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Leonardo Curzio, María Amparo Casar y Ricardo Raphael son estimables y respetables colegas con los que me precio de haber compartido espacios en distintos momentos. La renuncia de Curzio a su noticiero de radio por razones de censura ha generado con razón molestia, indignación y alarma entre comunicadores y analistas. La democracia exige libertad de expresión, pues es parte del entramado que permite la rendición de cuentas de quienes están en el poder; previene el abuso de poder, ayuda a la denuncia y estimula el debate sobre las propuestas y decisiones de la clase política. Alexis de Tocqueville, esmerado estudioso de la democracia norteamericana del siglo XIX, decía sobre la prensa: “Es ella la que con ojo siempre vigilante pone sin cesar al descubierto los secretos resortes de la política, y obliga a los hombres públicos a comparecer alternativamente ante el tribunal de la opinión”. Lord Northcliffe, quien fue propietario de The Times de Londres, definió con ironía a la noticia como “Aquello que alguien, en alguna parte, quiere ocultar”. Y el otrora director ejecutivo de la agencia Associated Press, Walter Meras, resumió la relación entre los gobernantes y la prensa en una democracia: “Es asunto de ellos conservar secretos. Nuestro trabajo es descubrirlos”.
Por todo lo cual los poderosos desearían medios sometidos que contribuyan a darles legitimidad en lugar de cuestionarla, que respalden animosamente sus decisiones y propuestas, que oculten sus abusos de poder en lugar de descubrirlos. Esto ha sido siempre así y lo seguirá siendo. La prensa libre es una piedra en el zapato de los políticos y gobernantes. De ahí la tensa relación entre esos poderes. La imprenta inventada por Johannes Gutenberg fue de inmediato puesta bajo custodia de las monarquías absolutas que se atribuyeron su ejercicio monopólico. Y el cardenal Wolsey, ministro de Enrique VIII de Inglaterra, recomendaba: “Debemos destruir la prensa o la prensa nos destruirá a nosotros”. Napoleón dictaba, en ese mismo sentido: “La prensa debe estar en manos del gobierno, debe ser un poderoso auxiliar para hacer llegar a todos los rincones del imperio las sanas doctrinas de los buenos principios. Abandonarla a sí misma es dormirse junto a un peligro”. Y agregaba, “Tres diarios adversos son más temibles que mil bayonetas”.
La tentación permanente de los poderosos es censurar la prensa crítica (y alimentar la prensa dócil). De nuevo, Tocqueville: “En un país donde rige ostensiblemente el dogma de la soberanía del pueblo, la censura no es solamente un peligro, sino un absurdo inmenso. Cuando se concede a cada uno el derecho de gobernar a la sociedad, es necesario reconocer la capacidad de escoger entre las diferentes opiniones que agitan a sus contemporáneos”. Y con su proverbial pragmatismo, Maquiavelo defendía la libre expresión como pilar de la república: “Nada contribuye más a la estabilidad y firmeza de una república como organizarla de suerte que las opiniones que agitan los ánimos tengan vías legales de manifestación... porque cuando esas antipatías no tienen medios ordinarios de expresión, se apela a los extraordinarios, arruinando la república”.
La censura al equipo de Curzio confirma que quien desea presentarse como un nuevo partido, renovado y moderno, en realidad sigue arraigado en un pasado que no puede superar. Y paradójicamente eso fortalece a sus opositores. En mala hora. Y otros esperan y suponen que un eventual triunfo de López Obrador garantizará la libertad de expresión, según él mismo promete: “Nadie será censurado o perseguido por su manera de pensar, haremos valer el derecho a disentir”. Pero no son pocos los que sospechan que él también podría ceder a la tentación de censurar, dada la intolerancia que suele mostrar ante la crítica y el cuestionamiento. Urge pues blindar a los medios de la presión del gobernante en turno, del partido que sea, a través de una comisión ciudadana y neutral que distribuya los fondos públicos destinados a la comunicación política (según ofreció, pero no cumplió Peña Nieto).
Analista político.
@JACrespo1