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En la espesa selva de la Sierra de Zongolica, la inseguridad se ataca con una organización social indígena infranqueable, usos y costumbres arraigados, ciudadanos comprometidos por el bien común y, sobre todo, con piedras, resorteras y machetes.
Hombres y principalmente mujeres náhuatl vigilan día y noche las 158 comunidades que componen Zongolica, una región enclavada en la zona montañosa central de Veracruz habitada en 90% por pueblos originarios.
Apartados de la violencia, de las armas de grueso calibre y de algún atisbo de rebelión hacía la autoridad, desde hace 10 años los pobladores conformaron guardias comunitarias que hoy la integran cerca de mil personas; 40% son mujeres. Se trata de grupos dentro de la ley, con una organización conforme a sus usos y costumbres y cuyos integrantes son elegidos por los propios pueblos.
“Aquí no hay asaltos ni mucho menos presencia del crimen organizado”, afirma Liborio Panzo Sánchez, habitante de la comunidad Chicomapa Uno y orgulloso integrante de las guardias. Explica que cada localidad tiene una comisión de cuatro o cinco personas que son electas por asamblea.
Conciencia
Zongolica, con sus 60 mil habitantes, ni siquiera figura dentro de los parámetros de los índices de inseguridad del país y ello no se debe a alguna de las estrategias de seguridad de los gobiernos federal, estatal y municipal. Más bien, obedecen a la conciencia y cuidado de los pobladores.
“Saben que si se meten a tratar de cometer un delito, serán detenidos y entregados a las autoridades”, advierte Panzo.
Carecen de recursos económicos y ni pensar en armas de fuego como las de los policías o los narcotraficantes, pero su valentía y coraje los han hecho unirse como pueblo para defenderse y mantener la tranquilidad de una región selvática, que antaño era sinónimo de guerrilla.
En la década de 1980 y 1990, en la región fueron detenidos integrantes de guerrillas como del Ejército Popular Revolucionario y del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI), pero la llegada de una base militar y la atención social en una de las regiones más paupérrimas acabaron con una posible rebelión.
La comunidad de Liborio colinda con algunas del municipio de Tezonapa, ciudad donde frecuentemente hay asaltos y homicidios ligados al crimen organizado, pero su presencia ha sido una barrera infranqueable.
“Hemos detenido a varios personas, asaltantes principalmente. Los delincuentes tienen temor de acercarse porque saben que si entran y quieren cometer algún delito, serán detenidos y entregados a la policía”, dijo.
Dos horas y media de camino dividen a esta comunidad, la última del municipio, con la cabecera municipal, colindante con Tezonapa y con Puebla. “Era imposible que llegara la policía, a cada rato ingresaban y nos robaban hasta por 50 pesos. Entonces decidimos organizarnos y defendernos. No hay armas de grueso calibre, quienes portan arma son centrales, sólo hay machetes y resorteras”, agregó.
Remuneración
La labor de los hombres y mujeres, éstas últimas con su vestimenta indígena, ha dado tan buenos resultados que el alcalde electo, Juan Carlos Mezhua Campos (PAN-PRD), quien tomará protesta el 1 de enero, anunció que no sólo otorgará herramientas y capacitación, sino también un salario a los guardias.
“Vamos a plantear que Zongolica sea un ejemplo para nuestro país, de cómo la gente puede cuidarse. Seremos punta de lanza”, afirmó el hombre de origen náhuatl y cuyos padres son campesinos de Atexoxocuapa.
Se solicitará, adelantó, que las secretarías de Seguridad Pública y Protección Civil estatal capaciten a los integrantes de estos cuerpos de vigilancia que han logrado mantener a raya los robo, pleitos e incluso asesinatos. Consideró que las guardias comunitarias no deben causar miedo. “Hacen el ejercicio público y social de la seguridad en las comunidades, son una buena contribución que puede aceptar el pueblo veracruzano y de México para resolver de una vez por todas el tema de la seguridad”, dijo.
Los caminos de la valentía
Los caminos sinuosos llevan hasta Zongolica. A casi 2 mil metros sobre el nivel del mar la vegetación es basta. El bosque con sus especies de cedro, palo mulato y guarumbo generan una sensación de sombra permanente. Los tepezcuintles, conejos, tejones, mapaches, ardillas, zorros y tlacuaches deambulan de un lugar a otro. Los cultivos de maíz, frijol, café, caña de azúcar, así como las leguminosas sobresalen en las montañas agrestes. El haba y el chícharo emergen entre las matas de maíz.
Desde aquí, un puñado de mujeres ejerce de autoridades en seguridad. Con sus faldas en color negro, sus blusas coloridas y armadas con un machete, forman parte de las guardias.
“Las mujeres tienen que ser valientes”, sentencia Carmela Quicahua Vázquez, vecina de la comunidad de Tlanecpaquila, quien se autodefine como ruda.
Con sus trenzas colgando sobre sus hombros, afirma que además de evitar ilícitos, también impiden que sea despojados de sus tierras. “Estamos aquí para defender las cosas como son, no debemos dejarnos manipular”, dice. El principal problema que afecta a la comunidad es el despojo de sus tierras.
El sonar de un cohete alerta a la población y los ubica de dónde está el problema, entonces hombres, mujeres y ancianos salen a la calle a realizar sus tarea de mantener el orden. “No usamos la violencia, pero sí protegemos nuestras tierras y a los nuestros”, insiste.
A 100 kilómetros de distancia de Xalapa, la capital de Veracruz, Zongolica se encuentra en medio de la sierra, por un lado los municipios de Tequila, al este por Tezonapa, al sur por el estado de Puebla y al oeste por Mixtla y Los Reyes. El campesino Ligio Sergio Mazagua Panzo, de la comunidad de Tlanecpaquila, recorre a diario la carretera Zongolica-Córdoba.
Al ser un paso obligatorio, recuerda, a los delincuentes se les hacía fácil ingresar y cometer delitos. “Llevo nueve años participando como guardia, la misma gente nos elige”, afirma.
Para Mezhua Campos, en Zongolica lo único que existe es gente noble y organizada que merecen el respaldo oficial por su labor.