Más Información
Quinto concierto navideño del Ejército, Fuerza Aérea y Guardia Nacional; hubo temas clásicos y villancicos
Felipe Calderón y Margarita Zavala festejan Navidad con sus hijos; “les mandamos nuestros mejores deseos”, expresan
Adriana Malvido invita a unirse al nuevo movimiento ambiental ABC/MX; convoca a la juventud para enfrentar la crisis climática
José Ramón López Beltrán y su familia agradecen apoyo con foto navideña; “nos sentimos muy afortunados”, dicen
Claudia Sheinbaum y Jesús Tarriba envían mensaje a mexicanos; “gracias por lo que hacen por sus familias y por México”
abida.ventura@eluniversal.com.mx
Las sierras cubiertas por árboles que rodean la Cuenca de México fueron para los mexicas una de las principales fuentes para la explotación de madera, material que fue utilizado por sus arquitectos en la construcción de los grandes palacios, templos y espacios cotidianos. Los troncos de pinos, cedros y coníferas que abundaban en la zona hace 500 años también sirvieron para la construcción de mobiliario, canoas, utensilios cotidianos y objetos diversos que, por su condición efímera, no sobrevivieron al paso del tiempo y a la destrucción.
Sin embargo, para sorpresa de los arqueólogos y restauradores del Proyecto Templo Mayor (PTM), en los últimos años, conforme avanzan las exploraciones en el recinto sagrado de Tenochtitlan, en las excavaciones de ofrendas han podido recuperar más de 2 mil artefactos manufacturados con esta materia prima. Esa cantidad de objetos la convierte en una de las colecciones más numerosas en madera arqueológica que se tiene hasta ahora.
Piezas como máscaras, pectorales, mazos, cetros serpentiformes (de hasta 41 centímetros), figuras que representan a deidades como Tláloc, o a guerreros muertos, han sobrevivido hasta hoy gracias a la humedad del subsuelo del centro de la ciudad y a la forma como fueron depositadas: en cajas de sillares, en los niveles más profundos de las excavaciones.
“En específico, tenemos 2 mil 471 piezas, la mayoría completas, no sólo astillitas o residuos que normalmente se encuentran en los contextos arqueológicos. Hay 37 diferentes tipos de objetos, algunos de ellos depositados como atavíos o adornos que acompañaban a figuras que representaban a guerreros”, detalla en entrevista la arqueóloga Margarita Mancilla.
Por más de 500 años esas piezas permanecieron ocultas, sumergidas en un clima que los conservó, pero una vez en la superficie, su estabilidad y duración depende de los especialistas, quienes actualmente se enfrentan al reto de conservarlas. El equipo de restauradoras que colabora con el Proyecto Templo Mayor, dirigido por el arqueólogo Leonardo López Luján, realiza actualmente un trabajo de registro, análisis y preservación de estos cientos de objetos recuperados en las diversas ofrendas que han excavado en el predio conocido como Las Ajaracas.
“La conservación de las piezas de madera es complicada, pero en Templo Mayor se ha ideado una serie de condiciones y protocolos para asegurarlas”, dice María Barajas, quien encabeza al equipo de restauración.
Esas medidas de conservación, explica la especialista, comienzan desde el momento en que las piezas son recuperadas de las ofrendas. “Utilizamos herramientas delicadas, como espátulas de plástico o hueso, láminas pequeñas de polietileno o rejillas de plástico. Con eso podemos ir levantando lentamente los objetos del sedimento y luego depositarlos en los contenedores”.
Una vez en el laboratorio, añade, las piezas son resguardadas en refrigeradores para controlar la temperatura y evitar el ataque de microorganismos. En seguida se hace una limpieza superficial y un registro de conservación. Lo que sigue es un proceso largo de consolidación que puede durar hasta nueve meses.
Ese método de conservación, explica Barajas, consiste en un proceso de sustitución del agua, contenida al interior de la madera, con azúcares sintéticos. “Lo que encontramos en la excavación prácticamente son piezas de madera sostenidas por agua. Esto sucede porque al estar más de 500 años enterrados, los materiales vegetales se van hidrolizando. Entonces, lo que tenemos que hacer es remover esa agua de manera controlada y sustituirla con otro componente que le dé sostén a los objetos, sino se colapsan.
“Es un proceso bastante lento. Tenemos los objetos de dos a tres semanas dentro de dos tipos de soluciones de azúcares. Eso hace que el proceso de impregnación dure de seis a nueve meses para una pieza”, señala la restauradora, quien refiere que esta técnica está basada en la propuesta de investigadores extranjeros, quienes la han aplicado en materiales arqueológicos de este tipo en China y en Hungría.
Hasta ahora se han hallado objetos de madera en Tlatelolco, Teotihuacan, Xochimilco y sitios desérticos del norte. Sin embargo, su conservación no siempre está garantizada. “Lo interesante es lo que viene después de hallarlas, cómo se conserva. No siempre es posible tener los recursos para realizar un proceso largo y costoso para consolidarlos y conservarlos, como lo estamos haciendo”, sostiene Barajas.
Algunas de las ventajas de este método, destaca la restauradora, son que los objetos mantienen su apariencia natural, conservan su policromía original y les da resistencia a los cambios de temperatura. “Los otros métodos probados han permitido la consolidación de los objetos, pero tiene n sus desventajas, como el que no resisten a cambios de humedad relativa y que la apariencia que adquieren es cerosa, como si el objeto hubiera sido sumergido en una cera líquida. Es el caso de los dinteles de Tlatelolco”, refiere.
Análisis de pigmentos. Una de las particularidades de esta colección es que las piezas conservan sus colores originales. “Los pigmentos nos permiten ver a qué deidad o elemento está asociado cada objeto”, dice Mancilla.
Entre los pigmentos que destacan, detalla la restauradora Adriana Sanromán, están el azul maya, negro, rojo y blanco. “Se están haciendo análisis para determinar de qué materiales se hicieron esos pigmentos. El azul maya pudo ser de un tipo de arcilla; el negro posiblemente es de humo; el blanco normalmente se hacía con estuco y el rojo generalmente se hacía con hematita, que es óxido de hierro”.
Por su parte, la historiadora Valeria Hernández indica que otro de los estudios que se realizan actualmente es la identificación de los tipos de madera que se utilizaron para manufacturar estos objetos. Para ello colaboran con biólogos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y restauradores de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM) . “La mayoría son pináceas y coníferas, que eran las especies más abundantes en los alrededores de la Cuenca de México”. dice.
Hasta ahora, comenta Margarita Mancilla, no se tiene registro de algún taller dedicado a la elaboración de estas piezas, pero por su calidad estética se puede pensar que quienes las elaboraron fueron manos especialistas. La arqueóloga recuerda que la madera fue para los mexicas un recurso muy utilizado: “Hay fuentes históricas que dicen que había hasta tronos de madera, pero nada de esas piezas se han podido encontrar en las excavaciones, sólo en los contextos sellados, ubicados a un nivel profundo, como las piezas de esta colección”, destaca.