En el Manifiesto del Partido Comunista se lee, “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. Así lo consideraron Marx y Engels. En nuestra nación, ningún fantasma atraviesa el país. La realidad recorre México: la realidad de la desolación. Así lo consideramos los mexicanos no devotos de nuestros políticos.

Las próximas elecciones han tenido la triste virtud de unirnos. Hay quienes admiran a López Obrador, otros aprecian la oratoria de Anaya, algunos aseguran que Meade es honesto y de Margarita Zavala y Jaime Rodríguez sabemos fue esposa de Calderón y que Jaime gobernó Nuevo León. Hay quienes dudan de todos y cuestionan muchas de sus propuestas, y hay incontables ciudadanos deseosos de decantarse por alguno de los candidatos y no lo consiguen: las preguntas sobrepasan las certezas. Frente a las próximas elecciones, una suerte de orfandad abrasa a buena parte de la población. Sumido en la bancarrota, como está el país, es tan difícil como urgente encontrar políticos honestos y dignos de admiración.

Admirar es necesario. Ya lo dijo Descartes en el Tratado de las pasiones del alma: Una de las seis es admirar —amor, odio, deseo, alegría y tristeza completan la lista—. ¿Alguno de los candidatos suscita admiración? La respuesta de muchos ciudadanos es triste y real, “votaré por el menos malo”. Funesta radiografía del mercado electoral. Cruda realidad del México contemporáneo.

Las próximas elecciones han unido al pueblo mexicano. Lo han unido para mal. Desasosiego, rencor, desesperanza, odio, miedo, hartazgo, desconfianza, incertidumbre y otra serie de dolores son común denominador, cuyos sumandos reproducen una nación rota, destrozada, sexenio tras sexenio, partido tras partido. Difícil saber cuál de los cánceres es el más agresivo: ¿corrupción?, ¿impunidad?, ¿pobreza?, ¿violencia?, ¿injusticia? ¿narcotráfico?, ¿inseguridad?, ¿desempleo?, ¿educación mediocre?, ¿amoralidad política?, ¿feminicidio? Las lacras previas son herencia y presente: una nación dominada por esos demonios es un Estado fallido. Una nación donde la política desconoce reglas éticas y morales mínimas es un Estado irresponsable.

Mientras escribo releo Cartilla Moral de Alfonso Reyes. Escrito en 1944, el propósito inicial del libro fue construir, junto con los maestros, una plataforma para alfabetizar a la población. Releer hoy el testimonio de uno de los grandes próceres mexicanos ilumina por la sapiencia de quien fue llamado “la versión mexicana de la cultura universal” y entristece por la situación del país y por el nulo apego a la Cartilla de Reyes. Comparto cuatro reflexiones.

“La nación, la patria, no se confunde del todo con el Estado. El Estado mexicano, desde la independencia, ha cambiado varias veces de forma o de Constitución. Y siempre ha sido la misma patria. El respeto a la patria va acompañado de sentimientos que todos llevamos en nuestros corazones y se llama patriotismo: amor a nuestro país, deseo de mejorarlo, confianza en sus futuros destinos”; “Este sentimiento debe impulsarnos a hacer por nuestra nación todo lo que podamos, aún en casos en que no nos lo exijan las leyes. Al procurar nuestras legítimas ventajas personales no hemos de perder de vista en lo que debemos al país, ni a la sociedad humana en conjunto”; “El amor a la morada humana es una garantía moral, es una prenda de que la persona ha alcanzado un apreciable nivel del bien…”; “La patria es el campo natural donde ejercitamos todos nuestros actos morales en bien de la sociedad y de la especie. Se ha dicho que quien ignora la historia patria es extranjero en su patria”. En la Cartilla Moral, Reyes apuesta por la educación y por principios éticos como ejes rectores de la Patria.

Reyes ha sido sepultado por los políticos. No así otros personajes non gratos. He citado, lo hago de nuevo por su vigencia, a Gonzalo Natividad Santos Rivera, ex gobernador de San Luis Potosí, uno de los símbolos de la corrupción en la política mexicana. Santos Rivera dijo, “La moral es un árbol que da moras o sirve para una chingada”.

Entre signos de interrogación enlisté once realidades. Hay más. Mientras no se corrijan esos cánceres imposible reconstruir. El desaseo político, la amoralidad y la complicidad han sido devastadores. De no serlo habría, como sucede en otras naciones latinoamericanas, más políticos en la cárcel. La precaria situación de nuestra nación no cambiará mientras no se atiendan y modifiquen las preguntas enunciadas. No enfrentamos fantasmas, confrontamos realidades y enfermedades políticas.

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