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“¿A dónde van?”. La voz dura del indígena rarámuri resuena con autoridad, pero ni siquiera esa mirada profunda y la voz fuerte tienen tanto impacto en los visitantes como los 14 o 15 jóvenes armados que están parados atrás de él.
Es la entrada al Pueblo Mágico de Batopilas, en Chihuahua, que fue designado así por Felipe Calderón en 2012, al parecer más por reivindicar el lugar que vio nacer a Manuel Gómez Morín, que por mejorar la calidad de vida de los habitantes. Esta comunidad enclavada en la sierra tarahumara, en algún tiempo uno de los sitios más prósperos del país, hoy es controlada cotidianamente por el narco.
El retén de vigilancia se ubica antes de ingresar al pueblo; los jóvenes portan uniformes tipo militar color negro y un fusil de asalto en la espalda. Casi todos son indígenas, sus rasgos lo revelan. Los más chicos apenas tendrán unos 15 años, los mayores quizá superan los 20.
Algunos residentes dicen que son del Cártel de Sinaloa; otros señalan que es un grupo independiente que opera de forma regional. Es difícil saberlo. Los lugareños no se interesan mucho en conocer la estructura del grupo; la gente sólo sabe que aquí no pasa nada sin que “ellos” lo aprueben, y que la autoridad formal es sólo para llevar trámites del municipio, el verdadero poder en Batopilas es el narco.
“Son buenos, en realidad ayudan mucho a la gente, y aquí no tenemos inseguridad. Ellos cuidan que no pase nada, no tenemos robos, ni pleitos, cualquiera que se salga del corral lo meten en cintura”, dice un anciano de la comunidad, consciente de que las armas que portan los integrantes del grupo son para “defender” su territorio, no para agredir a los nativos.
Fundado en 1708, este antiguo pueblo minero fue la segunda comunidad en el país en tener luz eléctrica, debido a la bonanza que tuvo entre 1800 y 1900, aunque después vino la decadencia y se transformó en una de las zonas más pobres de México, considerada con niveles de pobreza similares a los de las regiones más pobres de África. Actualmente es el cuarto municipio en el país con menor Índice de Desarrollo Humano, según cifras del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en México, “con condiciones de desarrollo similares a las de Zimbabue”.
Paraíso prohibido. El paisaje es indescriptible, cautivador. Sus edificios son coloniales y la mayoría de los indígenas conservan casi intactas sus costumbres. Pero su lejanía de la capital, lo intrincado del camino para llegar, y sobre todo la fuerte presencia del narcotráfico, mantienen a Batopilas como un lugar prohibido, al que sólo se puede llegar con permiso del grupo criminal.
“Me dan mucho miedo. Es puro lepe, tendrán unos 16 años y andan bien locos [drogados]; no los puedes ni voltear a ver porque si les parece mal, se encabronan y te disparan, les vale madre”, comenta un funcionario de gobierno, quien estuvo en la zona por cuestiones de trabajo y asegura que jamás habrá de regresar.
El encargado de un hotel confirma que la policía local prácticamente es una figura decorativa: “Ellos mandan, aquí ni la policía ni el gobierno tienen la autoridad. Cuando suben los militares, los armados se van y se esconden en la sierra, pero el resto del tiempo patrullan las calles, entran y salen con sus rifles. Si alguien anda en la calle de noche lo mandan a dormir. O le dan sus nalgadas”.
Apenas hace un par de meses, el alcalde Israel Varela Ordóñez, de extracción priísta, sufrió un atentado afuera de su casa, del cual salió ileso a pesar de los siete tiros que recibió su camioneta en el vidrio frontal.
Cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública indican que en 2016 hubo 16 homicidios en Batopilas; es decir, más de un punto porcentual de la población, ya que este municipio tiene mil 200 habitantes.
El propio Varela dijo que era imposible transitar por los caminos rurales y carreteras de la región, debido a la inseguridad latente.
Los enfrentamientos en la sierra son relativamente frecuentes, la disputa por la zona es dura. Su ubicación la convierte en un lugar idóneo para el cultivo de amapola, que es la base para la elaboración de heroína. Además, la marihuana de la zona es bien cotizada por su calidad.
“Aquí nadie entra y nadie sale sin permiso, lo mejor es llevarla bien con ellos; y quienes tienen hijos, cuidar que no se vayan a meter. Lo mejor es mandarlos a estudiar a Chihuahua, si los dejas aquí van a terminar con el cuerno (rifle) en la mano”, dijo una cocinera del lugar.
Rezago en salud. Según la Secretaría de Turismo, el programa de Pueblos Mágicos nació con el objetivo de diversificar y mejorar la calidad de estos destinos, así como para estimular y fomentar la inversión pública y privada. Pocos de esos preceptos se han cumplido en el municipio de Batopilas, pues en acceso a salud es el tercero más deficiente en el país, y en la región hace años que no llegan nuevas inversiones, dice el edil.