Tijuana.— Eran las siete de la mañana, una vecina golpeó la puerta de la casa de Lilia y la despertó. “¡Algo le pasó a Daniela! De inmediato ella corrió un par de calles hasta que encontró muerta a su hija, a la que había adoptado. Daniela estaba abandonada en el suelo de tierra, como abrazándose a sí misma, con el rostro destrozado por las balas.
El dolor de Lilia no terminaría ahí, pasaron casi dos meses antes de poder velarla y enterrarla, porque su hija, le decían, no era su hija y era una mujer transgénero.
El 13 de septiembre Daniela, una joven transgénero de 23 años, fue asesinada a unas calles de su casa, en la colonia Sánchez Taboada, en Tijuana, que se ha convertido en una de las ciudades más violentas de México, cuya cifra alcanza las mil 533 personas asesinadas, hasta octubre pasado, de acuerdo con datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
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En el parte policiaco y reportes internos de las corporaciones y servicios forenses, Dany, como le llamaba su familia adoptiva, siempre fue identificada como hombre o masculino, ninguna referencia a su identidad transgénero fue mencionada, era como si al dispararle también hubieran matado su identidad.
Para sepultarla, su mejor amiga y madre adoptiva, como ella misma se presenta, tuvo que ir de un sitio a otro e incluso rastrear a su familia de sangre para que les permitieran recuperar su cuerpo. Como ocurre con la mayoría de la población transgénero, enfrentaron el rechazo. Fue su familia por elección quien tuvo que hacer frente a la burocracia y falta de apoyo gubernamental para recuperarla.
“Íbamos a vender un celular, pedir prestado, yo quería empeñar hasta la tele, lo que fuera por la Daniela, porque era como mi hija... Le doy gracias a esos desgraciados que al menos me la dejaron cerca de la casa y no desaparecida”, comentó.
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A punto de cumplirse dos meses, Lilia decidió publicar en redes sociales que necesitaba ayuda. Así fue como el 7 de noviembre pasado, Edoardo Rodríguez, activista de la comunidad diversa, tuvo conocimiento del caso y coordinó el apoyo y gestionó la recuperación del cuerpo, su funeral y entierro.
“Cualquier humano tiene derecho a tener una sepultura digna, creo que más en estos casos se les bloquea más... para ella [Lilia] fue un calvario poder encontrarla y sumarle el contexto de violencia, amenazas”, advirtió el activista.
El de Daniela no es un caso aislado. El año pasado Colombia y México concentraron el mayor número de ataques contra personas LGBTI+ defensoras de derechos humanos, 159 y 65, respectivamente, en el caso mexicano 43 eran transgénero, según el Informe Anual: Homicidios de personas LGBTI+ en América Latina y el Caribe, 2023.
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“Las mujeres trans son afectadas especialmente por prácticas violentas del crimen organizado que aprovechan su especial vulnerabilidad socioeconómica [mediante el cobro de ‘cupos’ para el ejercicio del trabajo sexual o su instrumentalización para la realización de actividades de apoyo a la actividad criminal]”, se lee en el informe.
Daniela fue velada un 12 de noviembre en una pequeña funeraria en el Centro de la ciudad. A su velorio acudieron Lilia, su familia, que también era la familia de Dany y miembros de la comunidad diversa, activistas e integrantes de las organizaciones civiles.
Su cuerpo estaba rodeado por flores. Su caja, acomodada al centro, era cubierta por una bandera azul, blanco y rosa, que representa a la comunidad. No pudo ser abierta debido al grado de descomposición por el tiempo que duró en el Servicio Médico Forense (Semefo), pero también porque la saña con la que fue asesinada quedó reflejada en su cuerpo, evidencia del odio contra ella.
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Cielo, una mujer transgénero desplazada por la violencia en Guerrero, fue una de las asistentes. Sentada al fondo de una de las bancas, escondía su mirada triste en un folleto, que al paso del tiempo asomaron un par de lágrimas.
“Que hoy Daniela esté en una caja me entristece mucho... me pongo a pensar si mañana pudiera ser yo porque así como Daniela no tenía a nadie aquí, yo tampoco, si llegara a pasar esto y alguien intentara rescatar mi cuerpo y no lo pudiera hacer... es ir a la fosa común, es lo único que nos queda a nosotras, ser recordadas como alguien más que murió y un número en la bolsa”, lamentó.
Daniela fue sepultada en el panteón municipal al día siguiente de su velorio. Una caravana partió desde la funeraria hasta la zona este de la ciudad, a casi unos 40 minutos de distancia. Allí, entre los cerros de tierra seca y rota, bañados por los rayos del Sol, bajaron su féretro, mientras le lanzaban flores y repetían que algún día la iban a alcanzar.