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Enrique Cárdenas (a quien conozco hace décadas, aprecio y respeto profesionalmente) me comunicó hace semanas que podría ir como candidato a la gubernatura de Puebla bajo las siglas de Morena. Me extrañó, pues no ha tenido una carrera partidista, pero sobre todo porque sus posiciones no son propiamente de izquierda. Pensé que López Obrador buscaba enviar un mensaje de moderación a la iniciativa privada. Le dije a Enrique que celebraba su pre-candidatura por su trayectoria personal y profesional, y le pregunté si competiría con Miguel Ángel Barbosa a través de una encuesta como la que recién se había realizado en la Ciudad de México. Me respondió que sí habría encuesta, pero que Barbosa había declinado. Muchos analistas dieron por hecho que el candidato sería Cárdenas. Algo sucedió que la encuesta decidió inclinarse por Barbosa. No me extraña el giro. La dinámica política, diría Maquiavelo, no tiende a favorecer a los mejor intencionados. Cuando Barbosa se pronunció por López Obrador todos pensaron que lo hacía justo para competir por Puebla bajo una siglas más prometedoras que las del PRD. Pero muchos dentro del obradorismo emitieron una queja al respecto, pues Barbosa no les parecía alguien confiable. Por ejemplo, Luis Hernández Navarro escribió: “¿Puede la izquierda pasar por alto la trayectoria neoliberal de personajes como Miguel Barbosa y raza que lo acompaña? ¿Basta con que renuncien al PRD y se sumen a la candidatura de López Obrador a un supuesto movimiento anticasta para que se olvide su incondicionalidad hacia poderosas figuras del gobierno? ¿Esa es la vía para acabar con el pacto de impunidad que tanto daño le ha hecho al país?” (La Jornada, 4/04/17).
Ante el cuestionamiento de muchos sobre la falta de filtros en Morena para recibir adeptos, sin importar su trayectoria política ni personal, López Obrador señaló que pondría un filtro claro para aceptar a nuevos aspirantes: “Mucha gente ve que Morena ha crecido tanto que voltean a ver al partido como una idea de los puestos y los cargos, y lo que nosotros queremos no es eso. Lo que queremos es que… la gente quiera servir realmente a transformar el país”. (EL UNIVERSAL, 2/04/17). La pregunta era, ¿Cómo detectar cuándo los aspirantes a integrarse a Morena lo hacían por servir a México y cuándo por servirse de México a través de Morena? Si no buscaban un cargo de inmediato. John Ackerman respaldó ese criterio: “El hecho de que algunos de estos personajes han firmado el pacto de unidad hacia 2018 no implica que serán candidatos de nuevo... Se han subido muy tarde al barco de la esperanza y tendrán que esperar en la fila o, en su caso, demostrar por medio de un sólido trabajo cotidiano y un claro ejemplo de rectitud que merecen encarnar el proyecto de Morena en algún espacio de gobierno o de representación en el futuro” (La Jornada, 24/04/17).
Se suponía entonces que los recién llegados no tendrían candidatura de inmediato. El único criterio para saber quiénes se unían al obradorismo para “servir al país” y no en busca de cargos sería entonces que en mucho tiempo no serían candidatos. Con Barbosa parecía que ese criterio se cumpliría. Ahora cae por su propio peso. Los políticos que se acercan a Morena tienen probablemente en mente ser candidatos en el corto (cortísimo) plazo. Por lo cual el criterio que debía prevalecer para aceptar nuevos adeptos al movimiento obradorista no puede ser si buscan cargos o no, pues simplemente ya no se cumplió. El criterio debiera ser entonces la trayectoria ideológica, política y personal de los nuevos militantes, de modo que pudiera encumbrarse a gente con valía ética y profesional, y quizá congruente con la ideología morenista (el viejo nacionalismo-revolucionario del PRI previo a 1982). Viene después la defensa a ultranza que hace AMLO de un partido tan cuestionable como el PT, por ser su aliado, pese a los indicios de sus pillerías. Pese a todo eso, Morena insiste en ser puesto en un costal distinto al de los demás partidos, por su presunta congruencia y honestidad a toda prueba.
Analista político.
@JACrespo1