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Los historiadores no han logrado ponerse de acuerdo sobre la causa verdadera de la caída del imperio romano: un edificio a punto de derrumbarse que se cayó a la primera cuando los “bárbaros” tocaron a la puerta, dicen algunos; mientras que otros afirman que el imperio murió de muerte violenta, asesinado por los bárbaros. El único punto de acuerdo es que la caída coincide con la llegada de unos extranjeros, bárbaros o no; unos califican su entrada como “las grandes invasiones”, mientras que otros prefieren hablar de “migraciones de pueblos”.
Un fenómeno semejante a este que ocurrió en el siglo V, en Europa, lo estamos viviendo desde finales del siglo XX y lo vivirán cada día con mayor intensidad los que nacieron en el siglo XXI. Con cambios en la escala espacial y demográfica: es y será un conjunto de migraciones masivas en el mundo entero. Quién ve, escucha, lee noticieros puede pensar que es un problema reservado a los EU de Donald Trump y a la vieja Europa. Error. Si bien los muros y otras vallas deseados o levantados por los Trump y los dirigentes de Hungría, Austria, la República Checa, Italia, aclamados por las derechas extremas de Alemania, Francia, Inglaterra, Rusia, acaparan nuestra atención, no debemos olvidar la dimensión mundial del movimiento, debemos pensar que decenas de millones de personas migran y migrarán durante varias generaciones.
Y pensar que México está doblemente afectado por el fenómeno, como país de migrantes que, desde 1880 no ha dejado de “invadir” a EU, como país atravesado por “invasores” centroamericanos, caribeños y sureños. Nos quejamos de la patrulla fronteriza, de los gobiernos estadounidenses, de los polleros, pero expulsamos hacía el sur 400 mil “invasores” al año. Washington nos pide, exige cada día más, que sellemos nuestra frontera meridional. Cada día son más los que se quedan en nuestro país porque, con todos sus problemas, es un paraíso comparado con los infiernos de Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua. ¿Cuántos venezolanos habrán llegado a México? En el Cono Sur, Chile, Argentina y Uruguay reciben, les guste o no, “invasores” que vienen de los países andinos y de Haití.
Toda África está en marcha hacia los cuatro vientos y la escala de sus migraciones así como los pronósticos dan la dimensión del problema. Hace tiempo que las proyecciones demográficas nos anunciaron que la África subsahariana (perdón por la pedantería del calificativo geográfico, pero cierta hipocresía no permite hablar de África negra) sería el próximo gigante demográfico. Nos lo decía Pierre Chaunu en su seminario del año 1964-1965: 3 o 4 mil millones de habitantes para 2065. Faltan apenas cincuenta años para saber si tenía razón, pero todas las cifras van en ese sentido. Lo seguro es que tendrá una población superior a las de la India y China, si no ocurren desastres que nadie desearía. Cómo la situación económica y política del subcontinente africano no es buena; en muchas partes se parece a nuestra Centroamérica, y en otras el infierno es peor aún; como no es buena, la gente se va. Hacia Europa, primero. Una ganga para los polleros de la costa de África del Norte; por eso el Mediterráneo es la tumba de tantos “invasores” infelices. ¿Alguien o algo puede parar ese éxodo que arrastra por parejo varones, mujeres y niños?
El Medio Oriente, volcán en erupción permanente, ha lanzado hacia Europa, Turquía, Líbano millones de personas; no se puede ser optimista en cuanto a su futuro. En Asia, hay situaciones semejantes y, como en todas partes, los que buscan un horizonte mejor se topan con barreras, extorsiones, xenofobia. A esas alturas nadie se salva, y los departamentos de ayuda a los refugiados de la ONU están en bancarrota.
Frente a un fenómeno estructural y por lo tanto llamado a durar mucho, se necesita una estrategia a escala mundial. El sálvese quien pueda presente es miope y condenado al fracaso, las migraciones son imparables, pero hay que canalizarlas para evitar “la rebelión de las masas” en los países receptores.
Investigador del CIDE.
Jean.meyer@ cide.edu