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Los comicios del 1 de julio serán especiales. El lugar común es decir que en cuatro meses se producirá una jornada histórica. Por primera vez estarán en juego más de 3,300 cargos de elección popular, entre ellos (además del relevo presidencial y legislativo) ocho gubernaturas, la jefatura de gobierno de la CDMX, decenas de asientos legislativos en los estados y cientos de ayuntamientos.
Con excepción de Baja California y Nayarit, el resto del país tendrá elecciones locales además de las federales, lo cual para la ciudadanía representará un doble motivo para asistir a las urnas.
Por esas razones, no es difícil prever que estos se conviertan en los comicios de mayor participación.
En elecciones presidenciales anteriores, según registros del Instituto Nacional Electoral, la participación ciudadana ha sido la siguiente: 77%, en 1994; 63.9%, en 2000; 58.55%, en 2006, y 63.08% en 2012. En 2018 la cifra podría al menos acercarse a la que se presentó hace 24 años.
De acuerdo con expertos consultados por EL UNIVERSAL, hay condiciones para que se registre un índice bajo de abstencionismo.
Con tantas entidades que tendrán votaciones locales, el proceso para elegir presidente de la República será más atractivo para de ciudadanos, pues en su localidad muy probablemente también se renovará la presidencia municipal, se elegirán diputados locales e incluso gobernador de la entidad.
Es bastante factible que el interés ciudadano en la política se ubique en las próximas semanas en niveles altos… a menos que los propios políticos se encarguen de disminuirlo.
Las campañas que iniciarán el día 30 de este mes serán una excelente oportunidad de los partidos para reencontrarse con los electores y disminuir el malestar ciudadano con la clase política.
Millones de mexicanos desean que los candidatos se refieran a su problemática cotidiana de inseguridad, de escasos recursos, falta de empleo o de oportunidades, más que ser espectador de guerras de lodo y de acusaciones mutuas entre los aspirantes. No quieren escoger al menos peor sino a quien presente, a su juicio, las mejores propuestas para resolver los graves problemas nacionales.
Partidos y candidatos deben llevar la política a niveles propositivos, de civilidad y de disposición a confrontar ideas, no ataques. Quizá sea su última oportunidad para ser escuchados por la ciudadanía.