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Con honor y lealtad, el joven Leonardo Velasco Bruno empuñó su fusil para enfrentar al sicariato de la Familia Michoacana, El Golfo, Los Zetas y Jalisco Nueva Generación; pero desde septiembre del año pasado ni la institución armada a la que pertenece ni su familia lo han vuelto a ver enfundado en su uniforme verde olivo.
Al ingresar al 87 Batallón de Infantería en Martínez de la Torre (norte de Veracruz), el hijo de cafetaleros cumplía su sueño de formar parte de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena); tres años después su familia y autoridades ministeriales lo buscan con la esperanza de que siga vivo.
Desde que fue aceptado en el Ejército logró formar parte de escoltas de capitanes y fue comisionado en desplazamientos para enfrentar al narco en Michoacan, Reynosa, Tamaulipas; Monterrey y Veracruz.
“Desde niño era su mentalidad”, lo recuerda su madre, quien habla desde algún punto del estado de Veracruz. El encuentro fue difícil, pero la familia tomó valor para buscar a uno de las 753 personas que tienen reporte de desaparición en Veracruz.
La ama de casa y el productor de café veían cómo aquel amor por defender a su patria crecía en su hijo. Buscaron disuadirlo porque, decían, ser militar no era tarea fácil.
—No ma’, yo quiero ser militar. Es mi sueño, quiero ser eso—, les contestaba.
Al hombre que se pasaba el día pizcando y tostando café a pleno sol no le quedó más que apoyarlo. Acompañaron al muchacho al 87 Batallón de Infantería a presentar documentos y 15 días después fue aceptado.
“Al principio decía que estaba bonito, pero cuando salió a misiones decía: ‘Ma’ ahora que yo veo cómo es el militar es algo duro, ahí se está uno jugando la vida en cada instante’”, agrega la mujer.
Secretos. En una ocasión Leonardo cometió la imprudencia de contar a su mamá uno de sus peores enfrentamientos en Reynosa, Tamaulipas, pero cuando vio el dolor y el terror en su rostro decidió guardarse sus secretos. Hagan oración por mí y es en lo único que nos pueden ayudar”, pidió.
A los dos años que su hijo participaba en desplazamientos (operativos tácticos), detectaron que tomaba alcohol con más frecuencia. Su padre le recordó que entró sano y sin ningún vicio, por lo que si seguía así debía abandonar al Ejército.
—No, no lo abandonaré—, contestó. “Ya me entregué en cuerpo y alma a nuestra bandera”.
En la memoria de los padres, los números, fechas y las horas exactas tienen un significado diferente. Recuerdan que su hijo llevaba exactamente tres años, dos meses y 15 días en la milicia y que el 18 de septiembre del 2015 fue reportado desaparecido.
Integrantes del batallón fueron enviados al municipio de Orizaba a participar en el Desfile Militar. Se enteraron que había salido, junto con su compañero de armas Eugenio Hernández, a una tienda Oxxo y desde entonces no se les volvió a ver.
La Fiscalía estatal abrió la carpeta de investigación 884/2015, que se suma a las 120 diligencias, entre las que se encuentran oficios dirigidos a la Procuraduría de Justicia Militar; sin embargo, hasta el momento no hay respuesta alguna. Las indagatorias que han llevado a cabo los familiares coinciden con las oficiales, sobre todo la relación de los desaparecidos con el crimen cometido en contra de las hermanas Juana Beatriz y Karen Guadalupe Ramírez Rivera, cuyos cuerpos aparecieron el 23 de septiembre en un camino vecinal.
Los padres acudieron al 87 Batallón, donde un coronel les soltó: “Lamentablemente es una gran pérdida”.
“Me llegó al corazón, esas palabras me llegaron hasta el alma, me sentí muy mal”, dice la madre.
A casi un año de la desaparición, ninguna institución les da avances de la búsqueda, aunque el expediente incluye oficios para rescatar videograbaciones de toda la ciudad.
En una carta enviada al presidente Enrique Peña y a las Fuerzas Armadas recriminaron la falta de acciones para ubicar a un hijo de la patria.
“Se quiere evadir responsabilidades de parte de la Sedena”, se lee en una parte del texto. Otra frase es más dura: “Debe existir lealtad a sus principios y lo que observo es una deslealtad, contubernio de sus superiores”.
La mujer observa el reloj. Se le ve intranquila, ya quiere irse. Los peatones pasan a su lado, los autos avientan el agua de la lluvia con más fuerza. Soltó el llanto en tres ocasiones, pero ahora su rostro endurece: “Me siento traicionada. Mi hijo me decía que ahí había lealtad y yo he visto que ellos no lo buscan”. Antes de emprender el regreso en taxi, el agricultor revela que a los comandantes les hizo saber: “Se va a aclarar tarde o temprano. No se va a quedar así, porque mi hijo no es un animal”.