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Rentar un cuarto de hotel, introducir al menos una decena de armas y disparar contra miles de personas que se reunieron para escuchar un concierto al aire libre sólo puede ser obra de alguien que ha acumulado odio y que además tiene acceso a armamento —casi de corte bélico— de la manera más sencilla.
En los trágicos hechos de la noche del domingo, en Las Vegas, en donde un hombre causó la peor masacre en la historia de Estados Unidos (59 personas muertas y más de 500 heridos), poco importa si el autor pertenecía al Estado Islámico, se había convertido recientemente al Islam y actuó por extremismo religioso, o si su odio obedeció a otro tipo de factores. Finalmente, cualquiera que haya sido la ruta, el resultado fue el mismo: atentar contra gente inocente.
Si la razón fue la influencia del grupo terrorista, Estados Unidos tendría que reconocer que aquello contra lo que ha declarado la guerra puede estar dentro de sus fronteras. En cambio, si el Estado Islámico no tuvo relación con el agresor, como dijo la Agencia Federal de Investigación (FBI), Trump tendría que reflexionar entonces sobre los discursos de odio y de xenofobia que se han impulsado en los últimos meses.
En poco se diferencian las políticas de odio que asumen grupos como el Estado Islámico o sectores estadounidenses que rechazan al que llega de fuera, al que tiene diferente color de piel o al que tiene otra cultura. En ambos casos se trata de la no aceptación del otro y del rechazo a la diversidad. Se condena a priori al extraño, al grado de atentar contra su vida.
En el mundo se están presentando oleadas de sentimientos xenofóbicos que en nada contribuyen a fomentar la relacion internacional pacífica. En Europa, los grupos de ultraderecha cobran fuerza y están ocupando lugares en los congresos (Alemania dio el ejemplo más reciente) por la animadversión a migrantes que llegan en busca de mejores oportunidades.
Para contrarrestar las agresiones, hay muchos frentes que atacar. En principio, desde los gobiernos debe desalentarse el discurso excluyente y dar paso a acciones de inclusión. La atención a grupos marginados debe ocupar también un lugar relevante, pues el origen de buena parte del resentimiento se encuentra en la falta de oportunidades para los más jóvenes y en una sociedad desencantada con los políticos tradicionales.