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En los viejos y no viejos diccionarios de Filosofía no aparece la palabra posverdad. Verdad, mentira y mentiroso cuentan con sendas entradas. En las futuras ediciones de las viejas enciclopedias de Filosofía, y en las nuevas, posverdad ocupará varias páginas. Distorsionar la verdad y mentir no lo es lo mismo. Siempre se ha mentido y siempre se ha modificado la realidad. Ambas deformaciones perjudican. Todos lo hacemos. Médicos, obreros, arquitectos y campesinos, entre otros, formamos parte de ese entramado. Políticos y religiosos, o su simbiosis políticos/religiosos, son adalides: mienten y alteran la realidad a su antojo. La posverdad es una forma del arte de deformar: acoplar y variar la realidad a favor de uno, de una causa o de una nación es la meta. Vivimos en el tiempo de la posverdad. Distorsionar conscientemente la realidad con el fin de moldear e influir en la opinión pública para inclinarla a favor de quien la espeta, a costa de socavar la objetividad, es el corazón de la posverdad.
Los mensajes de la posverdad influyen en el ánimo, en las creencias y en las necesidades del público a quien va dirigido, con frecuencia, desinformado, ávido de cambios a costa de lo que sea, y ciego, absolutamente ciego. Aunque en la inmensa mayoría de las naciones, ricas o pobres, la posverdad, impulsada por la ralea política mundial, se ha convertido en modus vivendi, nadie como Trump.
El presidente estadounidense, a pesar, o más bien por eso —cuenta con sesenta millones de acólitos incondicionales— es la figura de referencia cuando de posverdad y mentira se trata. Según las estimaciones periodísticas más recientes, Trump reproduce y multiplica sus mentiras sin coto. Según The Wahington Post, durante los primeros cien días de su mandato, Trump espetaba 4.6 falsedades diarias; en agosto 2018 el número se cuadruplicó: 16 mentiras o comentarios engañosos al día. La cuenta es alarmante: hasta el 3 de agosto, día de la publicación del artículo, nuestro vecino había acumulado 4 mil 229 afirmaciones falsas.
La posverdad, cuando no se cuenta con mecanismos adecuados para contrarrestarla, se reproduce ad nauseam. Si bien es cierto el argumento cada vez más manido de que ahora, gracias a los medios de comunicación se sabe más y más pronto, el auge de la posverdad supera cualquier época. Los hacedores de posverdad venden lo que el público necesita: poco importa si los dictums son incumplibles o si la deformación de la realidad daña. El futuro no existe. La posverdad se vende y se conjuga en presente. Se acopla a las necesidades de quien las dicta y de quienes la necesitan. Y se cambia tanto como sea necesario.
Cuando la meta es distorsionar, los límites no existen, Cuando los límites no existen todo está permitido. No se trata de la muerte de Dios como afirmaba Nietzsche, se trata de la nueva realidad humana. En eso estriba el éxito de la posverdad, éxito inmenso cuando se habla de la política que ha subsumido y acorralado a la verdad. Trump es trump pero no es el único. Abundan en el mundo contemporáneo políticos distorsionadores y pueblos ávidos de encontrar a los responsables, a los otros, de sus problemas.
El tiempo de la posverdad es nuestro tiempo. En México hoy —y ayer y mañana— en sólo una semana nos enteramos de dos casos: las acusaciones por las cuales se encarceló a Elba Esther Gordillo y a Javier Duarte no estaban bien sustentadas. La Maestra ya está entre nosotros y sin duda Duarte pronto podrá ir a los Portales en Veracruz a degustar el café de su tierra. En ambos casos, ¿se distorsionó la verdad al inicio y por eso se les encarceló?, o, más bien, ¿se les liberó porque era políticamente necesario hacerlo? La posverdad se aplica en una o en ambas situaciones.
Seamos realistas, nuestros males no tienen solución. El ser humano de hoy es como el de ayer, pero con más problemas. No ayudan ni la sobrepoblación ni la pobreza ni el Poder omnímodo; ejemplos sobran: Trump, Putin, May, Netanyahu, Maduro, los Castro, uno muerto, otro recién retirado, Bashar al-Ásad, Erdogan y un larguísimo etcétera que ni merece espacio ni tinta.
El corolario es gratuito y crudo. Hace pocos días, Rudolph Giuliani, ex alcalde de Nueva York y amigo de Trump, dijo durante una prestigiosa tertulia política, “No, eso no es cierto. La verdad no es verdad”. Insisto. Seamos realistas: la verdad ha dejado de ser verdad. Elba Esther Gordillo, Javier Duarte y tantos otros políticos mexicanos lo saben.
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