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Despedir al hermano o al hijo que sale del hogar rumbo a la escuela, al trabajo o a divertirse y no verlo entrar nuevamente por la misma puerta, sin conocer durante días, semanas, meses —o nunca— su paradero, produce angustia, dolor y desesperación en la familia. Esa situación repetida numerosas veces genera ciudades, estados y países dolidos. México se encuentra en esa condición.
El país ha convivido con el tema de las desapariciones los últimos años. Los casos no ceden. De enero de 2014 a enero de 2018 el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública reporta —en el fuero local— la desaparición de 34 mil 268 personas, de las cuales 9 mil 404 tienen entre 15 y 24 años de edad y 2 mil 840 de 0 a 14 años.
Los jóvenes se han vuelto uno de los grupos más vulnerables y los casos más emblemáticos así lo ratifican. En ese periodo hay tres hechos que han conmovido a la opinión pública: la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa; los cinco jóvenes en Tierra Blanca, Veracruz, y, el más reciente, el de tres estudiantes de cine de la Universidad de Medios Audiovisuales de Guadalajara. Un total de 51 jóvenes, pero hay miles más cuyos casos no alcanzaron relevancia nacional.
En los primeros dos sucesos tanto agentes policiacos como integrantes del crimen organizado se mencionan como presuntos responsables; la colusión de ambos se ha vuelto una triste realidad en amplias regiones. Hasta ahora en ninguno de esos casos los jóvenes han aparecido con vida o se han encontrado los cuerpos.
En Guadalajara, a un mes de la desaparición de los universitarios, la fiscalía local ofreció los resultados de sus investigaciones: los tres muchachos fueron asesinados y disueltos en ácido al ser confundidos con integrantes de la delincuencia organizada. ¿Con esa facilidad pueden esfumarse miles de vidas en México?
El mensaje que permanece es que puede ser uno solo o 43 los que desaparezcan, al final de cuentas la probabilidad de que el caso sea resuelto es mínima. Las familias se quedan con su dolor, sin paz ni resignación, mientras su reclamo de justicia es un grito en el desierto.
Un país que no puede garantizar el futuro de sus jóvenes y que hace muy poco para resolver la desaparición de ellos está comprometiendo su viabilidad como nación de derechos y de acceso a la justicia. ¿En qué momento se retomará el camino?