ssierra@eluniversal.com.mx
Las Santas de Fernando Botero tienen un pasado; llevan aureolas de colores, vestidos con escotes profundos, zapatos de tacón y no están hechas para hacer milagros. Al pintor no le preocupó ser fiel a la historia de cada una, a sus vidas, pecados y martirios, mucho menos ser religioso. Quiso, en cambio, generar composiciones, dejarse llevar por el color y recuperar un tema que entre los siglos XIII a XVI fue trascendental para los artistas.
En 2014, en Nueva York, Botero comenzó a crear su serie de Santas; les dedicó siete u ocho meses y las concluyó en Italia. Fueron 17 pinturas de un metro 90 de alto cada una; expuso en julio diez piezas en la galería Gmurzynska, en Zúrich; otras formarán parte de una exhibición que llevará al Museo Nacional de China, en Beijing, en noviembre; será una retrospectiva con alrededor de 100 cuadros.
Pintó, entre otras, a Santa Régula, Santa Gertrudis, Santa Úrsula, Santa Lucía, Santa Clara, Santa Isabel, Santa Bárbara. Ésta última fue la primera de cuantas hizo; quiso comenzar con ella porque conocía su historia: que había sido torturada y que le habían cortado los senos. Las vidas de las demás las buscó en Internet y tomó algunos rasgos para las pinturas; muchas portan una palma o un libro en sus manos.
Lo que menos hay en esta serie es algo de fervor: “No soy una persona religiosa. Esto fue por motivos puramente artísticos”, le dice el pintor y escultor a EL UNIVERSAL en entrevista telefónica desde su estudio en Grecia.
“Nadie ha pintado una santa en mucho tiempo, ninguno que yo conozca ha pintado santas en los últimos dos siglos; la pintura era siempre religiosa y fue perdiendo su carácter religioso, empezó más a interesarse en el retrato, el paisaje y la naturaleza muerta. Después de la Revolución Francesa ya no hubo más cuadros religiosos en Europa, aunque en América Latina sí”.
Excepciones en esta historia son una Crucifixión de Picasso, y el Cristo de San Juan de la Cruz, de Dalí, recuerda el pintor nacido en Medellín, Colombia, en abril de 1932.
“El día antes de pintar las santas no se me había ocurrido pintar alguna; estaba mirando un libro de pintura antigua de la Edad Media. Entonces, me dije: ‘¿Qué raro que este tema haya desaparecido? ¿Qué tal si yo pinto una santa?’ Siempre he hecho las series así. Cada vez que tengo un tema que me entusiasma me entrego y no pinto sino eso. Cuando me canso, ya paso a otro tema. Me pareció importante hacer el tema, como nadie lo hace... Todo lo que nadie hace es lo que más me interesa hacer a mí; yo quiero hacer lo mío”.
La diferencia en el tratamiento de Fernando Botero está en una cierta ironía que atribuye a cada una de sus pinturas y un restarles significados.
“Las pinté vestidas en forma contemporánea, como si fueran a una recepción. A las santas las pintaban vestidas lujosamente porque querían hacerles un homenaje o porque pertenecían a la nobleza; posiblemente eran humildes, pero eran resaltadas como si fueran vanidosas y no humildes. Uno ve por ejemplo las de Van Eyck, las de Veronese, las de Zurbarán, las de todos los pintores siempre están vestidas lujosamente. Yo hice lo mismo con vestidos contemporáneos”.
—¿Cómo hizo la selección?
—Pinté santas que tenían que ver con una ciudad o con una historia. Pero fui muy libre, no es una historia rigurosa. En la pintura tiene que haber libertad para improvisar la forma y el color.
—¿Quiso representar el dolor?
—Una santa se pinta siempre con una cara apacible, aunque haya sido torturada, no se pinta con el gesto de dolor y drama. Alguien dijo que mis santas son mujeres que tienen un pasado. Yo las pinté con el escote bajito, mostrando los senos. No es que hiciera unos cuadros religiosos, al contrario.
Un motivo. La religión fue algo cotidiano en la infancia de Botero, pero en el arte sólo es un tema; antes pintó cuadros de monjas, cristos, obispos.
“Yo crecí en un ambiente de un colegio de curas, en mi casa nadie iba a misa pero en el colegio nos tocaba ir a misa. Nunca he sido una persona religiosa. Mis santas no hacen milagros. Son puras pinturas. No creo en las santas. ¡Me parece tan absurdo! Ya me imagino a Dios rodeado de todas estas santas y ellas pasándole papelitos donde le dicen: ‘Esta señora está muy enferma, ¿la cura, por favor?’ Si uno va a rezar, le reza mejor directamente a Dios, no a los santos.
“Yo ya conocía los cuadros de las santas de toda la vida, los he visto en museos siempre. Pero cuando uno quiere hacer una serie mira con otros ojos. La pintura es más que un tema, es también forma, composición, color. El color hay que usarlo con gran libertad, hay que dejarse ir, hay que entregarse. Cuando uno está pintando tiene que pintar rápido; al principio, cuando uno está cubriendo la tela, tiene que pintar muy rápido, no hay que pensarlo mucho... hay que soltar todos los colores imaginables sin miedo, después analiza lo que hizo y a lo mejor controla. Pero al principio tiene que ser como un estallido de color, dejarse ir. El color, la composición, el dibujo, el estilo, el estilo radical, eso es lo que distingue un Leonardo, un Monet, un Botticelli”.
—¿Qué series trabaja ahora?
—Eso de las series es muy raro. Estaba en Italia y pinté unos ángeles. Como cinco o seis; ángeles desnudos con alas, cosa que nunca había visto; al ángel adulto siempre lo pintan con una especie de bata. Ahora estoy empezando a pintar en Grecia; acabo de llegar a mi estudio, voy a mirar el ambiente a ver qué se me va a ocurrir.
—¿Qué exposiciones tiene en puerta? ¿Estará en América Latina?
Voy a exponer 100 obras en el Museo Nacional de China, en Beijing, en noviembre. Me invitó el gobierno chino. Es una exposición muy parecida a la que estuvo en México; está en Seúl, en el Museo Hangaram, vuelve a Suiza y después va a China. Tengo una exposición en Palermo, una de escultura en el Festival de Spoleto, y el 20 de septiembre estará Boterosutra en Francia, en el Museo Würth.
jram