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Las bonanzas de la tecnología son ilimitadas. El interés por la ética laica es mínimo. La “sabiduría material” crece sin cesar, no así las influencias de la “sabiduría ética”. Entre una y otro median distancias cada vez mayores. Predomina la tecnología, pierde la ética.
Las preguntas derivadas de las ofertas tecnológicas son incontables. El conocimiento científico —“saber material”— debería caminar en forma paralela con el conocimiento ético —“saber ético”—. Entre más se sabe más se crea. Entre más se crea más preguntas surgen. Si bien solemos deslumbrarnos por el “saber material” —teléfonos celulares, resonancias magnéticas—, quienes cavilan en la importancia del “saber ético”, o no influyen, o su imagen en los dueños del mundo es nimia: ¿es lícito utilizar el conocimiento en guerras bacteriológicas?, ¿cómo no evitar que mueran personas por tuberculosis o sida cuando hay medicamentos suficientes y adecuados para tratarlos pero ni se distribuyen ni abaratan?
El “saber material” es glamouroso: genera dinero y fama; el “saber ético” es incómodo: siembra preguntas. Cavilar en los desastres generados por los usos inadecuados de la tecnología y la biotecnología —contaminación ambiental, pérdida de praderas marinas, calentamiento global— es, sobre todo en la era Trump, indispensable. En Medicina el “saber material” debe siempre dialogar con el “saber ético”. Limito las siguientes líneas a bretes médicos.
Los estudios genéticos cada vez son más exactos. En el futuro serán de gran utilidad: permitirán intervenir el genoma, modificar anomalías en el embrión o sugerir la creación de embriones “a la carta” para tratar hermanos con problemas hematológicos irreversibles. Leer “con cuidado” los estudios genéticos es obligatorio. Entre otras técnicas, el análisis de la saliva permite estudiar el perfil genético para conocer las probabilidades de desarrollar enfermedades como Alzheimer, algunos tipos de cáncer o patologías cardiacas. Su utilidad, de acuerdo con las empresas privadas, “suena” adecuada: al conocerse los riesgos de contraer determinadas enfermedades los afectados tendrían la posibilidad de solicitar ayuda médica o modificar algunas conductas. Sin embargo, es poco lo que pueden hacer las personas predispuestas a enfermedades neurodegenerativas o a desarrollar cáncer mamario (salvo cirugía preventiva, si acaso pueden costearla). La medicina tampoco cuenta con medicamentos para modificar el curso de enfermedades como las señaladas.
Por ahora, las pruebas pueden sugerir, pero no siempre afirmar, la probabilidad de desarrollar enfermedades secundarias a alteraciones genéticas. Si bien es cierto que en medicina prevenir es mejor que curar, los exámenes conllevan no pocas preguntas, amén de la imposibilidad de modificar el curso de la inmensa mayoría de las enfermedades genéticas.
Seis razones para cavilar acerca de las bondades y los problemas de las pruebas genéticas. Primera. La confidencialidad médica pierde terreno. Imposible saber si los dueños de la información no la compartirán con compañías aseguradoras o patrones. Segunda. A las compañías aseguradoras que ofrecen protección médica o seguros de vida les conviene tener el mayor número de datos del contratante con la finalidad de aumentar las primas o simplemente no suministrar el servicio; entre más enfermo el solicitante, mayor el negocio. Tercera. En un mundo donde poco a poco “todo se sabrá de todos”, ¿qué sucederá cuando patrones o empresas exijan los datos genéticos de sus empleados o de quienes solicitan trabajo? La respuesta es obvia: seguramente no emplearán a aquellos que tengan el riesgo de padecer en el futuro mediato enfermedades como Alzheimer u otras patologías. Cuarta. Muchos de los datos ofrecidos por el estudio genético pueden, en la actualidad, ser inútiles, ya que para algunas de las enfermedades detectadas —esclerosis múltiple, cardiomiopatías— no hay cómo prevenir. Quinta. Enterarse de la susceptibilidad para desarrollar enfermedades genéticas puede devenir daño psicológico. ¿Quién se hará cargo de esas mermas? Sexta. Dada la creciente mercantilización de la medicina y el poco apego a principios éticos, ¿qué ocurrirá con los pacientes hipocondríacos a quienes se les informe, por ejemplo, que tienen la posibilidad de desarrollar cáncer de colon?, ¿se aceptará la sugerencia del médico de someterse cada año a una colonoscopía?
La riqueza del “saber material” es enorme y la necesidad del “saber ético” es cada vez mayor. Acoplar ambos conocimientos es imprescindible. No debería haber conflicto entre ellos. La solución parecería simple pero no lo es: ambos saberes deberían caminar juntos para impedir que el “saber material” se convierta en una empresa lucrativa sin sopesar los daños emanados del conocimiento mal enfocado o mal distribuido. Balancear ambos saberes es el reto. Pido disculpas: En la era Trump y en la era internet la solución parece imposible.
Médico