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abida.ventura@eluniversal.com.mx
En los últimos meses, en la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México se ha propuesto reconocer y proteger el trabajo sexual, un tema que ha causado polémica entre activistas y defensores de los derechos de las mujeres porque consideran que con una medida de este tipo se corre el riesgo de que aumente la trata de personas.
Para historiadores, como Fabiola Bailón Vásquez, autora del libro Prostitución y lenocinio en México, siglos XIX y XX, una investigación que publica el Fondo de Cultura Económica y la Secretaría de Cultura, antes de implementar una política pública para regular este fenómeno en el México actual se debería hacer una revisión histórica de la prostitución y de las medidas que las autoridades mexicanas han impuesto en otras épocas. Estos temas son precisamente los que ocupan a la investigadora de El Colegio de México en este nuevo volumen de la colección Biblioteca Mexicana.
Especialista en la historia de las mujeres, la prostitución, el lenocinio y el servicio doméstico, Bailón Vásquez sostiene que si hay algo que aprender sobre el trabajo y la explotación sexual en los últimos dos siglos es que los diversos intentos de regulación que se han hecho desde el Estado no han funcionado. Al contrario, algunas de esas medidas contribuyeron a que el fenómeno se expandiera y que se diera paso a un sistema de explotación que sobrevive hasta nuestros días.
Considerado como un “mal necesario” desde la Colonia, el comercio sexual en México tuvo un primer intento de regulación a mediados del siglo XIX por el temor a las enfermedades venéreas y para cuidar la imagen pública. Ese modelo reglamentarista, señala la historiadora, “llevó a ‘profesionalizar’ el ejercicio de la prostitución, ya que aceptó la existencia de burdeles y cabarets, se reconoció el papel de las matronas como intermediarias y guardianas del orden y se normó la vida y los espacios de las prostitutas”.
“Es un sistema muy complejo porque implicaba la revisión médica de las mujeres, el pago de un impuesto; ellas tenían que cumplir una serie de reglas, como cumplir medidas higiénicas para evitar la sífilis”.
Este sistema restrictivo que sobrevivió hasta las primeras décadas del siglo XX llegó a implementar un registro de prostitución en diversas partes del país. Para ejercer el trabajo sexual, se requería una licencia que incluía los datos generales de las mujeres, detalles sobre el sitio donde trabajaban, los cambios de lugar de trabajo, clase social... Sin embargo, indica la historiadora, el gran problema de este modelo fue que únicamente se centró en regular las acciones de las mujeres y dejó de lado el papel que los hombres ejercían en el comercio sexual. “La característica del reglamentarismo es que no consideró a los explotadores varones, aunque existieron desde la Colonia y van a existir durante todo el siglo XIX y XX. El Estado no pone especial atención en ellos, cree que a través de la regulación y del control de las matronas, ellos dejarán de existir, pero no es así, muchas veces son ellos los que operan detrás de las matronas, son los dueños de los burdeles y son los que explotan a las mujeres”, dice en entrevista la autora de Mujeres en el servicio doméstico y en la prostitución.
Para la investigadora, la omisión del Estado hacia el papel que tenían los hombres, así como la violencia masculina, la corrupción y la complicidad entre las autoridades y los explotadores fueron precisamente los factores que permitieron que las mujeres quedaran en una situación de vulnerabilidad que sigue hasta nuestros días. “Durante 80 años, en la Ciudad de México y en los estados la atención de las autoridades estuvo centrada en las mujeres, no en los varones. Eso da una idea del escenario que tenemos hoy en día en cuanto a la explotación de la prostitución ajena”, indica.
La presencia de los proxenetas y varones acusados de lenocinio comienza a salir a la luz en la primera mitad del siglo XX, pero son pocas las veces en las que se les persigue, comenta la historiadora. En 1940, refiere, particularmente en la Ciudad de México hay un cambio de régimen al que le preocupaba cuidar su imagen, por lo que busca derogar todos los reglamentos de prostitución para no ser considerado como un “Estado proteccionista” de esa práctica. Lo que esto provocó fue una constante persecución a quienes la ejercían y el blanco número uno fueron las matronas que “gozaban de permisos oficiales”. En cambio, los proxenetas varones gozaban de impunidad y protección. “Hacia 1930 el delito de lenocinio es incluido en el Código Penal, pero en la medida en que ya desde siglos antes se establece una diferencia de género, a quienes se persigue más son a las mujeres, no hay una persecución directa a los varones ni hay tanta visibilidad. Los proxenetas van a empezar a verse más en la prensa en los años 40; es hasta épocas muy recientes que se empieza a hablar de los padrotes, cuyas prácticas de explotación han llamado mucho la atención últimamente, por ejemplo, con el caso de los padrotes tlaxcaltecas”, dice.
En los casos recientes de explotación ejercida por proxenetas se habla de modos sofisticados de operar, no obstante, explica la historiadora, la violencia masculina ha sido una constante histórica. “Los modos de operar de los tratantes hoy en día son mucho más sofisticados, pero ya desde principios del siglo XX se hablaba de que enamoraban a las mujeres, las enganchaban y las introducían en el mundo de la prostitución; lo que se utiliza desde el siglo XX es la fuerza física, buscar medios para obligarlas a ejercer la prostitución”, señala.