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Ha sido el sueño de libertarios, también de anarquistas y de comunistas (marxistas) lograr una sociedad sin Estado. Una sociedad capaz de mantenerse en paz, productiva y cooperativa a la vez, sin la existencia de instituciones que prevengan el delito, que regulen el mercado o establezcan las reglas de distribución y convivencia.
Para Hayek era la mano invisible la que regularía una sociedad como esa, para Marx era la conclusión a la que arribarían todas las sociedades capitalistas, para los anarquistas un ideal nihilista que los llevaría a la reafirmación de una libertad absoluta; sin reglas.
A estas posturas se las ha denominado como ideales utópicos; ideales regulativos que marcan una ruta inalcanzable, pero que permite encaminar a las sociedades hacia un destino de perfección social y política. Ernst Bloch les llamaba “utopías concretas”. Sea cual sea el predicado que les pongamos, parecería que siempre estas ideas estarían destinadas “al no lugar”; a ser inexistentes fácticamente y a estar destinadas a habitar los rincones de nuestras mentes y deseos.
Sin embargo, me parece que hay ejemplos concretos en el mundo que son muestra tangible de que no es imposible encontrar sociedades sin gobierno que sean estables, pacíficas, ordenadas, libres y justas. Por supuesto, no es lo mismo sociedad sin Estado, que sociedad sin gobierno. Una sociedad sin Estado implicaría la ausencia absoluta de instituciones, públicas y jurídicas, que regulen cosas tan básicas como las reglas de tránsito y tan complejas como el mercado. En cambio, la ausencia de gobierno implica solamente que esas instituciones, públicas y jurídicas, no tengan un guía o un líder concreto que marque rumbo y administre la polis.
Los Países Bajos y Bélgica son prueba de que esto es posible. Entre 2010 y 2011, Bélgica rompió el record mundial de un país sin gobierno. Pasó 541 días sin uno, y durante ellos, no sólo se mantuvo la economía y la estabilidad social, sino que se incrementó en muchos aspectos. Lo mismo acaba de suceder, por un periodo mucho menor, pero aun así significativo, en los Países Bajos: 209 días sin gobierno.
¿Qué hace que estas sociedades logren esa capacidad social y política de avanzar incluso sin un gobierno? La respuesta es tan compleja como el simple hecho de entender la posibilidad de que algo así pueda existir en un país sin que afecte su estabilidad y su economía.
La respuesta es compleja porque tiene que ver con años, décadas, siglos, de plantar lo que ahora están cosechando. Primero, una educación estable y obligatoria de alto nivel, que no sólo alfabetiza a la población, sino que la instruye, en todos los sentidos y en distintos idiomas y, sobre todo, encaminada a generar “ciudadanos” comprometidos y responsables con y para su país.
Segundo, confianza en sus instituciones públicas. La credibilidad es un factor que hemos subestimado en Latinoamérica, pero es tan necesaria como las instituciones mismas. Instituciones sin confianza ciudadana no funcionan y la confianza se obtiene con resultados. Es una relación que implica reciprocidad, sin la cual, no hay gobierno que funcione ni sociedad que avance.
La tercera y más importante, que involucra a las otras dos es una cuestión cultural. Los holandeses creen en su palabra. Cuando dicen que algo se puede, es porque se puede, cuando dicen que no se puede es porque no se puede. Y cuando dicen que harán algo, lo harán. Es decir, que creer en ellos mismos ha sido la receta para lograr la estabilidad económica, social y política de la que ahora gozan.
No mentiría al decir que Holanda se trata, hoy por hoy, de uno de los países más avanzados que hay en el mundo. No sólo tecnológica, científica y económicamente hablando, sino también social, moral y políticamente. Me parece el más cercano a lo que podría ser el ideal regulativo de una sociedad sin Estado. Esto significa, por supuesto y bajo los presupuestos ya establecidos, que es la sociedad que más se acerca al ideal regulativo de una sociedad perfecta.