“…vender las hipotecas de familias muy pobres, creadas de tal manera que la falta de pago fuera inevitable; realizando apuestas acerca de cuánto tardarían en dejar de pagar los titulares; empaquetando la hipoteca y la apuesta juntas y vendiéndolo todo a inversores institucionales asegurando que darían dinero pasara lo que pasara, y permitiendo a dichos inversores vender e intercambiar los paquetes como si se tratara de dinero; pasando la responsabilidad de pagar la apuesta a un gran conglomerado de aseguradoras que, si se hundieran por el peso de su deuda resultante (lo que a todas luces sucedió), tendrían que ser rescatadas por los contribuyentes (como fueron rescatadas)” (David Graeber, 2021, Deuda. Una historia alternativa de la economía, Ariel, España, p. 26).

La larga cita de Graeber es, paradójicamente, la versión más corta disponible de la Gran Recesión, convencionalmente iniciada en septiembre de 2008 aunque los primeros focos rojos se prendieron desde el otoño de 2007. Si acaso, haría falta agregar el papel desempeñado por las agencias calificadoras para incentivar a los inversores de referencia a vender y comprar unos derivados financieros tan bien calificados como difíciles de comprender.

Con esa crisis, también, se derrumbaron creencias como la que hace de los banqueros conocedores profundos de las consecuencias de su afición al riesgo, particularmente atractiva cuando se apuesta con dinero ajeno y, en caso de pérdida, cuando se sabe que habrá salvamento proveniente de lo que Hyman Minsky llamaba El Gran Gobierno.

Veamos, ahora que las deudas impagables de familias, gobiernos y empresas están presentes, dónde radican las posibilidades económicas futuras:

El motor del crecimiento económico en el porvenir cercano, según el FMI, será el consumo privado; con la deuda encima y la errada elevación de las tasas de interés para combatir a una inflación que no se quiere ir, en lo fundamental, porque es resultado de un choque de oferta y no de demanda, los llamados agentes de cuya cuenta corre el consumo enfrentan una crisis de insolvencia (deben pagar deudas y mantener un volumen de consumo descendente); las empresas responsables de producir lo necesario para satisfacer a esa hipotética demanda, no tienen acceso al crédito por la elevación de las tasas de interés activas y los gobiernos endeudados deberán realizar recortes, en educación y salud por ejemplo, para llevar a la anemia las condiciones de bienestar colectivo y, también, amortizar sus deudas.

El apasionante libro de David Graeber nos recuerda los tiempos en los que las deudas se pagaban con trabajo esclavizado, con la prostitución de las hijas y esposas y con la vida. La trayectoria cíclica de este sistema económico, le lleva a tropezar reiteradamente con la misma piedra. Ya hay que pensar en alternativas al servicio de la colectividad y no del capital financiero.

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