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Por fin, la igualdad de género es un tema prioritario en la agenda política y social. La presión ejercida por los actuales movimientos #MeToo y Time’s Up, que revelaron el carácter sistémico del acoso, la violencia y la desigualdad de género, lo ha convertido en una problemática que sencillamente no es posible seguir pasando por alto.
La OCDE ha promovido la igualdad de género durante décadas. Muchos países se comprometieron a seguir nuestras Recomendaciones en Materia de Equidad de Género, dirigidas a alcanzar este propósito. Asimismo, nuestra labor en el G7 y el G20 rindieron frutos, como la meta de incrementar en 25% la participación de las mujeres en el mercado laboral para 2025. Sin embargo, en nuestro nuevo informe La lucha por la Igualdad de Género: Una Batalla Cuesta Arriba, se señala que a los países aún les queda un largo camino por recorrer.
Mexico tiene uno de los resultados más bajos en esta materia. Las mujeres son el recurso más infrautilizado en México: en 2016, apenas 47% de las mujeres en edad productiva trabajaban, en comparación con el promedio de 82% de los hombres mexicanos y 67% de las mujeres de los demás países de la OCDE. Además, sus empleos son informales y ofrecen escasa seguridad social. Ello afecta la productividad, reduce la seguridad financiera y a menudo genera pobreza. En el estudio de la OCDE Construir un México Inclusivo: Políticas y Buena Gobernanza para la Igualdad de Género se señaló que reducir a la mitad la brecha de género en la participación en la fuerza laboral aumentaría el PIB per cápita de México en alrededor de $1100 dólares por persona al año. Resultados como este tienen sentido, tanto desde la perspectiva económica como la moral.
Otros factores, como el embarazo adolescente y los matrimonios infantiles, ejercen un sensible impacto en los logros de las chicas. La problemática de las madres solteras tiene que ponerse en la agenda de prioridades del país. La violencia contra la mujer es también extremadamente alta: 63% de las mujeres mexicanas mayores de 15 años han sido víctimas de violencia y muchos de estos delitos no se denuncian.
Hay que reconocer, no obstante, que ha habido progreso sustantivo en el marco legal y de políticas de promoción y protección de la mujer, particularmente promovido por INMUJERES. Se está trabajando para restablecer el equilibrio. El reforzamiento de los servicios en el área de la atención infantil; la puesta en vigor del ciclo preescolar obligatorio o el Programa de Estancias Infantiles para Apoyar a Madres Trabajadoras, de la SEDESOL, permiten que las mujeres trabajen. Las cuotas de género y la promoción de liderazgo femenino en el gobierno también están dando resultados. México es primer lugar en la OCDE en representación femenina en el Congreso, lo que muestra que los objetivos duros tienen resultados y son recomendables para romper la inercia y la inacción.
Sin embargo, es necesario adoptar otras medidas: la demanda de educación y atención en la primera infancia supera la oferta y a menudo su calidad es deficiente. Las cuotas de género ayudaron a aumentar el número de diputadas en la legislatura nacional, pero en el liderazgo corporativo casi no hay mujeres: en 2017, solo 4.7% de las empresas grandes de México tenía más de tres mujeres en su consejo de administración, en comparación con 47% en los demás países de la OCDE.
Entonces ¿qué hay que cambiar? En primer lugar, la forma como se plantea este problema. No es una cuestión de mujeres. Es una cuestión de construir sociedades más balanceadas en donde velar por la familia y sus necesidades diarias es una tarea compartida. En donde el mercado laboral no impone jornadas inhumanas de largas horas que no permiten equilibrar las diferentes funciones de padres y madres. En donde existen licencias de paternidad y maternidad suficientes y con los incentivos para tomarlas. Es necesario también igualar los salarios de hombres y mujeres; en México la brecha de ingreso mensual de 16.7% es mayor que el promedio de la OCDE de 15%.
No obstante, si bien las medidas de política pública ayudan, lo que resulta más arduo cambiar son las actitudes inequitativas profundamente arraigadas: el sexismo y la misoginia persisten en la sociedad mexicana. Tenemos que combatir los estereotipos y las normas de género. Esto empieza con la educación de niños y niñas desde los primeros años; por ejemplo, garantizar que los libros de texto no reflejen estereotipos de género, para así prevenir que materias como matemáticas y ciencias se perciban como exclusivas para los hombres. La iniciativa de la OCDE y la Secretaría de Educación Pública NiñaSTEM PUEDEN ha alentado a las niñas a realizar estudios en las áreas de ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas. Asimismo, hay que considerar la función de los medios, que en México contribuyen a perpetuar los estereotipos, la desigualdad y el rol “tradicional” de la mujer.
Aun con este panorama, mi visión es optimista: la juventud mexicana es más progresista en lo que respecta al papel igualitario de la mujer en la sociedad y se ha demostrado que las actitudes evolucionan con el tiempo. Pero México no puede esperar a que llegue otra generación para no ser tan desigual; el cambio tiene que empezar ahora.
Con las campañas para la elección presidencial en pleno apogeo, espero que el tema de género ocupe un lugar prioritario en las agendas de los candidatos. Porque algo hay que cambiar para liberar el potencial sin explotar de la mitad de la población; ello aportará beneficios económicos, pero también mejorará el bienestar de millones de personas.
Directora de la OCDE y sherpa ante el G20