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Tras la captura el pasado jueves de uno de los objetivos criminales prioritarios del gobierno federal, José María Guízar Valencia, alias El Z-43 —en la céntrica Colonia Roma de la Ciudad de México—, luego de eventos violentos recientes como el asesinato de un candidato a una alcaldía de la CDMX, de la misteriosa aparición de una narcomanta presuntamente firmada por el Cártel Jalisco Nueva Generación, y sin duda también debido al incremento de prácticamente todos los índices delictivos locales el último año, resurge fuerte el debate de si los cárteles del narcotráfico tienen o no presencia en territorio de la capital.
Aunque obviamente importante, dados los claros indicios de la efectiva y creciente presencia del narcotráfico en la capital, no ahora, sino desde hace tiempo, la cuestión central no debiera ser si efectivamente los cárteles se encuentran en calles de la CDMX —ya sea para mover grandes cantidades de drogas o lavar activos—; la discusión tendría que centrarse en lo que se está realizando, lo que los distintos niveles de gobierno en coordinación están llevando a cabo, de ser el caso, para evitar un escenario altamente violento como el que por el relativo empoderamiento del crimen organizado en sus territorios, en algún momento reciente sufrieron ciudades mexicanas grandes como Monterrey y Guadalajara.
No está en duda pues que los cárteles del narco operen de alguna manera en la Ciudad de México, de ello existe incluso la aceptación de las autoridades federal y local —aunque ésta última se limite a reconocer que el “único cartel que habita la Ciudad es el de Tlahuac”—. Lo realmente relevante es conocer su grado de presencia hoy, y si por ello determinados “territorios” o espacios públicos pueden estar siendo ganados por los criminales.
El caso de la Delegación Tlahuac —en la que se detectó la presencia, en cargos públicos de relativa importancia, de cercanos y familiares del abatido líder criminal de esa demarcación— debe ser instructivo y servir como acicate para que algo así no se repita en otros territorios de la Ciudad.
Porque a pesar de que, como afirma el especialista en temas de seguridad y columnista de esta casa editorial, Alejandro Hope, en teoría a los grupos criminales no les conviene atraer la atención pública en territorio de la capital de la República, lo cierto es que la propia lógica de la industria ilegal de estupefacientes vuelve necesario y urgente que nuestras autoridades se anticipen, con una estrategia bien definida y transparente, a un posible escenario de pugna por tal plaza o territorio —que se reflejaría de inmediato en derramamiento de sangre—.
La CDMX, por su natural importancia política, económica y simbólica, no debe ser escenario de una pugna entre organizaciones criminales. Se está a tiempo de evitarlo.