Más Información
Osiel Cárdenas, exlíder del Cártel del Golfo, recibe auto de formal prisión; enfrentará juicio por homicidio
Jóvenes mexicanos pasan más de 2 mil horas al año en el teléfono; OCDE alerta sobre su impacto en la salud mental
Sergio Gutiérrez Luna destaca aprobación de 25 reformas en la 66 Legislatura; "Un logro histórico para la 4T", señala
Secretario de Agricultura reafirma defensa del maíz blanco; "Seguiremos apoyando la producción nacional no transgénica", afirma
¿Maíz transgénero? Rubén Rocha corrige desliz durante discurso en Sinaloa; destaca importancia del maíz blanco
Sheinbaum asegura apoyo total a Sinaloa para enfrentar violencia; "Nunca los vamos a dejar solos, aquí está la presidenta"
cultura@eluniversal.com.mx
Fue un viaje trágico. De principio a fin. Y siempre en el ámbito mexicano. Tina Modotti vino al país por primera vez para dar sepultura a su esposo, el poeta y pintor franco-canadiense Roubaix L’Abrie Richey, “Robó”. Se conocieron en San Francisco, ciudad a donde la familia Modotti migró desde Udine, Italia, tras vivir las penas de la pobreza y la marginación.
Tina y “Robó” se mudaron a Los Ángeles en 1918, cuando ella tenía 22 años. Ahí conocieron al fotógrafo americano Edward Weston, que ya por entonces era altamente reconocido. Weston los fotografió en la intimidad de su taller: diseñaban exóticas telas con la técnica del batik, originaria del sudeste asiático, que consistía en aplicar diferentes pigmentos mediante reservas de cera, con las que se creaban atractivas figuras y combinaciones de colores. “Robó” viajó a México a finales de 1921 para exponer sus telas junto con fotografías de Weston y otros californianos por invitación de Ricardo Gómez Robelo. Al mismo tiempo, un romance comenzó a darse entre Tina y Weston, quienes permanecieron en California. La tragedia llegó pronto: “Robó” enfermó de viruela y murió siendo atendido en el Hospital Americano en febrero de 1922. Tina viajó a la Ciudad de México, pero se enteró de la muerte a bordo de un tren durante el camino. Organizó las ceremonias fúnebres, y concluyó el proyecto de la exposición que “Robó” había dejado pendiente. Sin embargo, tuvo que partir de nuevo y con urgencia a California al recibir la noticia de que su padre había enfermado también. Regresó a Estados Unidos y en pocas semanas perdió a su padre. La muerte y la pena se imponían ante Tina. No sería la única vez.
La vida en México. Al paso del tiempo su relación con Weston se fortaleció. Fue su modelo, y después, su alumna y compañera. Ella lo auxiliaba en las tareas del laboratorio y de su estudio fotográfico, Margaret Hooks nos cuenta que fue entonces cuando decidió convertirse en fotógrafa. Weston, estaba casado y tenía cuatro hijos pequeños, estaba cansado de la vida familiar que llevaba en California.
Juntos resolvieron viajar a México llevando consigo a uno de los hijos de él. Ella hablaba el español, pero Weston no, por lo que establecieron un acuerdo: Tina le ayudaría a comunicarse y a realizar trabajos del estudio, a cambio de que él le enseñara fotografía. La vida bohemia de la Ciudad de México los acogió, despertaron la simpatía de los más relevantes intelectuales y artistas de la época. La política cultural de Vasconcelos cultivaba en México el discurso acerca de un arte accesible para todos que sería sumamente atractivo para Tina. Las ideas revolucionarias se discutían en los círculos artísticos, y Tina participó activamente en ellos.
La influencia que la obra de Weston ejerció sobre Tina se percibió en la atención que ella prestó a las formas puras, a los volúmenes de los objetos y de las personas que retrató, sin adornos ni efectos plásticos. Sin embargo, Tina desarrolló un lenguaje propio desde un primer momento. El Universal Ilustrado desplegó la página “Las pequeñas grandes obras de Tina Modotti” en noviembre de 1926. La fotografía de un pescado de guaje, colocado sobre un aro de carrizo y una tela rayada, ha sido atribuida con anterioridad a Edward Weston; no obstante que aparece en la plana como propiedad de la fotógrafa. El retrato de un personaje no identificado (probablemente el titiritero Louis Bunin), aparece de perfil y con los ojos cerrados. Los marcados volúmenes
de la mandíbula y el cuello dan absoluto vigor a este “retrato psicológico”. El diseño de la página es limpio y sobrio, sin las ornamentaciones curvilíneas que en cambio acompañaban
la obra que se publicaba de fotógrafos pictorialistas.
Una tercera imagen en esa plana muestra un tendedero. El poste del que penden los lazos para colgar la ropa es el punto más alto de una forma triangular. Ante este objeto cotidiano, el redactor se pregunta “¿Hay una honda poesía en un simple tendedero de vecindad? Hasta ahora, y gracias a Tina Modotti, hemos optado por convenir en ello”. Es posible que el impulso de Tina de realizar esta fotografía no sólo respondiera a un asunto poético, que sin duda, tanto Weston como ella encontraban en estampas cotidianas de la Ciudad de México. Por el contrario, cabría que ésta fuera una de las pocas fotografías de tema social que se vieron en EL UNIVERSAL.
Tina Modotti fotografió la labor y los símbolos de hombres y mujeres trabajadores, sobre todo después de que Weston abandonó México, en 1926; entre ellos figuran las manos de una
lavandera fregando ropa, y las de un agrícola posadas sobre una herramienta de trabajo.
