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ssierra@eluniversal.com.mx
Vicente Rojo repite la palabra “conmovedor” al recordar cuando, en medio de la tragedia tras los sismos, las mujeres costureras emprendieron un proyecto para recuperarse.
Con la solidaridad de un grupo de “artistas” (palabra que a Rojo no le gusta usar) las sobrevivientes, porque muchas quedaron atrapadas, crearon muñecas que vendieron y con esto sacaron adelante su cooperativa.
La historia se ha divulgado en exposiciones, libros como Contar las cosas como fueron e incluso documentales. Rojo, uno de esos artistas que participó con un diseño, describe algunos detalles de ese momento:
“No me acuerdo bien cómo se organizó, pero sí me acuerdo muy bien de la relación con las costureras, el gusto, la ilusión que les daba ver los proyectos. Yo les daba unos gouaches a color y ellas se daban el gusto de encontrar las telas que corresponderían a ese color, a esas imágenes. Eso me alegraba porque el diseño era mío o de los otros artistas, pero ellas ponían la parte más conmovedora. Lo hacían con gusto y les agradaba saber que había un grupo de, si se puede llamar, artistas, que les ayudaban. Se acercaban conmigo porque buscaban un color brillante, una tela de determinada textura. Esa parte fue hermosísima”.
Los sismos derribaron y acabaron con muchas vidas y espacios, pero también revelaron hechos; la situación laboral de las costureras en los talleres de San Antonio Abad se conoció entonces. Rojo, con otros artistas como Helen Escobedo, Rogelio Naranjo, Francisco Toledo, Arnold Belkin, Marta Chapa, Beatriz Zamora, trazó muñecas. “La solidaridad, la ayuda, el apoyo, fue un momento irrepetible; lamentablemente no se ha repetido. A partir de ahí, cuando empezó la reconstrucción ya fue de otro carácter”.
Las muñecas se llamaban Lucha y Victoria, aunque cada artista proponía imágenes muy distintas.
“Los artistas pintaron o dibujaron los diseños, pero quienes dieron la riqueza, el volumen, el acabado, la selección de las telas, los bordados, eran ellas; era un extraordinario trabajo, de autor, ellas eran las autoras”.
Algunas de las que Rojo creó, que además de Lucha y Victoria fueron unos cuantos gatos, se exhiben en el Museo del Estanquillo como parte de la exposición Los días del terremoto.
“En conjunto, las muñecas eran algo así como de 30 centímetros de alto. Las costureras, que eran maestras en su oficio, les pusieron mucho cariño. Conservé algunas que se exhibieron en el Museo Carrillo Gil, y luego en la exposición en El Estanquillo (Aforismos y grafismos. Vicente Rojo y Carlos Monsiváis, del año pasado). Que se quedaran en el Museo está bien, es el lugar más propio…”.
Rojo recuerda aquel día de 1985: “Estaba en el piso alto de mi casa cuando se empezaron a mover las cosas, bajé porque tengo una escultura alta de Fernando González Gortázar y me recuerdo sosteniendola para que no se fuera a caer. Traté de ir esa misma tarde a La Jornada; salimos Albita y yo y avanzamos seis, ocho cuadras desde Coyoacán, las calles estaban llenas de gente asustada, preocupada, y nos dimos cuenta de que no tenía caso seguir, era demasiado dramático. Me pareció que era ofensivo meterme en un coche avanzando por la ciudad. La colaboración no se había producido hasta entonces, y no se ha vuelto a repetir, por ejemplo la comunicación: las emisoras de radio eran casi comunitarias, cosa insólita porque sabemos lo que son. Se creó todo un conjunto de ayuda insólito y conmovedor que debería repetirse no por el temblor sino por la vida cotidiana”.