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Osos pandas, China. Mascota de las Olimpíadas, símbolo de WWF y hasta actor de cine (debutó en Kung Fu Panda), el oso panda es, en China, mucho más que un animal entrañable y dormilón. Reverenciados como tesoro nacional, matar alguno de estos ejemplares en peligro de extinción acarrea durísimas penas, que van desde los 10 años de prisión hasta una bala en la nuca (o inyección letal, según dicte la sentencia de muerte). Para verlos al natural e incluso cuidar de ellos como voluntario, existen guarderías y espacios de cría en las provincias de Sichuan y Shaanxi (al suroeste de China), en cuyas regiones montañosas y selváticas habitan mayormente los pandas. En la Reserva de de Bifengxia, por ejemplo, se los puede alimentar (con bambú fresco, que constituye el 99% de su dieta), limpiar su recinto o registrar datos sobre su comportamiento.
Actualmente hay unos mil 860 pandas viviendo en estado salvaje (un aumento de más de 200% en comparación con 2003; su peor enemigo en esta época es la deforestación ) y unos 300 en cautiverio, en distintos zoológicos alrededor del mundo. Eso sí: además de ser el animal más caro de mantener, los zoológicos deben pagar al gobierno chino la suma de 2 millones de dólares al año en concepto de derechos y honorarios por tener el privilegio de contar con tan apreciado ejemplar entre sus atracciones.
Dragón de Komodo, Indonesia. Las anécdotas sobre estos monstruos prehistóricos que se zampan búfalos y ciervos enteros suenan, de lejos, a cuentos de otro mundo y otro tiempo. Pero en la isla mítica de Komodo, en la confluencia de los océanos Índico y Pacífico, toman otra dimensión. El lagarto más grande del mundo , el Varanus Komodoensis, está protegido por la ley indonesia, y el Parque Nacional de Komodo fue fundado en 1980 para contribuir a su conservación. Extrañísimos en casi todo el planeta, aquí son más de dos mil y superan a la población humana.
Poco se sabe hasta ahora de estos varánidos descendientes de los dinosaurios, salvo que los más corpulentos pueden llegar a alcanzar los tres metros de largo y más de 100 kilos de peso. Se mueven con gran torpeza, pero su sentido del olfato es extraordinario y son capaces de lanzarse a más de 20 km por hora en el momento de un ataque sorpresa. Una docena de víctimas a lo largo de casi un siglo les otorgó la reputación de temidos devoradores de hombres (incluso han llegado a desenterrar tumbas poco profundas para alimentarse de cadáveres humanos). La anécdota más repetida es la del barón suizo Rudolf von Reding, que llegó a la isla en 1974 y, no se sabe bien por qué, en un momento se separó del grupo de expedicionarios que lo acompañaba. El caso es que, cuando volvieron a buscarlo, no encontraron más que su cámara de fotos, los anteojos o un sombrero, variando los objetos según la versión. Tampoco hay que alarmarse: las excursiones por la isla se realizan siempre en compañía de guardas armados con un largo palo, acostumbrados al cara a cara con estos insólitos animales.
Kiwis, Nueva Zelanda. La marca país de Nueva Zelanda no son ni los All Blacks ni El Hobbit. Es el kiwi, un pajarito que no vuela, que hace su nido bajo tierra, que vive de noche y que pone los huevos más grandes del mundo en relación con su cuerpo. Que haya sobrevivido millones de años sin caer en las garras de ningún depredador sólo puede explicarse por el largo aislamiento de Nueva Zelanda. Porque antes de la llegada del hombre, cerca del año 1300, en estas remotas islas del Pacífico Sur no había mamíferos, con excepción del murciélago. Después llegarían perros, ratas y comadrejas, y el kiwi estuvo a un pelín de desaparecer.
Hoy, en el llamado santuario de Karori, 250 hectáreas de bosque enclavadas en plena capital del país (Wellington), se intentó restaurar la fauna y flora autóctonas de las islas. Aunque divisar un kiwi es una misión prácticamente imposible, en este país lo adoran, y en el mundo angloparlante se suele usar la palabra kiwi para referirse a un neozelandés. Fuente de orgullo nacional, el kiwi (que nada tiene que ver con la fruta, salvo la similitud de los pelos rígidos), aparece incluso en las monedas de 1 dólar neozelandés.
Canguros, Australia. Se dice que el canguro y el emu son dos animales que no pueden moverse hacia atrás. Y que por esa razón, Australia los eligió para su escudo, como símbolo de un país en movimiento hacia adelante. Pero no hace falta conocer el emblema nacional para decir Australia y pensar en canguros (el emu quedó muy rezagado en el índice de popularidad). Y no hay que emprender largos viajes para verlos: están por todos lados, hasta el punto en que su tendencia a cruzar en medio de las rutas los convirtió en una amenaza para la seguridad de los conductores (Volvo de hecho desarrolló un sistema de radares para detectar canguros y activar el frenado automático).
El pobre canguro también es considerado una plaga por su reputación de destruir cultivos y competir con el ganado por comida y agua, y el gobierno ha llegado a ordenar matanzas masivas para controlar su población (Paul McCartney fue uno de los activistas que se alzó a viva voz en contra de la medida). Así y todo, el llamado "turismo de canguros" pisa cada vez más fuerte en Australia (en definitiva el único país donde se puede ver a los marsupiales), y no son pocos los que predicen que será tan popular como el del los Big Five en África.
Mariposas Monarca, México. Todos los años, de noviembre a marzo, las mariposas monarca tiñen de color los cielos mexicanos. Con su aleteo naranja y negro, recorren más de 4 mil 500 km desde Canadá y Estados Unidos hasta llegar a los estados de México y Michoacán, en México, donde cubrirán los árboles de oyamel, pino y cedro para hibernar y reproducirse. Más de 60 mil millones de estos insectos emprenderán el viaje (considerado la mayor migración del reino animal), pero en el camino la mitad de ellos sucumbirá al frío o los depredadores.
El gobierno nacional, que ha adoptado a la monarca como símbolo de la fauna mexicana, dejó en manos de las organizaciones indígenas muchos de los accesos a los refugios en donde las mariposas inician su apareamiento. Se calcula que más de medio millón de personas presencia cada año este magnífico fenómeno natural.
Gorilas de montaña. Uganda, Ruanda y República Democrática del Congo. Los bosques altos de Ruanda (Parque Nacional de los Volcanes), Uganda (bosque de Bwindi) y la República Democrática del Congo (Virunga) son el último refugio de los gorilas de montaña, en peligro de extinción debido a enfermedades, cacerías descontroladas y conflictos que desangran a África. La zoóloga Dian Fossey, asesinada en 1985 a machetazos por cazadores furtivos, dio a conocer al mundo esta especie de inteligencia asombrosa. En Ruanda, el lugar de mejor acceso, viven 19 familias de gorilas salvajes. Una decena de estos grupos se acostumbró al contacto con los humanos mediante encuentros diarios con los guardas del parque, que han aprendido sus sonidos. Los gorilas son visitados (sin peligro) por un máximo de 80 turistas cada día, aunque el encuentro no es barato: unos 750 dólares por persona.