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abida.ventura@eluniversa.com.mx
LONDRES.- Ubicado a unos cuantos kilómetros de la ciudad de México, el pueblo de Santiago Tilapa, en el Estado de México, conserva una de las lenguas más antiguas de la rama otomí. Se trata del otomí de Tilapa, una lengua que llama la atención de los historiadores y lingüistas porque mantiene una gramática muy parecida a la del otomí hablado en el siglo XVI, pero también porque es una de las más amenazadas de su grupo.
Hoy la hablan apenas una docena de ancianos de esa localidad habitada por unas nueve mil personas. Entre ellos está doña Petra Cruz, una mujer de 88 años, cuyo testimonio oral ha servido de soporte a lingüistas para examinar a detalle la gramática de este idioma. Desde hace ocho años, el investigador de origen español, Enrique Palancar ha venido trabajando directamente con hablantes de ese idioma, principalmente con doña Petra, una “otomí pura” y orgullosa de su lengua, con el fin de documentar en audio y video, palabras, historias y ejemplos de uso natural de esa lengua.
Además de estos registros y de las publicaciones sobre el tema, los datos recogidos por el investigador en ese trabajo de campo ahora forman parte de una amplia base de datos realizada por investigadores del Grupo de Morfología de la Universidad de Surrey, Inglaterra, la cual muestra la riqueza y la complejidad morfológica de 20 lenguas indígenas mexicanas, todas pertenecientes a la gran familia lingüística Otomangue, que es el conjunto de lenguas más diverso y geográficamente más extendido en América, comparado incluso con la diversidad de la familia indoeuropea, la cual extiende sus ramas desde Irlanda hasta el norte de la India.
Hace unos 500 años, la familia lingüística Otomangue abarcaba desde el centro de México hasta algunas zonas de lo que hoy son Nicaragua y Costa Rica. Y hasta hace un siglo, en el noreste de Nicaragua todavía existía el subtiaba, una lengua cercana al tlapaneco que actualmente se habla en el estado de Guerrero. Pero hoy, únicamente sobreviven unos 200 ejemplos de lenguas otomangues y todas se encuentran en territorio mexicano, algunas más conservadas que otras.
Según explica a EL UNIVERSAL Timothy Feist, uno de los lingüistas que encabeza este proyecto, en el centro y sur de México actualmente existen unos 2.3 millones de personas que siguen hablando las lenguas otomangues, y aunque algunas de ellas se mantienen vivas y son habladas por miles de personas, como muchas de las lenguas zapotecas y mixtecas -con casi un millón de personas, principalmente en Oaxaca y Guerrero-, existen otras que están en peligro de extinción, como el otomí de Tilapa y su docena de locutores ancianos.
Por eso, además de la minuciosa información morfológica y tipológica que ofrece, este proyecto - el cual ha sido cofinanciado por el Economic and Social Research Council (ESRC) y el Arts and Humanities Research Council (AHRC) de Reino Unido—, también busca contribuir al rescate y preservación de estas lenguas indígenas mexicanas. Sucede que cada una de ellas posee “una manera única de ver y conceptualizar el mundo”, y cuando una lengua desaparece, “la humanidad no solo pierde riqueza cultural, sino también el conocimiento ancestral que muchas veces está integrado en las lenguas indígenas”.
Esta base de datos comenzó hace tres años, como parte del proyecto “Complejidad en peligro: las clases flexivas en lenguas otomangues”, impulsado por el Grupo de Morfología de la Universidad de Surrey, donde también han analizado e integrado bases de datos similares sobre lenguas de origen eslavo, tibetano-birmanas, así como idiomas indígenas hablados en Rusia, Papúa Nueva Guinea, algunas islas del Pacífico y Canadá. Pero el interés por las lenguas otomangues de origen indígena mexicano nació porque, explica Feist, “contienen uno de los sistemas morfológicos más complejos del mundo, con respecto a la conjugación de sus verbos, algo que hace de estas lenguas un tesoro cultural de diversidad”.
Enrique Palancar, ahora investigador en el Centro Nacional de la Investigación Científica de Francia, detalla que “para hablar una lengua otomangue se necesita más memoria porque hay que recordar más cosas, por eso pueden resultar más difíciles de aprender, pero es precisamente por eso que nos resultan interesantes”.
Una de las complejidades, cuentan los lingüistas, radica en el tono, ya que un cambio en la entonación le da otro sentido a una misma palabra.
Por ejemplo, en el caso de la lengua cuicateco de Tepeuxila, hablada en la comunidad de Santa María Pápalo, Oaxaca, el verbo “cortarse” muestra los mismos prefijos que el verbo “enfermarse” pero los tonos son diferentes: “chita”, significa “se enfermó”, pero con otros tonos puede significar “se cortó”; “kata”, puede significar “se enfermará” o “se cortará”, según los tonos. Es como el idioma chino mandarín, un solo tono hace el cambio de significado, comenta Feist.
Otra de las características significativas de esta familia lingüística es su diversificación interna, es decir, son muy distintas las unas de las otras, por lo que se pueden comparar con las lenguas indoeuropeas, añade el investigador británico.
“La familia indoeuropea contiene lenguas que, a pesar de estar relacionadas genéticamente o históricamente, son muy distintas. Algunas lenguas de India y Nepal, como el punjabi y el nepali, son lenguas indoeuropeas al igual que el español o el inglés. Es una situación parecida con las lenguas otomangues: el otomí de Tilapa, por ejemplo, es muy distinto al chinanteco de Tlatepuzco”, explica.
La base de datos creada por estos investigadores ya está disponible para los académicos y el público interesado en español e inglés en la página de la Universidad (http://www.oto-manguean.surrey.ac.uk/). Allí se pueden consultar más de 13 mil entradas verbales de 20 lenguas Otomangues junto con la información básica acerca de los sistemas de conjugación de estos idiomas, que fueron recopilados con trabajo de campo y consultando los materiales ya existentes, como diccionarios, gramáticas, artículos y tesis de doctorado. Para la recopilación de esta gran cantidad de datos también fue necesaria la colaboración con otros académicos y estudiantes de lingüística de México y de otras partes del mundo.
Dividido en sub-familias e ilustrado con un mapa que permite ver la localización de las comunidades hablantes, este proyecto reune apenas una pequeña muestra de esta gran familia de lenguas indígenas mexicanas, ya que uno de los grandes retos para los investigadores fue encontrar información suficiente que les permitiera un análisis completo de los datos de cada una de ellas. Sin embargo, consideran, supondría la primera base de datos que reune en un solo espacio un mayor número de lenguas otomangues con información morfológica detallada.