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En muchas regiones y países se ha manifestado una preferencia hacia un mayor aislamiento del resto del mundo, o al menos la tentación de ir en ese sentido. Estamos viviendo épocas de cerrazón y proteccionismo populista ante la falsa retórica de que la tecnología, la apertura comercial y los inmigrantes son la causa del desempleo y el incremento en la desigualdad.
Por ello se están imponiendo aranceles comerciales, abandonando tratados, promoviendo referéndums separatistas o endureciendo leyes migratorias, y lo peor que podemos hacer los mexicanos es seguir esa tendencia.
A partir de los años 80 México inició un proceso de apertura que nos ha permitido diversificar nuestra economía al atraer inversiones, tecnología y conocimiento. Desde 1982 la participación del petróleo en nuestras exportaciones disminuyó de 68% a sólo 5.8%, y hoy más de 80% de nuestras exportaciones son manufacturas de media y alta tecnología.
Como resultado, actualmente somos una de las economías más abiertas del mundo, al comerciar bienes por un valor equivalente a 80% del PIB, frente a un 25% y 26% para Brasil y Argentina, respectivamente. Gracias a esto ya no dependemos de un sólo sector o materia prima, y los vaivenes del precio del petróleo ya no impactan significativamente en la actividad económica y finanzas públicas.
En contraste, por ejemplo, Argentina, un país con bastos recursos naturales y un enorme potencial agropecuario, pero con políticas proteccionistas y populistas que la aislaron y minaron su competitividad, hoy tiene que aplicar dolorosas medidas económicas para intentar salir delante de años de gasto y endeudamiento excesivos.
También Brasil cayó en la tentación populista, dedicándose por años a dar subsidios financiados por la época de bonanza de las materias primas como la soya y el mineral de hierro. Pero cuando los precios de estas materias primas bajaron, regresaron los déficits, la inflación y el desempleo, con fuertes caídas del PIB en 2 de los últimos 3 años.
Más alejado, pero no menos representativo de un gran país relativamente cerrado y que apostó por unas cuantas materias primas para financiar su desarrollo, está el ejemplo de Rusia. Ahí han experimentado caídas del PIB nada menos que en 11 años desde 1990 y 2 veces desde 2015. En todo ese periodo, México experimentó 3 años de recesión.
La convicción y el compromiso de México con la apertura han rendido frutos fáciles de medir. En la última década, nuestro PIB per cápita aumentó 9.0% en términos reales, mientras que en ese mismo período Rusia, Brasil y Argentina sólo lo han visto incrementarse en 5.6%, 2.2% y 1.5% respectivamente.
Pero la decisión de abrirse al mundo implica una gran convicción y compromiso con la competitividad. Para desarrollar industrias competitivas a escala mundial, como manufacturas de alto valor agregado, es necesario abrir nuestras fronteras y permitir que nuestras ideas, conocimientos, empresas y trabajadores compitan con sus similares de todo el mundo.
La recompensa a este esfuerzo ha sido la posibilidad real de seguir sacando a millones de mexicanos de la pobreza y pobreza extrema gracias al desarrollo de industrias competitivas a escala mundial que están generando el período de mayor creación de empleos formales en nuestra historia.
Proteccionismo, aislamiento, no fomentar la competitividad y gasto público desmedido constituyen el común denominador de estos desastres económicos que terminan convirtiéndose en crisis sociales. En cambio, países con mayor apertura, como Chile, Polonia, Irlanda, Corea o Singapur, han disfrutado años de crecimiento económico y aumento en su bienestar social.
Es claro que aún tenemos problemas que resolver, como la inseguridad, la corrupción y la pobreza persistente en algunas regiones del país. Sin embargo, como argumentamos en las entregas anteriores, es justamente por la falta de adopción generalizada del modelo de apertura que se observan tasas de crecimiento tan desiguales en las diferentes regiones de nuestro país.
Secretario de Turismo.