Seguimos en campaña. El próximo fin de semana viene el segundo debate. Si bien es cierto, que en mi colaboración anterior manifesté alguna crítica a la táctica utilizada por Xóchitl Galvez en el debate, también lo es, que varios amigos me hicieron ver que el formato para el debate fue farragoso, propicio para achatar la dialéctica y por ende para generar un ambiente anodino que debilita el carácter polémico que la democracia exige.

Un primer punto demanda que los mediadores sean discretos y propicien el intercambio de ideas y de posturas. Su rol es el de facilitadores y no de actores principales. Bastante atascada está la política en este país por el protagonismo de los medios de comunicación, como para que esto se proyecte en el desmedido rol que juegan frente a la voz de los candidatos.

Resulta ramplona la idea de que la democracia solo exige propuestas y por ende, los debates solo admiten intercambios de propaganda. El primer sentido de conjugar varias voces en un mismo cuadro es transparentar las miradas múltiples que dan base al discurso político. Sin diagnóstico y sin análisis crítico no hay debate que valga. Los candidatos presentan una visión de país que pasa por evidenciar aquellas interacciones, sociales, políticas, policiacas o económicas que se acusan de ruinosas para la paz y la prosperidad nacional. Es a raíz de esa visión que se plantean los cambios que postulan. Una crítica que no propone es estéril, pero una propuesta que no critica, es ciega.

Es paradójico que en el post debate haya existido más contenido crítico que en el debate. Que el Presidente de la República repudie el silencio de la candidata oficial, frente a los ataques a su gobierno o que se presenten con más claridad las propuestas en los diversos foros a los que han comparecido los candidatos, al estar regulados por formatos más libres. Los ciudadanos no salimos a las calles a defender la autonomía del INE para que se convierta en un espacio chato, que rehúye a la polémica y busca imponer un concepto de comunicación política neutro, sordo y mudo. Un árbitro imparcial debe promover el juego fluido entre todas las fuerzas políticas

Venimos de más de cinco años de una mercadotecnia política donde el discurso presidencial cotidiano pretende acallar todas las voces. En primer lugar, cada mañana conocemos una versión unilateral del México que se mira desde Palacio Nacional. La perspectiva es limitada, no sólo por la ceguera presidencial a todo lo que lo afronta. También lo es, porque el gobierno sólo es parte de la realidad nacional y su quehacer ni la agota ni la clausura. Es cierto que la democracia exige varias voces, como también lo es que la voz del gobierno debe ser potente por la legitimidad que ostenta. La preminencia de una Torre de Babel, donde el ruido inhibe cualquier intercambio y cada uno dice lo que quiere y cuando quiere, sofoca a la democracia. Ésta exige un marco común donde las miradas se encuentren. Donde las perspectivas ponen los acentos en ciertos espacios de la realidad nacional. Donde las diferencias se discutan y a partir de todo ello, podamos encontrar un escenario nacional que clarifique los consensos.

Una cojera de las mañaneras cotidianas es privar una sola visión que divide al país entre quienes lo apoyan y lo rechazan, simplifica todo análisis. Es muy fácil, y por cierto ruin, que el Presidente todas las mañanas se dedique a demostar a sus críticos y señalarlos como enemigos del país. Es radicalmente subversivo dibujar desde el poder, la demonización del adversario y lo es porque promueve el odio y la violencia. Debemos agradecer que tanto ruido y tan seguido, dispersa la atención y debilita el encono. Ya no hace gracia quién es sujeto de los ataques de Palacio Nacional, pero cada vez provoca menos desgracia para quien lo es. Al convertirse el discurso presidencial en ruido ambiental, se desenfoca la atención y se genera distracción.

Por ello, la urgencia de un debate que ponga los acentos en los aspectos más críticos de nuestra realidad, para con ello coordinar el esfuerzo mediante el cual, sociedad y gobierno colaboren para su solución. Debemos superar el presente y cuantificar el grado de destrucción de valor que esta política ha traído al país. El desmantelamiento del estado de bienestar para generar recursos líquidos que alimenten a las clientelas políticas, nos lleva al debilitamiento gradual de los más vulnerables. La destrucción de la salud pública recae directamente en los enfermos. Si el cálculo del poder es que son minoría, es un cálculo criminal que los va a alcanzar. Por otra parte, el debilitamiento del sistema de educación pública priva de alternativas a los más pobres, empujándolos al mundo de la violencia y a las manos de la delincuencia organizada. En todo caso, la legalidad democrática se desvanece frente a la violencia mediata o inmediata.

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