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En una primera impresión, Tres Anuncios por un Crimen (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, por su título en inglés), la más reciente cinta de Martin McDonagh (insuperable In Bruges, fallida Three Psychopaths) da la apariencia de ser un drama costumbrista con guiños al cine de los hermanos Coen. La protagonista del relato, Mildred (Frances McDormand, ya con el Oscar en la bolsa), es una mujer divorciada que luego del terrible asesinato de su hija y ante la torpe indolencia de la policía local, decide contratar tres anuncios espectaculares en una carretera (no muy transitada, pero si muy conocida) de las afueras de Ebbing, Missouri para hacer públicamente responsable al jefe de la policía, Willoughby (Woody Harrelson, al tú por tú con McDormand), por la falta de indicios que lleven a la captura del hombre que violó y asesinó a su hija.
La provocación funciona, pero, en vez de reiniciar las investigaciones del asesinato, los policías, muy indignados, van tras Mildred para encarar a la ruda mujer que lo único que pide es que se haga justicia. Torpes, racistas y flojos, así traza McDonagh a este agrupamiento policiaco que prefiere hostigar a una madre divorciada o reprimir a la comunidad negra local que ponerse a investigar. Uno de los agentes, Dixon (Sam Rockwell) es la imagen misma de la policía corrupta: flojonazo, racista, violento, impulsivo y -como para acabarla de amolar- hijo de mami, no dudará en usar la violencia contra Mildred y todo aquel que la ayude.
Pero Mildred no se dejará intimidar. Vestida siempre de overol y paliacate en la cabeza (emulando al clásico cartel “We Can Do It”, de la Segunda Guerra Mundial) esta mujer no parece tener freno y no cejará hasta que alguna de las autoridades atrape al asesino de su hija, así tenga que comprar tres carteles que la dejen en bancarrota o liarse a golpes con aquellos que se sienten “ofendidos” por sus acciones: el cura local, el dentista del pueblo, los compañeros de escuela de su hijo o incluso su exesposo, que la dejó para irse con una joven y tonta mujer de 22 años.
Y es entonces que se hace evidente la verdadera naturaleza del filme. Estamos ante un western clásico, donde un hombre (en este caso una mujer) luchará contra la barbarie de los forajidos (en este caso las instituciones corruptas) para imponer la ley y la justicia. McDormand es, para fines prácticos, una versión femenina de Clint Eastwood sin rifle pero igual de malencarada y determinada.
Hasta aquí, la cinta de McDonagh no hace sino generar emoción. Todas las piezas están en su lugar como para que esto se convierta en una gran crítica a la América profunda, aquella América racista, ignorante, “hija de mami” que, todos sabemos, es la que votó por Trump. Pero, con el temor de quien sabe que no puede sostener la apuesta, el director y también guionista, recula y decide hacer de esto un relato de conciliación social, donde plantea que se puede negociar con los racistas, hacerlos rectificar y convertirlos en buenas personas.
Peor aún, Mildred, la figura que encarnaba la rectitud y la búsqueda de la justicia, termina conformándose con un revanchismo que suena más a cacería de brujas, yendo tras la pista de un individuo del cual sabe perfectamente que no es el asesino de su hija pero “seguramente a cometido otros crímenes”.
McDonagh no sólo destroza el propósito de su propia historia, sino que además traiciona a su personaje principal de una forma absolutamente irresponsable. Lo que empezaba como un western de alcances sumamente interesantes, termina convirtiéndose en un remedo de Crash, no la de Cronenberg (brincos diera), sino aquella ridiculez cursi y políticamente correcta dirigida por Paul Haggis que -tal y como sucederá con Three Billboards- se llevó el Oscar a Mejor Película de aquel año.
Con todo, hay cierta congruencia en que Hollywood decida levantar el brazo a esta cinta, toda vez que los retrata tal cual han actuado en estos últimos años: tibios en su confrontación hacia Trump candidato, tardíos en su oposición ya como presidente y finalmente, enfrascados en una cacería de brujas que los ha ido diezmando lentamente.
-O-
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