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El discurso de Donald Trump sobre el estado de la Unión ante sesión conjunta del Congreso representa un potencial punto de inflexión para el futuro de la política migratoria estadounidense. Con un discurso ciertamente más mesurado en tono y motivado por proyecciones y encuestas poco halagüeñas para el GOP hacia las elecciones legislativas de 2018, el mandatario transitó de la arrogancia ideológica y belicosidad chovinista de su discurso inaugural hace un año, al populismo calibrado y un nativismo deliberado. En su perorata reminiscente de la retórica hitleriana del “Volk und Vaterland”, Trump equiparó a los migrantes con la criminalidad y a la frontera con los terroristas, hilando una narrativa que busca confrontar a millones de estadounidenses contra “el otro”. Y sin pudor alguno, dejó en claro que la potencial resolución al estatus migratorio de 1.8 millones de jóvenes indocumentados, los llamados Dreamers, estará condicionada a imponerle al país la visión xenófoba que su procurador general Jeff Sessions, su asesor de política interna, Stephen Miller, y él llevan marinando desde la campaña.
Y es que el discurso es un “fuera máscaras”. Desde que canceló el año pasado el programa DACA (por sus siglas en inglés) instrumentado por Obama para otorgar a los Dreamers protección legal contra la deportación, Trump había adoptado posiciones discursivas contradictorias con respecto a estos jóvenes; era como si no supiera si quería liberar al rehén, mantenerlo secuestrado o ejecutarlo. Pero el discurso deja meridianamente claro que son la carta de cambio para instrumentar los recortes más draconianos a la migración legal desde que el Acta de Inmigración de 1924 fuera diseñada para evitar lo que el Congreso en ese momento consideraba era la degradación racial de EU por la llegada de italianos y europeos del este, específicamente judíos. Hoy, la Casa Blanca ofrece legalizar a Dreamers a cambio de reformar y reducir radicalmente —sobre todo en materia de reunificación familiar— el sistema de inmigración autorizada, ignorando el papel que ésta desempeña para la vitalidad económica y social del país, y reduciendo las protecciones para los solicitantes de asilo y menores no acompañados. Cancelaría la lotería de visas (la cual no incluye a México) que propicia diversidad migratoria, al igual que la posibilidad de que cerca de 22 millones de personas pudiesen optar por migrar legalmente a EU en el transcurso del próximo medio siglo. Y busca, claro está, la asignación presupuestal de 25 mil millones de dólares para fortalecer la seguridad fronteriza, incluida la gran muralla de Trump.
La propuesta sesgada de Trump es un vehículo antiinmigrante de línea dura disfrazado de zanahoria, aliñada con el estatus legal para los Dreamers. ¿Deben los demócratas, activistas y algunos republicanos que buscan proteger a estos jóvenes —cerca de 1.3 millones son mexicanos— aceptar este pacto faustiano? No tengo la menor duda que lo que Trump ha puesto sobre la mesa es un mal trato, tanto desde la óptica de opinión pública como política. Encuesta tras encuesta comprueba que mayorías importantes de estadounidenses favorecen un estatus legal para los Dreamers. Y si bien una tercera parte del electorado estadounidense quiere más restricciones migratorias (muchos de ellos son el voto duro de Trump), dos terceras partes las rechazan. Más aún, un sondeo reciente del Centro Pew muestra que la gran mayoría considera que la migración no debiera ser una de las principales prioridades para el gobierno federal en este momento. En casi toda democracia, esos números se traducirían en una verdad insoslayable: los restriccionistas no pueden zambutirle al país un recorte tan dramático en la migración documentada. Y aceptar la propuesta impopular de un presidente impopular es la receta para que un partido en la minoría permanezca como minoría.
¿Y México? ¿Cómo debe encarar esta propuesta? Como casi todo en el debate migratorio estadounidense, no hay respuestas sencillas de blanco o negro, y algunos objetivos pueden contrapuntearse con otros. De avanzar en su totalidad el plan Trump —algo poco probable— muchos de nuestros connacionales documentados podrían verse afectados ante la imposibilidad de llevar a sus familias a EU. Pero la regularización migratoria de más de un millón de mexicanos representaría un golpe de timón en sus vidas. Se dice fácil y no es poca cosa.
Consultor internacional