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La empresa más importante de México continúa siendo Petróleos Mexicanos, a pesar de la caída en la producción que ha registrado en la última década, de que no actualizó su tecnología para desarrollar nuevos proyectos y de que hasta hace poco seguía siendo el sostén principal del gasto público, debido a que estaba obligada a hacer cuantiosas contribuciones al Estado por requerimientos fiscales.
Con el argumento de fortalecerla, este sexenio se aprobaron modificaciones legales que durante décadas se consideraron tabú. Aunque el control de Pemex sigue en manos del Estado mexicano, la reforma energética de 2013 permitió la asociación con particulares para desarrollar proyectos específicos, así como la participación de empresas extranjeras en el sector.
Lo anterior seguramente cambiará en 100 días, cuando tome posesión el nuevo gobierno, que ha manifestado su rechazo a la reforma.
De acuerdo con el plan de rescate de la próxima administración, se modificarán al menos 15 artículos de la Ley de Hidrocarburos para, entre otros aspectos, suspender indefinidamente las licitaciones internacionales de contratos de exploración y explotación, revisar la legalidad de los contratos otorgados y posponer las alianzas que ha celebrado Pemex.
También busca dotar de plena autonomía presupuestal y de gestión a Pemex, sacarla del Presupuesto de Egresos y asignarle un mandato de seguridad energética, además de volver a integrar a la petrolera en una sola empresa.
Considerada desde su nacionalización, en 1938, un símbolo de identidad para el país y de la soberanía nacional, Petróleos Mexicanos merece una oportunidad para resurgir y recuperar su sitio entre las principales compañías productoras a nivel mundial.
Muchos especialistas criticaron que al menos en lo que va de este siglo los distintos gobiernos hayan desatendido a Pemex, minando su capacidad productora y de exploración. Junto a ello, la política de importar combustibles prácticamente acabó con la vida de las refinerías en el país, sin faltar casos de desvíos de recursos desde puestos directivos.
Cualquier plan que se elija debe incluir principalmente programas de eficiencia tecnológica y financiera, pero también laboral, en los que sus trabajadores dejen de ser una clase privilegiada y asuman el compromiso de mejorar la empresa sin gravosas exigencias económicas.
En pocas palabras, Pemex tendría que apostar a la transparencia y a dejar de parecerse a un elefante blanco, mantenido por los bolsillos del ciudadano.