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Hay quienes afirman, sin sustento o con sustento, que corrupción y, agrego, su familiar, impunidad, son parte de la naturaleza humana. De ser cierta esa idea, no hay solución. Así como empatía, compasión y solidaridad, entre otros bienes, pienso, se aprenden en las “primeras casas”, la materna/paterna, las calles, la escuela primaria, es probable que corrupción e impunidad se conviertan en el esqueleto de las personas cuando sus seres cercanos son corruptos, y gracias a ese mal, y a la hermandad con sus pares, gozan de impunidad.
La ciencia avanza muy rápido. La genómica no cesa, día a día reporta hallazgos complejos e interesantes. Por ahora los científicos no han localizado genes responsables de valores humanos —ética, lealtad, justicia, verdad—, ni han determinado si cánceres graves como impunidad y corrupción, se establecen en el momento de la concepción. Si en los próximos años la genómica informa en qué cromosomas se localiza esa forma peculiar de cáncer —cáncer antisocial— será menester reescribir este breve texto. Mientras tanto, es necesario aceptar que tanto los valores “positivos”, como los “negativos”, son igualmente humanos.
Ambos escenarios siembran desasosiego: imposible modificar la genética, muy complejo sustraerse de las enseñanzas familiares. Imposible pedirle peras al olmo, inútil, cuando se habla de corrupción e impunidad, intentar revivir y contagiar las enseñanzas de Mateo: Etiam si omnes ego non, “aunque los demás lo hagan o lo consientan, yo no”.
El fenómeno de la corrupción tiene sustento experimental. Dan Ariely, profesor de psicología y economía conductual de la Universidad de Duke, ha efectuado diversos estudios sobre la corrupción. En uno de ellos, multicitado por sencillo y por su trascendencia, Ariely le propuso a un grupo de jóvenes que eligiesen entre dos actividades. En una de ellas se ganarían 80 pesos y en la segunda 800. Un volado con una moneda determinaría cuál sería la actividad: cara implicaría la peor pagada, cruz la bien remunerada. A quienes sacaron cara el investigador les ofreció 40 pesos si mentían. El 86%, además de aceptar el soborno, continuó haciendo más trampas a diferencia del 14% que no lo consintió. Conclusión: es fácil corromper y corromperse. El experimento no desgrana la historia de las personas; quizás algunas, o muchas, tenían propensión a corromperse.
La corrupción y la impunidad son muy onerosas para quienes no forman parte de ese club y muy buen negocio para quienes las usufructúan. Aunque no son enfermedades, deberían considerarse como tal. Quizás así podríamos catalogarlas como epidemias: en nuestro medio, amén de ser contagiosas, son cada vez más graves. No hay límites. No hay topes: saciedad, en el lenguaje de políticos corruptos e impunes, es palabra inexistente. La falta de límites tiene lógica: si el vecino, independientemente de su filiación política, no ideológica —ahora los del PRD piensan como los del PAN y los del PAN no piensan como los del PRD—, sea gobernador, alcalde, delegado o ministro, tiene determinados recursos porque hace lo que hace —robar— y no hace lo que debería hacer —servir—, entonces, todos los de la tribu tienen el mismo derecho.
La situación probablemente cambiaría, al menos un poco, si corrupción e impunidad fuesen catalogadas como enfermedad. A los políticos muy enfermos se les podría internar en hospitales durante meses, y a los poco enfermos, medicar con algún antídoto para su mal, sean lecciones obligadas de ética o fármacos sedantes —ejercer corrupción requiere estar alerta—.
La corrupción y la impunidad en México son una grave enfermedad. Sería maravilloso crear un instrumento para medir esos cánceres y aplicarlo a quienes pretendan ejercer política en México. Y, al unísono, sería genial crear un corruptómetro y un impunómetro con el fin de aplicarlo a los miembros de nuestro gobierno. Todos sabemos los resultados de ambos experimentos. Y ahora, días después del terremoto, quienes perdieron sus casas y a sus familiares aguardan respuestas honestas y empáticas del gobierno. ¿Qué harán nuestros gobernantes con el dinero donado por personas e instituciones para la reconstrucción?
NOTAS INSOMNES.
Recordemos: 1) De acuerdo al Índice de Percepción de la Corrupción, México ocupa el lugar 123, entre 176 países analizados. 2) Según el Índice Global de Impunidad, México ocupa el segundo lugar entre 59 países evaluados.