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Cruces en el camino: señales de una muerte violenta o trágica

El significado de las cruces en la vía pública. Previo a los días 1 y 2 de noviembre, Día de Todos los Santos y Día de Muertos, respectivamente, el día destinado -en muchas partes de México- para honrar la memoria de las personas que perecieron en una tragedia o accidente de tránsito, es el 28 de octubre

Cruces en el camino: señales de una muerte violenta o trágica

28/10/2023 |16:31
Alberto González
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En banquetas, camellones y a la orilla de carreteras y autopistas yacen las cruces con los nombres de personas que murieron en accidentes o de formas trágicas.

Previo a los días 1 y 2 de noviembre, Día de Todos los Santos y Día de Muertos, respectivamente, el día destinado -en muchas partes de México- para honrar la memoria de las personas que perecieron en una tragedia o accidente de tránsito, es el 28 de octubre.

Es por eso que en muchos sitios de la vía pública es común encontrar los altares que, además de ser una ofrenda al recuerdo de los difuntos, sirve como una advertencia que indica que se está, muchas veces, en un lugar riesgoso, como en cruces peatonales, curvas muy pronunciadas (en el caso de carreteras y autopistas) y también en zonas rojas e inseguras en donde un asalto o una riña entre pandillas terminó con la vida de alguien.

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“Cuando fallecen de forma violenta, especialmente en un accidente o en un asesinato, en el lugar donde murió la persona se hace un registro con una cruz, muchas veces se pone una veladora para que llegue a la luz ahí en donde su espíritu se separó de su cuerpo para trascender a otra dimensión. Tiene un signo sacro que dice que ahí murió alguien y es un signo de respeto para el cuerpo humano. Desde el punto de vista cristiano-católico, creemos que en ese momento la persona ha resucitado”, narró Fray José Miranda Martín, religioso de la Orden de los Carmelitas Descalzos y conventual del templo de Nuestra Señora del Carmen, en el Barrio de San Ángel de la Ciudad de México.

Las cruces, en su mayoría de herrería, se convirtieron en parte del camino y del paisaje. Unas son tan viejas que el óxido las cubre por completo; en algunas apenas se alcanza a leer un epitafio o parte de él; las hay austeras y también las que están a salvo de las inclemencias del tiempo refugiadas en pequeñas capillas con espacios para flores y veladoras; otras, las más recientes, exhiben una foto bien conservada del finado.

Las menos afortunadas tienen como floreros botes plásticos de refrescos, se pierden entre basura y yerba y son portadoras de frases que el paso de los años se encargó de borrar dejando en ellas algunos números que insinúan que alguna vez fueron legibles e informaron la fecha de nacimiento y muerte de alguien.

Los mitos urbanos cuentan que se colocan para que las almas que no alcanzaron a llegar a su destino, que penan y deambulan en la zona donde murieron, sepan que no están más en este plano y puedan enterarse y aceptar que es momento de descansar en paz.

Muchas se encuentran en el medio de basura y yerba, aunque también hay otras tantas que se aferran a no cargar los escombros que deja el olvido, y son apapachadas por familiares y amigos de la víctima mortal, que de vez en cuando las limpian, les dejan flores, les encienden una veladora y en esta época del año las colorean de naranja con flores de cempasúchil.

No hay una fecha que determine desde cuando son parte de la estampa visual cotidiana. Se dice que fue en tiempos de la llegada de los españoles que, como una de las tantas prácticas de evangelización a los pueblos indígenas que llevaron a cabo, adulteraron las costumbres de culturas como la purépecha, la totonaca, la maya y la mexica que, cabe señalar, esta última, por ejemplo, ya concebía a la muerte como preámbulo de un viaje hacia Mictlán, lugar de los muertos, en donde quien moría tenía que sortear obstáculos para llegar con Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, señor y señora de los muertos, a quienes, para obtener el descanso eterno, se les tenía que hacer una ofrenda.

“El origen de este ritual o costumbre es en sintonía con la cruz de Jesucristo. La cruz para nosotros es el símbolo de la muerte, pero también de la resurrección. Es una tradición que ya existía desde antes de la llegada de los españoles, antes de la evangelización. Los aztecas creían que para llegar a Mictlán debían pasar nueve niveles hacia abajo, ponían objetos con llamas para alumbrar el camino de sus muertos que buscaban la luz, de ahí la tradición posterior que se unificó con la católica de poner veladores en donde murieron y hacemos el novenario que es el proceso de duelo que los familiares del difunto guardan. No es fanatismo ni superstición, es un acto de fe, de trascendencia porque creemos en la vida, en ese lugar la persona que murió ahora vive con Dios y tiene un encuentro realmente espiritual con él”, agregó Fray José Miranda.

En la basta cultura mexicana, en donde morir no es morir del todo y en dónde se vive más que nunca aún llegado el fin del ciclo en el plano físico, la memoria de los seres queridos se honra en las ofrendas que les brindan la comida y bebida que disfrutaron en vida, en canciones, en cada uno de los pétalos naranja del cempasúchil, en los recuerdos, en las oraciones y, por supuesto, en las innumerables cruces en la vía pública.