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En la entrega anterior planteamos la importancia estratégica del sector turismo para el país en el marco del actual periodo de campañas electorales, así como la importancia de elegir un proyecto que garantice la unidad del sector, un impulso decidido al mismo y el trabajo coordinado con todos los involucrados.
En este sentido, una política turística no puede ser exitosa si no está vinculada a un proyecto integral de gobierno y sustentada en políticas sólidas en otros sectores. No puede haber crecimiento del turismo sin, por ejemplo, una adecuada política de transportes, o una estrategia clara en el cuidado del medio ambiente.
La importancia del transporte para el turismo es evidente, es claro que si queremos más turistas necesitamos mayor conectividad, más eficiente y a precios competitivos.
Con relación al cuidado del medio ambiente, hay que recordar que uno de nuestros mayores atractivos está precisamente en la rica diversidad biológica y de entornos naturales que tiene nuestro país.
Estos dos elementos están estrechamente relacionados con un tema que ha aparecido recurrentemente en las campañas electorales, y que también es de importancia estratégica para el desarrollo de nuestro país: la política de energía, incluyendo la implementación o estancamiento de la reforma energética.
El reto que enfrentaremos en los próximos años no es menor, sin energía suficiente el transporte se detiene, pero al mismo tiempo la producción de energía con combustibles fósiles, ya sea para generar electricidad o mover los medios de transporte, es uno de los mayores contaminantes y factor de deterioro para el medio ambiente.
De acuerdo con cifras del Inegi, la demanda final de energía del país (proveniente de todas las fuentes) creció a una tasa de 1.6% anual en la última década, 2.4% en los últimos 3 años y 3.7% en 2016, mientras que la producción total de energía decreció 2.4%, 5.1% y 7.1% para esos mismos períodos, reflejando un rezago entre lo que necesitamos y lo que producimos.
Hay sectores donde la demanda de energía crece aún más rápido, la del sector industrial creció casi 5% en 2016, mientras que para uso comercial y de transportes creció 8.8% y 3.2% anual, respectivamente, en cada uno de los últimos 3 años. Esto refleja una clara dinámica de alza en las necesidades de energía y destaca la importancia de una buena estrategia para enfrentarlo.
Ante esto, la elección del 1 de julio es también una elección entre dos tipos de estrategias. Una con una visión de economía petrolizada, como la que tuvimos durante décadas, que apuesta a un desarrollo basado en un incremento en la producción de hidrocarburos y sus derivados, con preeminencia de inversión pública, precios subsidiados y aislada de la evolución del mercado energético global.
La otra es avanzar, al igual que los países más desarrollados, hacia la diversificación de las fuentes de energía, con transición hacia aquellas que son renovables y menos contaminantes. Es caminar hacia la electrificación del transporte en sustitución de los combustibles fósiles, o hacia el almacenamiento de energía en instalaciones masivas de baterías de última generación, las cuales pueden suplir a las plantas de gas para satisfacer los picos de demanda.
Algunas de estas tendencias están apenas en desarrollo y resultan aún demasiado costosas, pero avances tecnológicos en eficiencia de motores, en la densidad energética de las baterías y en los procesos de producción, pronto acelerarán la transición hacia ese futuro. Hoy incluso se está explorando la posibilidad de transporte aéreo eléctrico.
Para llegar ahí se requieren políticas que incentiven adoptar el cambio tecnológico, haciendo atractiva la inversión y dando certidumbre. En mi siguiente entrega abundaré sobre estas políticas y sobre las ambiciosas metas de las grandes potencias para ser menos dependientes de los combustibles fósiles.
Secretario de Turismo