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Guadalajara
No supieron cómo reaccionar; creían que una noticia así los haría sentirse diferentes, pero las dudas los invadieron: las exigencias de sus trabajos, el poco tiempo que tienen libre, los proyectos que habían trazado e intentan realizar, un país que —dicen— está en guerra. Los sentimientos se tornaron confusos y aún no saben nombrar con precisión qué se detonó en ellos.
Ni Elena (28 años) ni Ulises (34 años) habían estado embarazados antes y aunque en los tres años que llevan viviendo juntos han hablado muchas veces sobre esa posibilidad, veían lejano ese momento, por lo que usaban métodos anticonceptivos; sin embargo, un día ella notó su cuerpo distinto y habló con él sobre lo que presentía, hubo sorpresa en ambos, tal vez alegría, tal vez temor, tal vez otra cosa. Hablaron, hablaron, hablaron...
La primera confirmación llegó con una prueba de embarazo casera, la segunda con un análisis de sangre y la tercera a través del ginecólogo, que calculó cinco semanas de gestación; todo ocurrió en una semana vertiginosa —como si hubieran pasado meses en tan sólo unos días, dice él— y cada noche se extendían en la conversación, construyendo escenarios para tratar de nombrar eso que les quitaba el sueño.
Ella dudaba, él con ella, y las mismas preguntas rebotaban de uno a otro sin hallar una respuesta: “¿tú qué quieres?, ¿qué piensas?, ¿cómo te sientes?, ¿qué hacemos?”. Al final, verbalizaron otra pregunta que les sirvió de asidero: “¿no se supone que esto debería causarnos una enorme felicidad?”.
Al día siguiente se movieron rápido; tendrían que viajar a la ciudad de México para hacerse un aborto (“hacerse”, así, en plural, porque asumen que la decisión fue de ambos). Elena habló con un par de amigas que transitaron el mismo camino y una le recomendó la organización Marie Stopes.
Llamaron, consiguieron una cita tres días después, inventaron algo para faltar al trabajo, compraron los boletos de avión —ida y vuelta el mismo día— y se fueron sin decirle a nadie; en el DF, un taxi los llevó a Azcapotzalco, se bajaron cerca de la clínica, caminaron unas cuadras, dudaron otra vez mientras hurgaban en la numeración —“siento como si fuera al matadero”, dijo ella— y finalmente entraron.
Primero una sala de espera, después una chica que la llamó a ella y entonces la soledad para ambos, aunque había muchos otros en la clínica.
Elena escuchaba a la doctora que preguntaba si estaba segura y le explicaba lo que harían; ella sólo quería que todo terminara para irse de ahí.
Ulises vio salir a Elena y no logró descifrar su rostro, ella dio las gracias al personal y no quiso hablar hasta salir a la calle: “la doctora dijo que por el tamaño del embrión era complicado hacer la aspiración y me podían lastimar, así que ordenó esperar otra semana”.
Pasaron el resto del día en el Centro, gravitando, sin saber definir su estado de ánimo, sólo en espera del avión que los llevaría de regreso a Guadalajara, donde tendrían que lidiar otra semana con una decisión que les había costado tanto y soportar la mala broma que les jugaba quién sabe quién: el día de la nueva cita coincidía con el cumpleaños de Ulises.
“Así suceden las cosas, pedir que la cambiaran implicaba esperar otras dos semanas y lo que queríamos era terminar esto para seguir...”, justifica él cuando se le pregunta al respecto.
Durante ese tiempo trataron de no remover las cosas; solicitaron un nuevo permiso en sus trabajos y regresaron a la capital del país el día señalado. “Aunque esa semana seguimos hablando del tema, tratamos de no darle más vueltas para no hacerlo más difícil, (…) pero al salir de la clínica no puedes evitar que todo regrese y se pare frente a ti, no puedes evitar llorar, porque además estás lastimada físicamente y eres vulnerable”, señala ella.
Ahora, sentada en casa junto a su pareja, recuerda que hubo un momento en el que imaginó que Ulises entraba al consultorio donde le hacían la aspiración y la sacaba antes de que todo ocurriera; él la escucha y por su frente cruza una sombra parecida a la culpa.
No es algo que les guste recordar y aunque el proceso es reciente, la pared que han comenzado a levantar en la memoria para tratar de no mirar atrás comienza a borrar algunas imágenes: “sé que es algo que siempre estará ahí, pero es la decisión que tomamos... ni buena ni mala”, dicen ambos compartiendo las palabras.
Elena y Ulises han hablado de esto con pocos amigos y con casi nadie en sus familias, prefieren ser discretos, saben que en una sociedad como la tapatía el tema es complicado, más cuando hay implicaciones legales; sin embargo, ese silencio no les impide opinar abiertamente que con leyes como las de Jalisco se criminaliza a las mujeres.
En 2009 el Congreso estatal avaló la llamada Ley Antiaborto para “proteger la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural”, con lo que también se modificó el Código Penal para sancionar con cárcel a quien haga o se practique un aborto.