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Los hallazgos hace cinco años de 20 momias bajo el piso del antiguo templo de la Compañía de Jesús -donde destacan los entierros de un niño y el de un sacerdote-, son una “ventana” a la historia de la ciudad de Zacatecas del siglo XVIII, dijo el arqueólogo Francisco Montoya Mar.
En un comunicado del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), destacó Montoya Mar durante su participación en el Tercer Coloquio de Arqueología Histórica, que el estudio de esos vestigios es una oportunidad para conocer la vida de una sociedad con distintos sectores y su transcurrir desde la época colonial al México independiente.
Precisó que en uno de los entierros (el 14), los análisis y reflexiones condujeron a confrontar el dato arqueológico con el histórico. Desde su hallazgo resultaba inusual un rico ataúd tapizado con seda, decorado con listones dorados y remachado con tachuelas chapadas en oro, colocado originalmente con la tapa vuelta al suelo y no hacia la superficie.
Dentro de ese ataúd estaban los restos de Luis Rivero, quien murió a la edad de cinco años, víctima de fiebre escarlatina, el 12 de mayo de 1844, hace 171 años. Así lo confirman un par de liras y una elegía que el padre del menor del mismo nombre, y el tío, Gerardo García Rojas, dejaron como constancia de su dolor.
Una de las liras escritas por Luis Rivero, un hombre acaudalado de la época y reconocido poeta, comienza así: Salud, encanto mío; / Amable niño, niño afortunado, / Allá en el cielo pio / De gloria circundado / Te contemplo de gozo enajenado.
La elegía escrita por el tío y dedicada a su hermana, la madre del niño fallecido, dice: Así precioso niño, sin ventura / Quedaste en duro lecho derribado / Preso ya de maligna calentura. […] Las marcas dolorosas nos mostraba / Que estampó en la fiera escarlatina / Y do-mortal veneno se ocultaba […] Volaste al cielo sobre nubes de oro, / Circuido de celeste resplandor / Y allí repites en festivo coro / Alabanzas y loores al señor.
Montoya, profesor e investigador de la Universidad Autónoma de Zacatecas, indicó que las liras (probablemente impresas para entregar a los deudos) y la elegía manuscrita son testimonio de la mentalidad de aquella época, así como de los males que aquejaban a la población, en este caso infantil.
Aunque los entierros no han sido fechados, existe uno que con certeza data de la ocupación jesuita. Se trata del asignado con el número 7, corresponde a un hombre de entre 70 y 75 años, probablemente un sacerdote jesuita, porque estaba ataviado con el hábito de esa orden: una sotana de tela negra y áspera remachada con 33 botones, cifra que alude a la edad en que murió Jesucristo.
Especificó que la mayoría de entierros (43) presentaba, sin embargo, características modestas, los ataúdes y los ropajes con que fueron envueltos los restos son sencillos. Para el arqueólogo, una hipótesis del porqué los sepultaban en ese sitio se debía a que los deudos mantenían amistad con los jesuitas.
Respecto al Templo de Santo Domingo, “nos percatamos de que el edificio actual no corresponde a la construcción original. La antigua iglesia data de 1616 y la que ahora observamos comenzó a edificarse en 1746 y se consagró en 1750”. Los jesuitas disfrutaron de ella sólo 17 años, pues la orden religiosa fue expulsada de los territorios novohispanos en 1767, citó el especialista.
La iglesia estuvo dos décadas en el abandono hasta que los dominicos lo ocuparon, por ello es más conocido como el templo de Santo Domingo, una de las joyas de la arquitectura religiosa de la ciudad de Zacatecas.
Montoya recordó que el salvamento arqueológico en el antiguo templo de la Compañía de Jesús corrió paralelo a la rehabilitación del mismo. Las áreas intervenidas fueron aquellas donde se presentaban daños estructurales, motivo por el cual los hallazgos se concentraron en la nave oeste del templo, y parte en la central.
sc