliar la reflexión; pensamos solos, pero construimos razón hablando. La radio moderna necesita de muy poco para ser atractiva, simplemente ser independiente, genuina y por eso es adictiva y prometedora. Así era la tertulia política. La radio de la nueva generación es el medio que mejor convive con la revolución digital porque sigue siendo un emisor potente de contenidos que interactúa en tiempo real con las redes sociales. El cerca de un millón de impresiones de mi tuit de renuncia y la (para mí inolvidable y consoladora) forma en que se trató mi salida en el ciberespacio, hablan de una realidad tecnológica que da a la radio una enorme vitalidad. Espero muy pronto regresar al cuadrante.
Más allá de lo personal, que no deja de ser una anécdota, me parece que hay cuatro circunstancias que mi salida de Enfoque permiten ver con gran claridad.
La primera es la reacción de una sociedad que pide (y premia) la integridad y la congruencia. Hacer lo que dicta tu conciencia y poder decir al dueño de tu compañía que nunca recibiste un soborno, es algo que la gente me ha hecho notar. El mérito no es mío, yo cumplí con mi deber, sino de una sociedad que está pidiendo a gritos que todos quienes tenemos alguna (grande o minúscula) responsabilidad pública hagamos lo que creemos correcto. Nuestra sociedad premia la integridad y reconoce que no todo puede tasarse en pesos y centavos. El alma nacional no está dañada por la venalidad de sus élites. El futuro es prometedor.
La segunda es que las audiencias tienen derechos. Asombra comprobar la cercanía que la radio despierta, la gente le toma afecto a programas y no quiere que se les prive de ellos sin una explicación fundada. La propiedad (en concesión) no autoriza a sus dueños a decidir sin explicar. Pueden decidir, pero deben fundar y explicar sus decisiones, sobre todo cuando implican un bien público que es la deliberación amplia y el régimen de libertades. Una decisión (empresarial) puede tener un impacto no deseado (como es el caso) en la conversación nacional.
La tercera es que los medios han crecido en importancia y algunos mantienen una gestión familiar (no profesional) de tecnoestructuras cada vez más complejas. La propiedad y la dirección en la misma (e indivisible) persona te garantizan sumisión y cortesana cautela de los subalternos, pero no te asegura una saludable toma de decisión. Cuando un hombre (bueno, incluso muy bueno) decide en solitario (sin órganos colegiados, consejos o juntas directivas) puede dañar mucho más de lo que cree a su compañía y crear problemas en otros ámbitos. Profesionalizar la gestión es urgente.
La cuarta y más importante. No puedo afirmar que alguna presión gubernamental provocara mi salida (producto de mi rechazo a descarrilar la mesa política). Sin embargo, hay un ecosistema que inhibe un desarrollo autónomo de los medios y es la dependencia (producto de la gestión no profesionalizada) de la publicidad gubernamental. Los medios fuertes tienen un adecuado balance (financiamiento privado/público) para resistir presiones. Sin embargo, cuando tu subsistencia depende del dinero público, dejas de hacer periodismo y pasas a hacer relaciones públicas. Tu objetivo es quedar bien, no informar lo que ocurre y, perdón, pero creo que la concesión de un bien público es para hacer una república fuerte y saludable, no solo para ganar dinero.
El Presidente Peña planteó en uno de su primeros manifiestos que debía transparentarse el manejo de la publicidad oficial a través de un órgano técnico y ciudadano. No puedo coincidir más con él. Si mi caso y el de la tertulia no fue por producto de presiones, un órgano así permitiría diluir todas las suspicacias. La salud e integridad de la deliberación democrática depende (entre otras cosas) de romper ese tentador vínculo del que nacen creaturas que no benefician el interés público.
Agradezco con humildad todas la muestras de apoyo (empezando por esta casa EL UNIVERSAL) de colegas, instituciones y público en general; son cosas que se lleva uno puestas de la vida y a usted amable lector le pido que hoy, como siempre, sea rabiosamente feliz, se lo merece.
Analista político.
@LeonardoCurzio