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cultura@eluniversal.com.mx
Cuando la pintora y poeta serbia Ljubinka Šiba Fimić tenía ocho años de edad, en 1952, una película llegó a su pueblo, Novo Selo, en la entonces Yugoslavia comunista, y su escuela organizó una visita al cine local para verla. Era Un día de vida, de Emilio Indio Fernández. Y esa vez —recuerda la artista—, ella, sus condiscípulos y “toda Yugoslavia” lloraron con ese drama ambientado en la Revolución Mexicana, en el que un general del Ejército de Venustiano Carranza cantaba “Las Mañanitas” como augurio al fusilamiento de un coronel alzado en armas en protesta por el asesinato de Emiliano Zapata.
Aquellas lágrimas se sublimaron en Fimić 63 años después. La retratista del presidente ruso Vladimir Putin y del líder cubano Fidel Castro exhibió en octubre pasado en la capital serbia, Belgrado, un centenar de pinturas inspiradas en aquella cinta, la más taquillera en la historia de toda la Yugoslavia —que se fragmentó en seis repúblicas balcánicas en 1992—, traducida al serbio como Jedan dan zivota.
La exposición estuvo abierta del 3 al 17 de aquel mes en la galería del Gvarnerius Art Center de Belgrado, fundada por el músico Jovan Kulundzija, y en la inauguración participaron el embajador de México en Serbia, Ramón Xilotl Ramírez, y el director de la Cineteca de Belgrado, Rade Zelenovic.
Ahora Fimić, quien tiene un historial de 47 exposiciones individuales en Yugoslavia, Serbia, Polonia, Rusia, Alemania y Chipre desde 1987, espera exponer este año en México su serie sobre Un día de vida, en el contexto de la conmemoración del 30 aniversario luctuoso del Indio Fernández, muerto el 6 de agosto de 1986 y cuya filmografía suma unas 129 películas, 41 de ellas como director, entre ellas María Candelaria, Salón México y Pueblerina, y el resto como actor y productor en el país y Estados Unidos. También, como parte de la celebración este año de los 70 años de relaciones México-Serbia.
Además, como homenaje al cineasta, la pintora serbia manifestó su disposición a donar a la Casa del Indio Fernández, parte de esa serie, titulada Jedan dan zivota (Un día de vida), como la película de 1950 protagonizada por Columba Domínguez, Roberto Cañedo, Fernando Fernández, Rosaura Revueltas y Eduardo Arozamena. Justo en esa fortaleza de Coyoacán es donde espera este año exponer sus obras.
Fimić habla en entrevista sobre la influencia de ese filme en su vida y país; la banda sonora desató una gran afición por la música mexicana en los Balcanes, vigente, como documentó EL UNIVERSAL (“El Indio Fernández enseñó a cantar rancheras a la ex Yugoslavia”, 26 de octubre de 2015).
“La primera película que vi en mi vida fue a los ocho años y se trató precisamente de Un día de vida, de Emilio Indio Fernández, cuando mi colegio organizó una visita al cine. Al ver el filme, toda la sala lloró, no sólo en mi pueblo, sino en toda la ex Yugoslavia”, refiere la pintora en la entrevista vía email, con el amable apoyo en la traducción de Milica Lilic, funcionaria de la embajada mexicana en Serbia.
“Para mí, personalmente, y para la cicatriz que llevo desde la infancia, la emoción que Un día de vida despertó en mí durará hasta mi muerte. La historia que cuenta esa película es el marco de muchos destinos de personas durante la Segunda Guerra Mundial e incluso de algunos contemporáneos. Esas inquietudes bélicas afectaron a Serbia también. En 1944 (ese año Fimić nació, el 7 de mayo) hubo una tragedia en mi familia. Los comunistas partisanos (comandados por el mariscal Josip Broz Tito) fusilaron a mi padre, que entonces era teniente en la Escolta del rey (Pedro II)”, narra la artista serbia.
— ¿A qué atribuye la popularidad de Un día de vida en la ex Yugoslavia?
—Ya hablé de los acontecimientos de antes y después de la guerra. Ahora un dato estadístico: de los 47 millones de víctimas, 2 millones eran yugoslavos, 1.5 millones de ellos, serbios. Por eso el tema de la película representaba un eco del suspiro común por las víctimas de la II Guerra Mundial. Para mí, el filme está relacionado con los resultados de la revolución y la libertad.
La cinta es contada por una insólita mujer cubana liberada y periodista, Belén Martí (Columba Domínguez), que viaja y escribe sobre México en plena Revolución y sorprende a los mexicanos “porque anda sola y sin marido”. Se fecha el 24 de junio de 1919, día de San Juan, dos meses después del asesinato de Emiliano Zapata. El coronel Lucio Reyes (Roberto Cañedo) va a ser fusilado por su amigo, el general Gómez (Fernando Fernández), que le permite como última voluntad ir a festejar el cumpleaños de su madre, Mamá Juanita (Rosaura Revueltas, que ganó un Ariel por su interpretación de esa auténtica Pacha Mama). Un drama que parece una metáfora de la traición de los gobiernos posrevolucionarios y que está dedicado al prócer cubano José Martí por Emilio Fernández.
