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Tras los terremotos del 7 y el 19 de septiembre son miles de edificios los que quedarán inservibles debido a que colapsaron con el movimiento o porque quedaron dañados estructuralmente, lo que los vuelve inhabitables. El número exacto aún está por definirse, pues en muchas entidades el censo de damnificados e inmuebles afectados apenas se está realizando.
Cifras de la Ciudad de México ubican en 500 el número de edificios caídos o que tendrán que demolerse. Por su parte, el Infonavit reporta 980 viviendas con pérdidas totales y 7,500 con daños parciales.
La tarea de reconstrucción se convierte ahora en el principal reto por cumplir. Demandará un amplio esfuerzo de coordinación y de aportación de recursos que, en primera instancia tendrá que provenir de recursos federales y luego de aportaciones de la sociedad. Si en los últimos años se habían presentado recortes al gasto público, esta vez es urgente la reasignación de partidas para eliminar dispendios y concentrar el dinero en la ayuda a la población afectada.
De los males deben surgir aprendizajes, si no el futuro lo cobra caro. La devastación que dejaron los sismos en varias poblaciones debe servir, en principio, para modificar los reglamentos de construcción en aquellas zonas donde la normatividad no ha tomado en cuenta el riesgo sísmico.
En la Ciudad de México, donde al menos en el papel el reglamento es estricto para nuevas construcción, la exigencia es que la ley se cumpla de manera cabal. La vida de miles de personas no puede ser menospreciada por funcionarios corruptos y empresarios inmobiliarios que regatean la seguridad estructural de los inmuebles para llenar sus bolsillos.
La coyuntura debe servir también para impulsar la cultura del seguro, que no está arraigada en el país. Hay zonas en las que es imprescindible contar con protección a daños de la vivienda. La mayoría de los créditos inmobiliarios los consideran, pero al finalizar la hipoteca no se renuevan. Se requiere un cambio de mentalidad y promoverlos para dar seguridad a un patrimonio producto de años de esfuerzo y que no puede perderse en segundos por alguna contingencia natural o accidental.
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