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aaron.barrera@eluniversal.com.mx
Un colorido tumulto de ansiosos concurrentes aguarda en larga fila; en el Museo Jumex versan los cordones que los guían. Es el primer día de entrada gratuita para presenciar el mito de Marilyn, Elvis o Mao trazados por la mano de Warhol sobre el lienzo, entre muchas otras piezas conocidas.
La expectación aumenta ante el atractivo poder del pop art que inundara todo el recinto. Fanáticos y curiosos esperan justo antes de que inicie la jornada dominguera. Más de 300 personas velan en la nublada mañana: conviven familias completas, parejas juveniles y muchas personas de la tercera edad. Las carriolas abundan y las risas infantiles también.
“Es el ícono de los sesentas. Representa gran esfuerzo traer sus obras, es carísimo. La gente debería darse la oportunidad de conocer lo que implica, pues muchas veces solo vienen por la publicidad o las grandes filas”, coinciden Angélica y Rubén, quienes son coordinadores de talleres artísticos en el Museo Dolores Olmedo y esperan en los primeros lugares de la fila.
“La opción es muy buena, aunque tal vez la logística puede fallar un poco por la convocatoria: es tanto el auge que pueden llegar a no darse abasto. Vi que puedes reservar en Internet para evitar las filas, pero tiene un costo mayor. Yo no podría pagar cinco boletos de 200 pesos o tendría que hacer un gran esfuerzo”, explica Miguel Moreno, quien aguarda para entrar al igual que su esposa y sus tres pequeños, originarios de Guadalajara y residentes de la capital.
La entrada y salida es, como lo amerita el gran grupo de fieles esperados, a través de la tienda de regalos. Los libros se van pronto, también las playeras y los diversos modelos de impresiones a gran formato, entorno a los 500 pesos, pero también hay rompecabezas, crayolas o libretas con el rostro y nombre de Andy Warhol. En los estantes abundan tazas con la impresión de la famosa lata Campbell’s.
“Desde el primer día se ha vendido bastante. En las mañana surtimos toda la tienda, pero en la tarde ya se agota casi todo. Hay mucho interés de la gente”, expresa Moisés, empleado del museo, mientras compran una de las dos muñecas Barbie edición especial, producida por la compañía Mattel para la fundación Warhol, las cuales se venden en 1800 pesos.
Explica también que para el sábado esperaban 2 mil personas, pero les sorprendieron más de 3 mil 500, por lo que este domingo la cantidad de visitantes sería mucho mayor. Resulta comprensible, pues Andy Warhol. Estrella Oscura trae a la Ciudad de México piezas que nunca antes se habían reunido en América Latina.
Al interior los visitantes coinciden: el gran formato de las piezas, la cantidad de obras y el hecho de que todo el museo sea destinado para los colores de Warhol les ha impresionado. “Esta increíble todo. Pensamos que sería más pequeña pero nos sorprendió; tener las fotos aquí, los recortes que él usaba en su trabajo similar a su que los tuviera en su escritorio, te hace sentir como si fueras parte de su vida”, expresan Edgar y Rafael, un juvenil par de entusiastas visitantes, mientras revisan fotografías de Jackie Kenedy en su momento utilizadas por el artista originario de Pittsburg, para retratos azulados en serigrafía.
Resulta rara la ausencia de celulares y tabletas en las salas, pero a la primera oportunidad la mano va al bolsillo para sacar un aparato, tres pasos hacia tras y una sonrisa con las vacas warholianas en el fondo. Click. También está presente la selfie grupal y familiar. La estetización de la vida cotidiana continúa, a pesar del veto, para alcanzar los 15 minutos de fama en las redes sociales por medio de hashtags que den constancia de la visita, aunque sea desde la terraza o con un genérico letrero.
Para Andy Warhol todos en su estudio podían ser superstars, pero este no es el caso. Lou Reed, Salvador Dalí y hasta William Burroughs son reconocidos por la gente en los videos experimentales, pero Marcel Duchamp, por ejemplo, no tiene la misma suerte. Impera escepticismo ante la oscura sala de proyecciones; la gente entra y sale con soltura. De cinco a diez minutos es el tiempo que permanecen en los grandes cojines dispuestos para mirar las imágenes en las cuatro paredes de la habitación.
“¡Se están besando!” murmura una niña rubia a su hermana, no mayor de 8 años, mientras miran un video de Warhol. Sus tímidas carcajadas rompen con la solemnidad del gran cuarto; su madre les recrimina aquel susurro y el silencio vuelve a conjugarse con los tonos sepia de la imagen. Los videos no tienen audio por lo que hay una invitación no escrita para perpetuar el mutismo.
En la última sala de la muestra, The Velvet Underground y Bob Dylan corean en ese sótano convertido en un símil del estudio The Factory. Varios niños revolotean con fuerza entre los globos metálicos llamados Silver Clouds, instalados para recordar lo que alguna vez fue el espacio creativo de una ecléctica figura de nuestra modernidad.
La idea de la fama, la repetición y lo sórdido del desastre se apropia de los visitantes. Elizabeth Taylor, la caja de Brillo o los accidentes automovilísticos llaman aquella multitud que sigue a Warhol, el artista que se convirtió en estrella multitudinaria.