El personaje favorito de Fimić es Mamá Juanita, porque “lleva toda la fuerza y responsabilidad”. Destaca, además, que para los pueblos de la ex Yugoslavia la canción “Las mañanitas” fue rebautizada como “Mama Huanita”, porque en el filme es cantada por Fernando Fernández a Revueltas, cuyo personaje es el más relevante para la pintora Ljubinka Šiba Fimić y el que más influyó en toda su vida.
—¿Cómo influyó esa película en su vida personal y su actividad artística?
—Tomando en cuenta que soy pintora y poeta, la película causó en mí un despertar y la transformación de mi inquietud a un espíritu creativo, para buscar la manera de expresar la emoción y explicar y curar la cicatriz desde mi infancia. A través de la pintura pueden decirse muchas cosas sin sufrir ningún castigo o represión, lo que era una cosa habitual en aquella Yugoslavia. Y la pintura, al igual que el personaje de Revueltas en la película, refleja dignidad, energía, tristeza, orgullo... Y esa es la inspiración, ¿no? Mamá Juanita pierde todo en su vida: sus hijos, su país, su esposo, pero se mantiene firme. Es el mensaje que junto con la canción (“Las Mañanitas-Mama Huanita”) queda detrás del filme.
—¿Qué le llevó a pintar su serie Jedan dan zivota?
—Lo que dije antes. Además, los personajes no sólo reflejan energía, dolor y dignidad; también hacen que se admire a un gran creador, un hombre y artista, Emilio Indio Fernández, y a todos los actores de esta gran película, algunos de los cuales ya no están entre nosotros. Que descansen en paz.
Fimić incluyó más de un centenar de pinturas en esa serie, la mayoría en pastel al óleo, inspiradas sólo en sus recuerdos de cuando vio de niña la película mexicana en el cine de Novo Selo. También logró ver en su país otra cinta del Indio, La Perla (basada en la novela de John Steinbeck), que a su juicio, igual refleja “una fuerza inhabitual y tiene un marco social e histórico”. Hoy, dice, las que gozan de una gran popularidad entre los pueblos balcánicos son las telenovelas mexicanas.
La cinta llegó a las pantallas de la ex Yugoslavia de Tito en 1952, dos años después de su estreno en México, donde pasó sin pena ni gloria y fue una de las películas desaparecidas en el incendio de la Cineteca Nacional de 1982.
Sin embargo, en el país socialista tuvo tanto éxito bajo el nombre Jedan dan zivota, que su proyección no sólo estuvo en cartelera varias semanas, sino que a lo largo de un par de décadas se reestrenó y fue considerada por la prensa yugoslava como la de mayor éxito en 50 años.
Como en varias de sus obras maestras, el Indio Fernández reunió al mejor equipo en Un día de vida, que incluyó grabados de Leopoldo Méndez, diseño de producción de Gunther Gerzso, escenografía de Manuel Fontanals, decoración de Manuel Parra, fotografía de Gabriel Figueroa, edición de Gloria Schoemann y la extraordinaria banda sonora que cautivó a los pueblos de Yugoslavia, a cargo de Antonio Díaz Conde, que incluía las canciones “Amargado de la vida”, “Las Mañanitas”, “Mañanitas tapatías”, “Las olas” (son huasteco), “La Valentina”, “Las golondrinas” y el “Cielito lindo huasteco”, interpretadas por Fernando Fernández (hermano del Indio), Roberto G. Rivera y el Mariachi Pulido.
—¿De qué manera la banda sonora del filme penetró en la cultura de los Balcanes y trascendió?
—En la música dejó una huella grande. Está el Yu-Mex, la interpretación de música mexicana por grupos balcánicos, que no sería posible sin la compatibilidad de nuestras identidades: mexicana y serbia. Además, destacaría que uno de nuestros músicos más conocidos, el violinista Jovan Kulundzija, alumno de Henryk Szeryng, pasó seis meses en México y tocó en Bellas Artes. En su galería Gvarnerius Art Center se llevó a cabo mi exposición, en la que él me expresó sus deseos de dar un concierto en México. Ahí también el director de la Cineteca de Belgrado, Rade Zelenovic, me comentó su interés en acompañarme a México para la eventual exposición de mi serie sobre Un día de vida, que incluiría la proyección del filme (cuya —al parecer— única copia está justamente en la cinemateca serbia, aunque en México puede verse una versión a través de YouTube, pero con subtítulos en serbocroata).