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abida.ventura@eluniversal.com.mx
Entre los lobos, zorros, felinos, víboras y otros reptiles que habitaban la llamada Casa de las Fieras del Palacio de Moctezuma en la antigua Tenochtitlan, también había cocodrilos, extraordinarios monstruos terrestres que llegaron hasta la capital mexica provenientes de las zonas del Pacífico y del Golfo de México, de los territorios conquistados en esa época y que hoy corresponden a los estados de Guerrero, Oaxaca, Chiapas y Veracruz.
Transportados vivos en jaulas o ya preparados en pieles, esos reptiles viajaron cientos de kilómetros para ser comercializados, para ser ofrecidos como tributo a los tlatoanis o como parte de los botines de guerra.
Las evidencias de que los cocodrilos fueron importantes en la época prehispánica se encuentran en las esculturas, pinturas y restos óseos que se han localizado en diversas culturas y zonas geográficas, como en el área maya, en Chichén Itzá, incluso en Teotihuacan. Sin embargo, es en el Templo Mayor de Tenochtitlan donde, hasta ahora, se ha encontrado la mayor cantidad de ejemplares, considerados como los más espectaculares dado que fueron ofrendados con los cráneos completos y las pieles.
Gracias a una investigación que desde hace dos años lleva a cabo la arqueóloga Erika Lucero Robles en las colecciones de fauna hallada en las excavaciones del Templo Mayor, se ha logrado identificar a 21 ejemplares en 12 ofrendas de la época del reinado de Axayácatl (1469-1481), el padre de Moctezuma Xocoyotzin.
Se trata de un acervo que permite ver la riqueza y poderío del imperio mexica al transportar desde tierras lejanas ejemplares de animales exóticos como estos reptiles semiacuáticos, así como felinos, aves, peces y anfibios de diversas especies que habitaban en un área especial del recinto sagrado de Tenochtitlan y que eran atendidos por un grupo específico de personas.
Es probable que, tal como lo narran algunos cronistas, los cocodrilos, al igual que muchos otros animales, llegaran a Tenochtitlan en jaulas o muertos, convertidos en pieles o tostados, expone en entrevista la arqueóloga, cuya investigación es pionera en el tema porque es la primera en identificar la cantidad de cocodrilos que se han recuperado en las excavaciones del Templo Mayor, de reunirlos, analizarlos y además perfilar la importancia simbólica que estos reptiles tenían para los pobladores mexicas.
A través de estudios arqueozoológicos y trabajos de campo, esta joven arqueóloga que forma parte del equipo que trabaja en la octava temporada del Proyecto Templo Mayor que dirige el arqueólogo Leonardo López Lujan, ha logrado identificar que los reptiles enterrados en el recinto sagrado de Tenochtitlan pertenecían a dos especies: el cocodrilo de río (Crocodylus acutus), que habita a lo largo de la costa del océano Pacífico; y el cocodrilo de pantano (Crocodylus moreletii) proveniente del Golfo de México.
Había ejemplares de todas las edades y dimensiones: 12 adultos, que medían aproximadamente 1.80 metros; seis subadultos, que medían más de
un metro; y tres juveniles, como de 70 centímetros aproximadamente.
“Lo que sorprende es todo el trabajo que implicaba traerlos, ya sea vivos o muertos; la mano de obra y tecnología para capturarlos o cazarlos, y transportarlos desde tierras tan lejanas”, comenta Robles.
“Si llegaban vivos, probablemente permanecían en el zoológico de Moctezuma. Algunos cronistas —entre ellos Fray Juan de Torquemada y Francisco Cervantes de Salazar— mencionan que existía un lugar específico donde estaban los cocodrilos y las serpientes, en donde había estanques de agua para que estos animales pudieran vivir allí”, explica.
Su estancia en estas áreas se prolongaba hasta que se decidía sacrificarlos o transformarlos como pieles para depositarlos en las ofrendas.
En algunos casos, explica la arqueóloga, las pieles de los cocodrilos pudieron ser portadas por los gobernantes, los nobles o los jugadores de pelota. Algunos dientes incluso eran reutilizados en suntuosos collares.
El tratamiento que se le daba a las pieles era semejante al que usa hoy un taxidermista, apunta la arqueóloga: “Fui con taxidermistas para ver cómo se trataban las pieles de los cocodrilos, y al analizar estos ejemplares antiguos encontré que tenían huellas de corte en el cráneo, en las placas dérmicas y las garras. Esas huellas hechas por pedernal u obsidiana se hicieron cuando desarticularon el cuerpo, quitaron la piel y la limpiaron”.
Animal terrestre. Como la mayoría de los animales que habitaban en el zoológico de Tenochtitlan, estos reptiles peligrosos y exóticos llegaron a tener un significado especial para los mexicas. “El principal simbolismo del cocodrilo es la tierra. Se creía que sobre un mar primigenio estaba el cocodrilo, sus crestas representaban el relieve geográfico y su hocico era la cueva, la entrada al inframundo”, explica la arqueóloga, quien también colabora en las excavaciones que actualmente se realizan en el predio del Mayorazgo de Nava Chávez, en donde también se ha localizado una gran cantidad de restos de fauna.
En algunas ofrendas de consagración para la ampliación de los edificios, por ejemplo, las pieles de los cocodrilos fueron colocados junto a pieles de felinos, tortugas, serpientes o peces para representar el nivel intermedio o terrestre del cosmos mexica. Mientras en el primer nivel había conchas, caracoles, peces y animales marinos que representaban el mar o el inframundo, en la segunda capa estaban las especies terrestres, y en un tercer nivel, los cráneos de decapitados, figuras de dioses, águilas y codornices que representaban la parte del cielo o lo divino.
Sin embargo, hay otros depósitos donde los cocodrilos fueron ubicados como parte de un ajuar funerario. Es el caso de la Ofrenda 3, que fue hallada en un nivel de la plataforma sobre la cual estaba el Templo de Huitzilopochtli y donde se encontraron los restos cremados de un individuo. “Es uno de los entierros más suntuosos que se han encontrado porque había cascabeles de oro, plata, bronce, obsidiana, fragmentos de textiles quemados y allí habían también tres pieles de cocodrilos que fueron cremados en una pira que probablemente alcanzó de 300 a 800 grados”, indica la arqueóloga.
Convencida de que los animales pueden aportar información sobre el poder político, la tecnología, la religión y la cosmovisión de las culturas antiguas, la arqueóloga recién egresada de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), inició esta investigación atraída por la importancia de estos ejemplares, tanto por la cantidad como por su dimensión y rareza.
Sin embargo, al ser uno de los primeros trabajos en analizar los restos de cocodrilos que se han encontrado desde que emergió el centro ceremonial de Tenochtitlan, el proceso no fue fácil. “Fue como hacer arqueología de la arqueología”, dice Robles, y relata que el proceso de identificación implicó buscar los huesos y cráneos en las colecciones del Templo Mayor, pero también en otros sitios, como en los laboratorios de arqueozoología del INAH y en Salvamento Arqueológico, ya que la mayoría de ellos fueron hallados en excavaciones de 1978 a 1982.
Allí, en cajas o bolsas perfectamente identificadas o revueltos con huesos de otros animales, los vestigios de estos monstruos terrestres aguardaban para ser analizados y reconstruidos.