El oficialismo ha reiterado una y otra vez que su proyecto es la antítesis del neoliberalismo. Pero lo que se llevó a cabo durante seis años y que se ha reforzado de manera trepidante estos últimos 60 días está muy alejado de una perspectiva progresista. Ya no se trata solamente de la militarización, de la desaparición de los órganos autónomos, de la reforma que atenta contra la independencia judicial, o de la supremacía legal que se ha construido con artimañas como la sobrerrepresentación, la extorsión y la compra de voluntades. Es tal vez en el proyecto de presupuesto 2025 donde se refleja que su visión es muy cercana a su supuesto antagonista neoliberal. No sólo porque el endeudamiento y el déficit obligarán a una política draconiana, sino porque se castigan rubros que, desde una lógica de avanzada, debieran ser la prioridad. La salud y la educación tendría que ser preocupación fundamental de un gobierno “humanista”. Sin embargo, estos aspectos son severamente castigados, particularmente el primero, lo que es verdaderamente criminal: 113 mil millones menos a la salud (un decremento del 12% con respecto a 2023), cuando de acuerdo con el INEGI, cincuenta millones de compatriotas no tienen acceso a este derecho fundamental. Los Institutos Nacionales (reconocidos mundialmente por su excelencia) son sacrificados justo cuando signos de un desabasto no sólo ya de medicamentos, sino de insumos básicos para atender a la población que ahí acude. Las transferencias monetarias son importantes en un país de enormes desigualdades, pero nunca serán suficientes y mucho menos si son a costa de desaparecer o golpear políticas públicas e instituciones encargadas de derechos fundamentales. Lejos de lo que nos dicen, no hay nada más neoliberal que el Estado se adelgace destruyendo instituciones y políticas públicas trasladando sus responsabilidades a las personas, que renuncie a la transparencia, que coloque al borde de la muerte a las instituciones encargadas de la salud o que desaparezca políticas de cuidados como las estancias infantiles, las escuelas de tiempo completo o los comedores comunitarios. No hay nada más conservador que su propuesta sea mantener y ampliar la prisión automática violentando la presunción de inocencia, o criminalizando a las personas al elevar a rango constitucional -qué despropósito- la prohibición de los vapeadores, lo que sólo aumentará el mercado negro y el negocio de grupos criminales. No hay nada más inhumano que se mueran niños por una bacteria en hospitales públicos, que el 60% de nuestros infantes no tenga el cuadro completo de vacunación. No hay nada más criminal que el Tren Maya reciba subsidios multimillonarios en lugar de canalizar esos cuantiosos recursos a preservar o salvar la vida de las y los mexicanos. No hay nada más neoliberal y patriarcal que descargar solamente en las espaldas de las mujeres las tareas del cuidado cuando muchas trabajan y requieren políticas de soporte. No hay nada más cruel que convertir a la educación en un dogma en lugar de preparar a la niñez y juventudes para los retos que enfrentan. Pero más allá de la propaganda está la dura realidad. En algún momento ni el himno nacional les alcanzará para sostener tanta falacia.
Política mexicana y feminista