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Tres elementos hicieron filme de culto a La momia (1932, Karl Freund): el astro Boris Karloff, que el director fue fotógrafo en la alemana UFA trabajado con los geniales F. W. Murnau, Fritz Lang y Carl Mayer en el influyente estilo expresionista, de sombras pronunciadas, y que su guionista fue John Balderston.
A la historia original de Nina Wilcox Putnam y Richard Schayer, Balderston, gracias a que como periodista cubrió la apertura de la tumba original de Tutankamón a manos del antropólogo Howard Carter en 1922, agregó elementos que la hicieron más terrorífica, permitiéndole a Freund estilizarla con escalofriantes claroscuros. Asimismo, Balderston adaptó con éxito Drácula (1931, Tod Browning) y Frankenstein (1931, James Whale). Por ello fue el guionista ideal: estuvo en el lugar correcto y en el momento preciso para cimentar la insuperable mitología de La momia.
A pesar de varias secuelas hechas en los 1940, el personaje durmió el sueño de los justos hasta que la resucitó el productor británico Michael Carreras, con el actor Christopher Lee, para su estudio, Hammer, en La momia (1959, Terence Fisher), dándole un giro truculento. Resultó no ser una película de relleno sino, una vez más, una de culto. Dejó sentadas las bases para otro reciclamiento. No sorprendió cuando resurgió literalmente de sus cenizas en La momia (1999, Stephen Sommers), alejándose de lo que replantearon Carreras y Fisher, y regresando a la esencia del guión de Balderston.
Sommers en vez de una película de terror optó por una cinta de aventuras mezclada con comedia llena de excesos, que alude a la historia real de Carter y la tumba de Tutankamón.
La apuesta por el anacronismo, debido a que la momia está culturalmente codificada como hecho sucedido a principios del siglo XX, precisamente por sus maldiciones y misterios, dio para dos secuelas, La momia regresa (2001, Sommers), La momia, la tumba del Emperador Dragón (2009, Rob Cohen), y un filme derivado, El Rey Escorpión (2002, Chuck Russell).
Ahora, como parte de un ambicioso proyecto de los Estudios Universal llamado “universo oscuro”, en plan de enfrentar a los universos Marvel y DC, resurge, otra vez, La momia (2017), segundo largometraje como director del exitoso productor-guionista Alex Kurtzman.
Cuenta cómo en la actualidad Nick (Tom Cruise) se tropieza con la tumba de Ahmanet (Sofía Boutella). Transportándola a Londres, en compañía de Jenny (Annabelle Wallis), sucede un terrible accidente provocado por la furia casi invencible de Ahmanet. Y quien tiene la clave de la maldición de ese “mundo de dioses y monstruos”, estilo La novia de Frankenstein (1935, Whale), es el doctor Henry Jekyll (Russell Crowe). Sí, el de El extraño caso del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde de Robert Louis Stevenson, que es “la novedad”, el primer eslabón que atravesará este “universo oscuro”.
Kurtzman se engolosina con un apocalipsis de bolsillo donde Nick sobrevive inverosímilmente todo tipo de situaciones, supuestamente porque Ahmanet lo necesita. A la larga parece otra versión genocida de X-Men, apocalipsis (2016, Bryan Singer). El filme exagera cada que puede, haciendo referencias al pasado, hasta volver imposible una conclusión satisfactoria porque el estilo cómic, de convencional dramaturgia, exige sugerir la(s) inminente(s) secuela(s).
Kurtzman pasa del brillante espectáculo visual talla mamut al ridículo churro oneroso. Con tantas referencias a los filmes pasados habría funcionado mejor como nostálgico anacronismo. Prometía, pues. No cumple. Lástima.