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cristina.pineda@eluniversal.com.mx
Cinco escenarios y un transporte móvil albergaron la energía de propuestas electrónicas de diferentes géneros, que por cuarta ocasión llegaron a la Curva cuatro del Autódromo Hermanos Rodríguez con el Electric Daisy Carnival en su versión mexicana.
Las filas de entrada al recinto se hicieron desde la temprana tarde, en donde se podían ver desfilar a cientos de jóvenes listos para una jornada llena de música y beats. El festival era para ellos un pretexto para una reunión con amigos o la oportunidad de salir en pareja. Los extranjeros también se hicieron notar en una tarde de más de 12 horas de diversión.
Aunque el sol caía sobre sus descubiertas pieles, sobre todo de las mujeres quienes en su mayoría usaban faldas, shorts o playeras cortas, estaban listos con lentes de sol y gorras de colores eléctricos y deslumbrantes, tal como lo dicta la costumbre.
Por ello tampoco dejaban de comprar ciertos productos, ya sea una corona de flores para rodear las cabezas de ellas o algunas pinturas fluorescentes para estar más a la moda. Tan pronto entraban, al pasar varias medidas de seguridad y revisiones, se deslumbraban por los sonidos que no podían dejar de escucharse.
Sin importar de qué se tratara, inmediatamente levantaban sus brazos buscando la fiesta que cerró su jornada con Hardwell y Major Lazer.
La diversión no solamente fue la música, pues se encontraban distintos juegos mecánicos, con rieles o sin ellos. Bien los asistentes podían subirse a un martillo, un carrusel, otros tantos que daban vueltas de cabeza o que ponían la adrenalina en la velocidad.
Para ambientar no importaba la luz del día porque ya se veía el tintineo de las luces, así como algunos globos de colores colgados en los árboles.
Aunque se podía pasear de un escenario a otro, al llegar al principal era cuando se demostraba la mayor preparación en producción.
Algunos hablaban entre ellos de las fuentes de cada costado del escenario, para ver el gran centro circular con el característico búho, marca del EDC.
A cada lado, las figuras de dos animales más con una cúspide en forma de esfera.
Como todo un panorama del público que ha había llenado el espacio al aire libre se encontraban banderas y recortes de carteles con algunos rostros cómicos, como músicos o políticos.
También una zona con personas discapacitadas fue instalada enfrente del escenario principal, por lo que jóvenes y sus acompañantes pudieron disfrutar sin impedimentos.
En tacos altos, pasaban disfrazados algunos personajes pintados y con pelucas, algunos de ellos simulando tocar una guitarra. Animaban algo que ya de por sí era una fiesta, pero también generaban curiosidad entre quienes les tomaban fotografías.
Lo más vendido era la cerveza, con un costo de 100 pesos para la doble. Aunque también había personas caminando con productos como mezcal y nieve de limón. Para las personas con un poco de más hambre había una zona específica con mesas de maderas que siempre estaban llenas, pero que ofrecían tacos de distintas variedades entre 90 y 60 pesos, hamburguesas, choripan, pizza y hot dogs en 70, crepas en 65, empanadas en 60, nachos en 55, sándwich de 40, refresco en 40 pesos y agua en 30.
Los menos desesperados acudían a la carpa especial que tenía en grande el letrero de “agua gratis”, se formaban con un vaso y en él les vertían desde una manguera un poco de un trago vital para ellos.
Conforme pasaba la tarde el sol iba desapareciendo y, para reemplazarlo, se comenzaba a sentir un viento fresco que hacía sentir una noche fría.
Pero nadie parecía estar preocupado, tenían suficiente energía para bailar y así acalorarse.