El mundo de la cultura. Tina Modotti también retrató a personajes de la cultura y el arte, en El Universal Ilustrado se publicaría en varias ocasiones el de la actriz mexicana Dolores del Río. Delicadas formas ovaladas dominan los trazos del busto y del rostro de la artista. La periodista Frances Toor, editora de la revista Mexican Folkways, apareció también en El Universal Ilustrado.
Luego de la partida de Weston, nuevos hechos sucedieron alrededor de esta “sentimental y dinámica italianita entre sombras negras y nubarrones dramáticos que pronto clausuraron como si dijéramos, su senda de artista”, escribió George Godoy en el suplemento Magazine para todos en febrero de 1942.
En 1927 Tina se afilió al Partido Comunista de México, y a partir de entonces se sumó en numerosos proyectos revolucionarios. Conoció al cubano Julio Antonio Mella, estudiante de leyes y líder del movimiento estudiantil en su país natal, que se había refugiado en México tras ser perseguido por la dictadura de Gerardo Machado. Tina y Mella vivieron un tórrido romance, que culminó con el violento asesinato de Mella perpetrado por espías del gobierno de Cuba.
Una noche Tina caminaba del brazo de Mella por la calle de Abraham González, cerca de Bolívar, cuando él fue alcanzado por dos balazos que lo hirieron de muerte. Lo trasladaron al Hospital de la Cruz Roja, donde murió en la madrugada, no sin antes haber rendido declaración de lo sucedido. Tina fue tomada en un principio como el único testigo.
El diario EL UNIVERSAL notificó el asesinato en primera plana al siguiente día, el 11 de enero de 1929.
Dos hipótesis del asesinato fueron discutidas públicamente: la del crimen político, pero también la de un crimen pasional. La vida íntima de Tina se exhibió en los diarios tras la confiscación de una serie de cartas, que Tina había intercambiado con Julio Antonio y con el pintor Javier Guerrero, quien también era militante comunista. La primera misiva era un sentido y desesperado mensaje escrito por Mella desde Veracruz, donde le declaraba el amor tempestuoso que sentía por ella:
“Estás muy acostumbrada a llenarte de asombros por lo que hay entre nosotros, como si fuera el crimen más grande del mundo. Sin embargo… nada más justo y natural, y… necesario para nuestra vida”.
Mella, le pedía terminar su relación sentimental con el pintor Javier Guerrero para iniciar una vida juntos. La carta fue publicada íntegra en la segunda sección de EL UNIVERSAL el 16 de enero de 1929, había sido firmada en septiembre del año anterior. Tina envió a su vez un largo mensaje a Javier Guerrero, quien se encontraba en Moscú. Le confesaba haberse enamorado de ese otro hombre que era Mella:
“No hay duda que ésta será la carta más difícil, más penosa y más terrible que yo habré escrito en toda mi vida”, escribió Tina.
Guerrero respondió en un telegrama diciendo simplemente adiós. Eran los aires nocturnos de un amor trágico.
Las “buenas costumbres” azotaron a Tina Modotti en tribuna pública. Sin embargo, EL UNIVERSAL se enorgullecía de haber publicado “las más amplias y serenas informaciones”. Tina fue vigilada en su casa por un agente. Las crónicas la describen agotada y sumamente impactada por el suceso. Nuevos testigos del crimen surgieron al paso de los días, sus declaraciones y el avance del caso se detallaron minuciosamente en este diario. La versión del crimen pasional se opacó alrededor del 16 de enero de 1929 ante la solidez de las acusaciones en contra de los dos cubanos que realizaron el ataque. Una representación física del atentado se realizó el día 16. En las páginas de El Gran Diario de México se publicaron las fotografías donde aparece Tina caminando de nuevo las calles donde Mella había sido acribillado.
Magriñat fue encarcelado, y se notificó de los diversos careos que se hicieron entre los testigos y los sospechosos principales. Uno de ellos recibió sentencia de cárcel y, a los diez años, fue liberado. Otro fue destruido a balazos por el pueblo cubano a la caída del régimen de Machado. Tina, por otro lado, fue expulsada de México en febrero de 1930. Estados Unidos, Cuba y Holanda, le negaron la entrada a sus territorios. Se estableció en Berlín, luego en Moscú. Abandonó la fotografía y se dedicó por completo a realizar misiones de ayuda a prisioneros políticos y a sus familias. Participó también en la Guerra Civil española, y trabajó para el Socorro Rojo Internacional.
Un poco más de diez años después, tras la victoria de Franco en España, regresó a México con el nombre de María. El 7 de enero de 1942, la segunda sección de EL UNIVERSAL anunció en portada: “Tina Modotti falleció en forma extraña y repentina en un automóvil”: “Comenzó a sentirse indispuesta con agudos dolores de vientre, tomó un auto de alquiler para dirigirse al Hospital General (…) en solicitud de auxilios médicos, pero en el camino falleció”. Se comentó el carácter sospechoso de la muerte, se dijo que la autopsia definiría la causa del deceso ante la posibilidad de un envenenamiento o un mero accidente. La averiguación quedaría a cargo de la Procuraduría del Distrito Federal. Días después, sus amigos realizaron una exposición de sus fotografías a manera de homenaje. La verdad y la leyenda de la que hablara otra de sus biógrafas, Christiane Barckhausen-Canale, ya había comenzado. Modotti llegó a México por la muerte de su primer y único esposo, se fue de aquí con la suya propia. El principio y el fin, una vez más.